2009: El Otro Abrazo

/ 17 de Enero de 2009

Sabia costumbre la de los hogares tradicionales como los de mis padres, abuelos y bisabuelos -que alcancé a conocer en plenitud- cuando la noche de Año Nuevo siempre había una copa de champagne de más, representando a todos aquellos familiares y amigos del alma que ya no estaban físicamente con nosotros. Fue también, ese grupo de hombres y mujeres mayores del ser hogareño los que nos hicieron valorar desde que teníamos uso de razón la figura del “agradecido”, esa que desgraciadamente hoy se ha constituido en la excepción a la regla. Es que entre nosotros sobreabunda por estas horas el “mal agradecido”, figura execrable, del todo repudiable en solemnidad, escoria de humanidad. Sí, engloba a todos aquellos a quienes alguna vez usted ayudó y luego sacaron el serrucho o le dieron vuelta la espalda.
Psicosocialmente y sociológicamente el abrazo es históricamente signo inveterado de afecto y paz, señal de mejores relaciones humanas en todos los ámbitos desde el íntimo familiar al internacional. Nada parecido a  lo vivido hace unas semanas, el último miércoles de diciembre a la medianoche en nuestro litispendenciero Chile. Todos peleando, disgustados o en vías de estarlo. En todos y cada uno de los sectores nacionales: sociales, políticos, económicos, deportivos, laborales, comerciales, académicos. Practicando el desabrazo antagónico, eternamente contradictorio, siempre buscador de la quinta pata del gato, tendiente a pervivir en el conflicto, ora entre amistades, ora entre familiares, o, sencillamente ante desconocidos que jamás llegaremos a saber con precisión quiénes son, pero que ya “nos caen mal”.
Es ese abrazo el que deseamos cambiar por este otro que articulamos en estas letras: natural, sencillo, fraterno, sincero, auténticamente salido del alma, jamás teñido del doble discurso o de doble faz. De allí el inmenso valor del pudor íntimo de lo vivido en el seno hogareño la noche de Año Nuevo, de tan amplio mágico y profundo espectro que es capaz de rodear con sus brazos a los ausentes, a los que se encuentran por las antípodas, en otros continentes, en otros países, en otros lugares, en otro tiempo.
Nada peor para el vil desagradecido que responderle con generosidad, benevolencia, dilectamente. Todavía con mayor énfasis a quien peor nos ha tratado. Denomínase científicamente “transferencia de responsabilidad” por unos, y, “transferencia de culpabilidad” por otros, lo que tiene el efecto de hacer sentir a quien gratuitamente nos dañó o causó irreparable agravio como lo humanamente más repudiable.
El otro abrazo es ese que usted dio aquella medianoche, expresión del más puro sentimiento que no necesita siquiera de una sola palabra. Ese y no otro es el abrazo que la humanidad necesita.

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