Para nadie es novedad que el país enfrenta momentos de incertidumbre. Lo mismo ocurre en el mercado inmobiliario, rubro que en los últimos años se ha convertido en un motor que ha impulsado la economía regional. Estas cifras positivas no sólo han dinamizado la economía, sino que también se han constituido en una herramienta de desarrollo y creación de puestos de trabajo.
Sin embargo, la fuerte desaceleración económica, sumada a las crisis de confianza y una reforma tributaria que aún no es capaz de clarificar sus puntos esenciales está afectando fuertemente a nuestro rubro. Sobre todo a sabiendas de que, en cualquier lugar del mundo, las inversiones bajo escenarios de incertidumbre se congelan o emigran.
Durante este año, todavía nuestro sector mantiene una dinámica de curva positiva que permite mantenernos con una importante oferta; no obstante, los créditos se van haciendo cada día más restrictivos, proceso que ya se venía evidenciando desde mediados de 2014.
Nuestra sociedad está compuesta por una clase media (cerca del 65 % de la población), de gente trabajadora, emergente, con aspiraciones, que busca adquirir una casa cómoda en un ambiente que le brinde una mejor calidad de vida, educar a sus hijos en colegios que garanticen una óptima educación, vivir en un entorno seguro, etc. Esos anhelos no van a desaparecer de la noche a la mañana, por lo que siempre existirá demanda. El problema es que hoy nuestras autoridades han olvidado el desarrollo alcanzado como país en los últimos 25 años, y no dimensionan cómo las violentas transformaciones y reformas mal diseñadas están erosionando las bases de ese éxito y de las confianzas.
Esperamos que, en lo que resta de 2015, se den señales claras de reformas que colaboren de forma gradual e inteligente para superar los problemas que hoy existen en Chile, sin que eso signifique postergar el emprendimiento, el desarrollo y la economía de nuestro país.