Alguien te mira

/ 23 de Enero de 2017

En la calle más de alguna vez nos hemos sentido observados, a veces de una forma inquisitiva, otras burlesca, tierna o con una infinidad de motivos. En esas ocasiones al menos sabemos que se trata de una acción pasajera, pero ¿qué pasaría si alguien de manera oculta y preparada nos espiara en nuestros ámbitos más privados? Un libro que circula recientemente en Estados Unidos y España que relata la patológica costumbre del dueño de un motel de mirar secretamente a sus clientes mientras tenían sexo, y la reciente denuncia de espionaje de marineros de la fragata Lynch hacia sus compañeras de navegación nos hicieron investigar qué es lo que hay detrás del placer que algunos sentirían al fisgonear la intimidad ajena. Qué piensan, cómo actúan y qué sienten los voyeristas es lo que intentamos aclarar en este reportaje.

 

Por Consuelo Cura O.

 
La sinopsis podría ser así: finales de los ‘60 en la localidad de Aurora, en Colorado, Estados Unidos. Gerald Foos, un hombre de mediana edad, padre de dos hijos y con un segundo matrimonio a cuestas, compra un motel en la ciudad. Un negocio común para cientos de norteamericanos. Sin embargo, sus intenciones distaban de ser normales.
Ello, porque el Manor House Motel no era un lugar cualquiera, sino que se trataba de un hospedaje donde los clientes eran espiados para observar sus conductas sexuales a través de falsos ductos de ventilación usados por Foos en soledad o en compañía de su esposa. Una práctica que se prolongó durante más de dos décadas y de la que el hombre llevaba un diario secreto que en 1980 hizo llegar al periodista y escritor Gay Talese, donde describía  lo que hacían y además veía en las habitaciones de su motel.

El motel del voyeur 2
El libro de Gay Talese fue presentado en enero en España por Alfaguara.
En aquella época, Talese se encontraba promocionando su libro La mujer de tu prójimo, donde transcribió sus investigaciones sobre los hábitos sexuales en Estados Unidos en los que, entre otros pormenores, daba cuenta de los secretos de la cultura swinger.
Las historias que Gerald Foos confesó a Gay Talese serán la trama de una película hollywoodense aún sin fecha de estreno ni de rodaje, pero que ya tiene director: el inglés Sam Mendes, quien se encargará de llevar a la pantalla grande esta intrincada historia. Una que no nace de su imaginación, ya que el relato está lejos de ser una ficción, sino que se basará en el libro El motel del voyeur, que Gay Talese finalmente escribió de acuerdo con los antecedentes que el dueño del motel dio y que el año pasado fue publicado en Estados Unidos, y en enero en España, una historia que, por más que cueste creerlo, es cierta.
Una crónica que causó escándalo, no sólo por la forma en que Foos y su esposa violaron la intimidad de cientos de personas, sino que también porque Talese fue testigo y partícipe, invitado por el mismísimo dueño del motel, de una noche de espionaje. Las críticas apuntaron a que el profesional calló por muchos años todo lo que vio y supo por su informante, y que sólo lo hizo público el 2013, cuando el empresario motelero anuló el acuerdo de confidencialidad que le había impuesto.
Fue tanta la expectación que quien adquirió los derechos del libro para llevarlo al cine fue el múltiples veces galardonado Steven Spielberg; una muestra de que se trata de una historia digna de contar con un trasfondo singular: un caso de voyerismo extremo.
 

Te observo y no lo sabes

La palabra voyerismo viene del francés voyeur, que deriva del verbo voir y que en español significa ver, lo que sumado al sufijo eur en la lengua gala significa “el que ve”. Así, la sexóloga Paola Osorio define el voyerismo como la “conducta de observar de forma oculta a una persona del mismo o del otro sexo cuando están desnudas, desnudándose o realizando alguna actividad sexual”, generando, según la especialista “el disfrute del momento y la obtención de satisfacción sexual de dicha experiencia al tratarse de algo prohibido”.
Osorio agrega que mientras el voyerista observa “se excita y puede masturbarse o recrear en su imaginación lo que observó para así obtener placer sexual e incluso llegar a tener orgasmos sólo con mirar”.
Una descripción que encaja en el caso de Gerald Foos. En una entrevista al diario español El País, Talese asegura que el dueño del motel le manifestó que tras excitarse al espiar a sus huéspedes, recordaba esas escenas para luego tener relaciones sexuales con su esposa Donna.
Para la sicóloga Ana María Salinas, esta historia “definitivamente constituye un trastorno” y se aleja de sólo ser una conducta voyerista. “Es un caso que se repite en el tiempo y en el que el sujeto necesita de este comportamiento para experimentar una satisfacción sexual”, afirma la también docente de la Universidad del Desarrollo.
A juicio de Salinas, es importante diferenciar el tener conductas voyeristas con padecer un trastorno propiamente tal, debido a que este último ya sería una parafilia, lo que es definido por la Real Academia Española como “un desvío de índole sexual”, en el que predominan como fuente de placer objetos o actividades atípicas que se alejan de las convenciones sociales.
“Todos en general tenemos algunos aspectos voyeristas y todos tenemos también algunos aspectos de morbo”, manifiesta Salinas, aunque asegura que el voyerismo como parafilia se da en una frecuencia bastante baja, ya que “somos capaces de modularnos en función de lo que es socialmente aceptado, del respeto por el otro y de lo que es positivo para uno y, en general, todos ponemos bien esos límites”.
Si bien el voyerista en sí es inofensivo, puesto que el ideal es que la persona observada no se dé cuenta jamás de que la están mirando, para la sexóloga Débora Solís ni siquiera es una actividad válida para que una pareja pueda obtener satisfacción sexual. Esto dice, porque las “víctimas” no tienen información y no dan su consentimiento para que los vean en la intimidad, tomando en cuenta el caso del motel. Un comportamiento que dista, por ejemplo, de encuentros sexuales en los que personas sí dan su aprobación para ser observadas.
 

Una cuestión de crianza

Para Paola Osorio un voyerista puede empezar su conducta con la observación de “algún familiar realizando acciones como desvestirse de vez en cuando”, para luego tener fantasías esporádicas o recurrentes de observar a otro sin su permiso, lo que con el paso del tiempo se hace cada vez más intenso.

Gerald Foos recepción
Ferald Foos, el voyerista que compró un motel para satisfacer sus deseos.
En relación a la crianza de futuros voyeristas, Ana María Salinas afirma que estas personas crecen en “familias muy conservadoras, donde existe mucha rigidez y el tema sexual se ve como un tabú”, así como también tienen particularidades individuales, como ser mucho más tímidos, tener problemas para congeniar con el sexo opuesto y establecer relaciones sociales.
La especialista agrega que es un fenómeno que se da con mayor frecuencia en hombres, ya que “son los que tienen un impulso sexual más sensible a la vista, porque no es muy frecuente que las mujeres se exciten o experimenten este impulso solamente con el tema visual”. Dice que ocurre más con los hombres por aspectos biológicos, sicológicos y que, en general, “cuando hablamos del trastorno es uno que se da más bien como parafilia en el género masculino”.
Tanto Salinas como Osorio afirman que los voyeristas no son agresivos, porque al no haber un consentimiento de las personas que espían, tampoco hay conductas violentas hacia ellas. “O sea, más allá de lo violento que es observar la intimidad de alguien sin permiso, generalmente no hay un contacto físico ni dañino con quien están mirando”, asegura una de las especialistas.
 

¿Voyerismo en alta mar?

Un caso que de acuerdo con las primeras apariciones en prensa y discusiones en programas periodísticos sobre si se trataba de voyerismo puro o no es el que estalló a fines de 2016, bastante más reciente que el del motel norteamericano.
Cables escondidos tras ductos de ventilación, cámaras ocultas en lugares estratégicos de un buque de guerra, tecnología importada desde China. El escenario fue la fragata Lynch de la Armada chilena; los o el cerebro detrás: nueve marinos de la institución, y las víctimas, sus compañeras, entre cinco y seis mujeres que eran parte de la tripulación, una que recién este 2017 cumplirá una década con personal femenino en su interior, después de más de 180 años de hegemonía masculina.
Si bien tanto la sicóloga Salinas, como las sexólogas Osorio y Solís coinciden en que aún es muy temprano para calificar este comportamiento como un trastorno, las dos primeras concuerdan en que sí podría haber conductas voyeristas entre los integrantes que participaron.
“Habría que ver qué rol desempeñó cada uno de los marinos involucrados; si había alguno que lideraba el grupo, a lo mejor, podríamos hipotetizar que en esa persona está presente el trastorno y en los otros puede ser que haya otras características de personalidad que expliquen por qué no dijeron lo que estaba pasando o por qué se involucraron en esta situación”, explica Ana María Salinas.
Por su parte, Paola Osorio afirma que “en este caso, el gran problema es contar con la grabación y divulgarla de manera indiscriminada entre sus colegas a través de redes sociales”, lo cual afecta la integridad de las víctimas que finalmente son sus compañeras, quienes deben convivir a diario con ellos.
Más allá de las conductas voyeristas que los marinos podrían tener, a juicio de la sexóloga Débora Solís, el actuar de los involucrados refleja también una cuestión de género que, afirma, es parte de una cultura machista que minimiza este tipo de comportamiento, en especial este tipo de instituciones.
Para la también especialista de la Asociación Chilena para la Familia se trata de un caso que “hoy se descubre en la Armada, pero no me cabe ninguna duda de que podría destaparse en otros lugares”, en especial en espacios donde el tema de los cuerpos es tan poco natural que da para este tipo de morbosidad, asegura.
Asimismo, expresa que es importante entender cómo se establecen las relaciones entre hombres y mujeres en este tipo de instituciones y por qué ellos se sienten con el derecho de espiar a sus compañeras de trabajo. “La superioridad de los hombres en función de que la mujer es mi objeto y hago lo que quiero con ella es una cuestión que está mucho más naturalizada de lo que creemos”, señala.
Esperando que la investigación de este hecho avance en la justicia, la sicóloga Ana María Salinas dice de que en el caso de que uno o más de los involucrados efectivamente padezca un trastorno voyerista, es perfectamente tratable con apoyo sicoterapéutico y siquiátrico por el tema farmacológico. “Lo que uno hace en la sicoterapia es ayudar al paciente a, primero, identificar estos impulsos y poder comprender cuáles son las cogniciones y emociones que están asociadas a esta conducta”, como una manera de poder anticipar las sensaciones y ahí ir abordando en conjunto elementos de su historia que pueden estar relacionados con este comportamiento. “Tenemos que contribuir a que entienda de dónde vienen estas tendencias y poder regularlas”, sentencia.
Un tratamiento como forma de llegar al origen del problema y observar cuidadosamente, pero esta vez desde y hacia uno mismo, y así comprender el por qué de la obsesión de espiar a los otros en la intimidad.
 
¿Qué sienten los voyeristas?
-Un gran placer por hacer algo prohibido.
-Fantasear con que pueden ser descubiertos, lo que aumenta la adrenalina en ellos. En caso de ser descubiertos su nivel de excitación puede aumentar.
-Excitación y placer sexual (orgasmo) al observar a otro a escondidas y sin su consentimiento.
-Alcanzar el orgasmo en el instante (mientras observa) con o sin masturbación.
-El hecho de lograr placer y no ser descubiertos los hace sentir que pueden volver a replicarlo en otra oportunidad.
 


 
 
El voyerismo ha sido desde la década de los cincuenta una fuente de inspiración para películas que en mayor o menor medida han abordado el tema. Aquí algunos títulos:
• La ventana indiscreta, Alfred Hitchcock, 1954.
• El fotógrafo del pánico, Michael Powell, 1960.
• Psicosis, Alfred Hitchcock, 1960.
• Paroxismus, Jesús Franco, 1969.
• Coming apart, Milton Moses Ginsberg, 1969.
• Doble cuerpo, Brian de Palma, 1984.
• Terciopelo azul, David Lynch, 1986.
• Acosada, Phillip Noyce, 1993.
• Retratos de una obsesión, Mark Romanek, 2002.
• La mirada invisible, Diego Lerman, 2010.

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