Ángel Parra: Su epopeya como hijo de Violeta

/ 25 de Diciembre de 2007

Haciendo una pausa en medio de su apretada agenda en el país, el hijo de una de las artistas más fundamentales de Chile y Latinoamérica se da tiempo para entregar algunas reflexiones y pensamientos sobre sus inicios junto a su madre. Pero no todo es recuerdos. Al cantautor de 64 años le gusta mirar hacia delante y espera el 2008 cargado de proyectos: el rodaje de una película sobre Violeta dirigida por Raúl Ruiz, el lanzamiento de su tercera novela y la subida, en un acto de modernidad, de todo el catálogo de su música a la web para su libre descarga.

o fue fácil obtener una conversación con Ángel Parra Cereceda. Sus visitas a Chile -actualmente está radicado junto a su esposa en París- le significan muchas cosas y menos descanso, sobre todo cuando el motivo es la celebración del aniversario N° 90 de su madre, la fundamental cantante popular Violeta Parra Sandoval. Las presentaciones (incluyendo la apertura del show final de la Teletón), homenajes e invitaciones a La Moneda lo dejan un tanto hastiado y con deseos de estar más tiempo entre los Parra. La vida pública y las cámaras no son lo suyo, y lo hace saber desde un comienzo.
“Yo no quise nunca, ni en el exilio, transformarme en un artista entre comillas. Yo siempre, todo lo que hago en Europa, lo hago en actividades que tienen que ver con Chile a través de su cosa política y cultural”.
Músico, político y escritor, lo cierto es que se mantiene en constante training no sólo como embajador cultural de la obra de su madre, sino con sus propios proyectos. En marzo lanzará su tercera novela, “El clandestino de la casa roja”, bajo la etiqueta de la editorial Cataluña. Aunque no puede adelantar muchos detalles, cuenta que tratará las desventuras de un joven resistente al período más duro de la dictadura militar, entre los años 1975 y 1980. Y que la Casa Roja, uno de los principales escenarios, es una casa de remolienda. “Es una novela político-cómica-erótica. Yo cito a una sociedad entera de esos años, la sociedad chilena en su conjunto. La represión, el nuevo Gobierno de la dictadura, los exiliados. Es decir que hay muchos actores. Por cierto, hay una base de experiencias reales”, adelanta.
Y es que la vida de Ángel Parra es un cúmulo de experiencias realmente novelescas desde su nacimiento en el Cerro Barón de Valparaíso en 1943. O tal vez antes, cuando la afición por la música de Luis Alfonso Cereceda, su padre lo llevó a conocer a Violeta durante una de sus presentaciones en el restaurante “Tordo Azul”, ubicado entre Santo Domingo y Mapocho del viejo barrio santiaguino de Matucana. Maquinista de ferrocarriles y dirigente comunista “de los antiguos”, su enamoramiento lo convirtió en cliente habitual del local: “ahí viene sombrero verde”, susurraba Violeta, apenas lo veía, a su hermana Hilda.
Hasta que un día, Luis la sigue a Curacaví, donde la artista se presentaría en el “Gran Circo chileno”. No le importó recorrer 60 kilómetros en bicicleta; al regreso repetiría la misma distancia, pero ahora acompañado de Violeta. Ambos en la misma bicicleta.
Como ésta, muchas escenas se narran y describen en “Violeta se fue a los cielos”, un libro escrito por el puño y letra de Ángel Parra, y que servirá de base para una película sobre la vida de la artista, dirigida ni más ni menos que por el reconocido director Raúl Ruiz. La producción, que en parte será financiada por TVN, debería iniciarse el próximo año, aunque Ángel Parra (que ya trabajó con él para la serie “La recta provincia”) asegura que aún no tiene mayores adelantos sobre el guión. “Le di la libertad total y la autorización para que haga lo que estime conveniente. Me dio una pista: no hay actriz. La Violeta sería la cámara. Eso dice mucho”, revela.
-¿Cómo fue la experiencia de homenajear a su madre en China y tocar su música con instrumentos típicos de allá?
-Primero fue cumplir con una invitación que nos hicieron a mi madre, mi hermana y a mí en 1952, y que después, por razones oscuras que desconozco, no fuimos nosotros, sino que mandaron a otro grupo de acá. Había una deuda que saldar ahí, y el director del Conservatorio de Pekín es un admirador de mi mamá que conocía todas nuestras canciones, conocía todo esto del movimiento de la Nueva Canción Chilena; y en el conservatorio hay estudiantes que estudian la música de América del Sur y que estudian además español. Entonces, había un ambiente estudiantil muy interesado.
-Me llamó la atención que en esa ocasión usted llamara a su madre “la Mao Tse Tung chilena”…
-(Ríe)… claro por su larga marcha en pos de ideales puros… que después se transforman, en el caso de la China contemporánea, que es un país capitalista, desagradable, que explota. Yo lo vi con mis propios ojos. Están construyendo Pekín contemporáneo para que los turistas vayan a las olimpiadas del 2008, y los obreros duermen en el mismo lugar donde trabajan. Además, son obreros que vienen de provincia, a los cuales se les paga menos y que son explotados por otros chinos. No, mejor ni meterse en las honduras de eso.

LA SEMANA SANTA DE LOS PARRA
La trayectoria de Ángel Parra incluye su participación fundadora en el mítico movimiento de “La Nueva Canción Chilena”, y presentaciones con los cantantes populares más fundamentales de Latinoamérica: además de su propia madre y su hermana Isabel, la lista incluye a Atahualpa Yupanqui, Daniel Viglietti y Pablo Milanés. Tiene alrededor de 70 discos publicados en diversos países, y también ha incursionado en diferentes géneros musicales, haciendo música para películas como “Los Náufragos” de Miguel Littin (1994), oratorios como “Oratorio para el pueblo” (1965) y la musicalización de la obra de poetas de renombre mundial como Pablo Neruda (“Arte de pájaros“ y “Sólo morir”), Federico García Lorca (“El galapaguito”) y Gabriela Mistral (en el disco “Amado, apresura el paso”, donde comparte voces con su hija, la también cantante Javiera Parra).
Sin embargo, para “Paparra”, como lo llaman en su círculo cercano, la música llegó primero como una forma de subsistencia. Aún recuerda cuando, junto a familiares y la nueva pareja de su madre, Luis Arce, se embarcó a mediados de los 50 con la Compañía “Estampas de América” en una gira por diversos pueblos mineros entre La Serena y Copiapó. Los viajes se hacían a lomo de burro, y en una ocasión la Semana Santa los sorprendió justo en el fin de semana más productivo del mes.
Su madre se negó a acatar el duelo cristiano. “Día no trabajado, día perdido”, sostenía. Como nunca, la necesidad tuvo cara de hereje, y para salir del paso, decidió reemplazar los sainetes por improvisación teatral. De la nada, creó una pieza dramática de un acto a la que llamó “El azote de Dios”. El método era simple: ella, como autora y personaje principal, decía el primer monólogo, donde entregaba la clave del argumento. A partir, de esto, se construía la réplica y así sucesivamente hasta el final.
El resultado fue un éxito, con lleno total desde el viernes al domingo de resurrección en todos los pueblos que pasaron. “Los artistas y sus hijos comen todos los días, incluida la Semana Santa”, recuerda Ángel en “Violeta se fue a los cielos”. Citando el texto:
“Al final de la presentación, justo en el momento en que van a cerrar las cortinas, el personaje que representa a Cristo, aún crucificado y con la cabeza inclinada, habla por primera vez invitando al público: les recuerdo que mañana estaremos aquí mismo en funciones de matinée, vermouth y noche, muchas gracias. Cierre de cortinas”.

LA VIOLETA MADRE
-El año 61 Ud. y su hermana Isabel viajan a París para acompañar a su madre ¿Cómo era la bohemia de esos años en París?
-Bueno, para nosotros no era bohemia, nosotros entreteníamos a los bohemios. Yo tenía hasta tres turnos en la noche. Acompañaba de nueve a nueve y media de la noche a un viejito que había sido uno de los últimos guitarristas de Carlos Gardel, el negro Ricardo. Después venía el primer show con mi hermana, la primera pasada. Después, a las 12 y media, otra más. Y, a veces me pedían de otros lados y tocaba hasta las tres de la mañana. Nosotros ayudábamos a que la bohemia fuera entretenida. Era como un ambiente de peña, esto se hacía en los barrios latinos en lugares muy simpáticos, pequeños, la gente comía mientras nosotros estábamos cantando. Sinceramente, la bohemia yo la viví acá después, cuando cree la Peña de los Parra (en la calle Carmen 340). Ahí iban todos mis amigos, cerrábamos y nos quedábamos hasta las seis de la mañana, cantábamos, la revolvíamos, era otro mundo.
-¿Qué cree Ud. que encontraron los franceses en Violeta Parra que incluso en 1964 la llevaran a exponer en el Louvre?
-Primero, un asombro frente a lo que hacía esta mujer sin escuelas formales ni academia, con un colorido muy brutal y muy fuerte, cosa a que no estaban acostumbrados. Una variedad en la creación, desde el papel maché hasta el óleo, pasando por las arpilleras y los trabajos en alambre. Creo que la distancia física que había entre Chile y Francia -que todavía está, pero ahora se hace en 12 horas- que ambos países fueran como las antípodas, también es un atractivo. Era (Violeta) un personaje súper atractivo para los franceses que son muy cartesianos, y muy cuadrados, son muy diferentes.
Uno advierte que su madre siempre tuvo incansable su vocación de artista, de actuar y trabajar con sus creaciones. Y siempre en contacto con mucha gente ¿Sintió alguna vez celos o la ausencia de la madre biológica?
-Para nada, porque era una madre completamente distinta, y como yo no estaba acostumbrado a ninguna otra madre, no me hacía falta otra. Así que nunca tuve otras necesidades que las que tuve al lado de ella y que fueron satisfechas todas. Al mismo tiempo, eso a mí me daba una gran libertad. Y eso era inapreciable, porque veía que todos los cabros chicos no tenían la libertad que tenía yo. Entonces, para mí eso era el mayor premio.
-A los 23 Ud. ya vivía independiente, casado con su primera mujer, tenía a su hijo, casa, auto… creía que su madre le veía como un futuro “pequeño burgués”…
-Absolutamente. Porque yo, en esta lucha por sobrevivir y por salir adelante, podría haberme quedado trabajando en un circo. Sin embargo no fue así. Salí adelante y eso significa inmediatamente que tú pasas de un sector socio-económico a otro, entonces ahí es cuando se produce el “desclasamiento” en general. La gente renuncia a lo que fueron los valores por los cuales luchó para llegar a eso. Cosa que no sucedió con nosotros.

UNA MUERTE ANUNCIADA
Domingo cinco de febrero de mil novecientos sesenta y siete. 14 horas. Un balazo pone fin a las angustias y sufrimientos que desde hacía un año sufría la hoy considerada por muchos como “la madre artística de Chile”. Violeta estaba sufriendo, y es un periodo que ni Ángel, ni sus otros hijos, gustan de recordar. Muchas causas se acuñan: la partida de su gran amor, el suizo Gilbert Favré, que describe en el bellísimo lamento “Run run se fue pa’l norte”, o la escasa concurrencia del público y sus amigos a la carpa que había instalado, donde estaba a cargo de todo, la mantención, el show, la cocina. Las circunstancias tampoco eran las mejores: un invierno frío y lluvioso, vecinos hostiles, cortes de luz y múltiples trabas que interponían funcionarios municipales para autorizar patentes de alcohol o permisos sanitarios. En una fuerte discusión, su hija adolescente, Carmen Luisa, le amenazó con matarse: “esos actos no se anuncian, se realizan”, le respondió Violeta. “Mi madre estaba en el cénit de su consecuencia, piso de tierra, habitación grande de adobes rodeada de árboles y flores silvestres, vida sencilla al máximo”, recuerda Ángel en “Violeta se fue a los cielos”. Ahora nos cuenta que ya un año antes de su muerte, Violeta había decidido nombrar a su nuevo disco “Ultimas composiciones de Violeta Parra”.
-En ese disco hay dos canciones que son tremendas, que revelan dos estados de ánimo presentes en ella: una es “Gracias a la vida”, que es preciosa, de amor por lo vivido, y al mismo tiempo está “Maldigo del alto cielo” que es de rabia donde desahoga su desamor y furia de manera casi epopéyica…
-Si, yo escuché la versión que hizo la Claudia Acuña el otro día; volvió a poner en una pantalla todos esos maldigo y me acordé que mi mamá en su última etapa estaba así, hasta más arriba de la coronilla por el hecho de su separación, de la incomprensión aquí en Chile, porque la carpa quedaba muy lejos, la gente no iba, por un montón de cosas. Es como un conjunto de razones por las cuales mi madre dijo “Váyanse a la mierda” y se pegó un tiro.
-A Violeta se le recuerda por su rescate de la canción popular, su composición musical y poética y actualmente se destaca su trabajo visual ¿Cuál de todas estas dimensiones usted rescata más de su ella?
-Hay que tomarla en su totalidad, con todo lo que ella era. Es la intención de mi libro, de mostrarla como un ser humano, no como un ícono, no como una virgen santa, sino como un ser humano con sus altos y sus bajos, con sus rabias y sus amores, con sus dolores y sus alegrías. Y lo mismo su obra.

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