Bellavista Tomé: Los hilos que tejieron un barrio

/ 4 de Febrero de 2013

Arriba, abajo, cruzado. Los telares de la fábrica de paños más emblemática de la comuna tomecina llevan dos años funcionando desde su reapertura y se preparan para celebrar en 2015, los 150 años de historia. Mirar su entorno es reconocer su pasado glorioso, su herencia, su gente. Juntos dan la pelea por mantenerse, conservar sus tesoros y realzar su identidad junto al mar, a los pies de un cerro y al borde de un estero.

Saliendo de la fábrica Bellavista Oveja Tomé, pasa un bus intercomunal que extiende esta frase: “Orgullosos de ser tomecinos”. Es la síntesis de todo lo que se vio, escuchó y recogió para hacer este texto. Es el orgullo de pertenecer a un  lugar que dio todo, desde el trabajo y bienes, a la forma de pensar un barrio, una comunidad y una vida. Ésta es la historia pasada y reciente de Bellavista, una ciudadela que vivió momentos gloriosos al mejor estilo Humberstone, Lota y tantos otros pueblos surgidos al alero de una fábrica. Se levantaron casas, construcciones de estilo europeo, cine teatro, gimnasio y  viviendas básicas para los obreros y  otras de mayor envergadura para los empleados de más estatus. También casino, sindicato, escuela y hasta una iglesia, que hoy es una de las postales más características de la ciudad.  Su materia prima, la lana. Su producto ganador, el paño. Su fortaleza, el espíritu del trabajador textil.
Los bellavistinos tienen el valor de ser reconocidos en Chile y en distintos lugares del mundo como sinónimo de “buena tela”, aunque su trayectoria de casi 150 años se ha tejido con esfuerzo y sufrimiento, porque, sobre todo en los últimos tiempos, la vertiginosa industria china ha puesto en jaque la relación calidad-precio. Aún así los profesionales textiles tomecinos defienden a morir su producción.
Es de mañana y Juan Carlos Sabat espera en su oficina. Es uno de los cinco días al mes que se encuentra en Bellavista, porque además de ser gerente general en la textil local, lidera la empresa nacional Texfina.  Terno azul impecable -un súper 140- con la impronta tomecina, preparado para iniciar un viaje por el interior de los 70 mil metros cuadrados que tiene la industria. Es la mole gris que se ubica bajando la cuesta Caracoles a la entradita de la ciudad, al lado sur del estero y frente a la playa.
Sabat habla de la experiencia de la familia en el rubro, más de 60 años, y del ímpetu que lo lleva a seguir con este proyecto. “Lo que pasa es que la secuela y la huella que dejó Bellavista es muy grande”, agrega el ingeniero comercial, que desde 2010 se encuentra al frente de la empresa. Echa un repaso a la historia de la industria, que si bien cruzó por épocas doradas, también sucumbió por períodos y se tradujo en la cesantía y depresión del pueblo.  La última, en 2007, cuando se declara su quiebra y se mantiene paralizada por cuatro años. Es justo ahí cuando la familia Sabat se hace cargo. “Yo tengo que mirar para adelante. Hoy esta fábrica tiene 150 personas y la idea es que comiencen a incorporarse más. Llevamos dos años y el primero nos dedicamos fundamentalmente a echar a andar la empresa. El año pasado la tarea fue posicionarnos en el mercado, por lo mismo diría que 2013 va a ser el tiempo de aumentar la participación. Ya se notó, porque estamos con bastantes pedidos sobre todo de Bolivia. Creo que este año vamos a crecer cerca del 50 por ciento”.

Juan Carlos está en una sala de reuniones contigua a su oficina. En el muro un galvano dice “1993, Mejor socio exportador textil”. Si no fuera por su iPhone todo allí sería “antique”. Muestra los muebles, fotografías, maquinaria que se usaba desde 1865 cuando se fundó la fábrica y adelanta lo que  veremos al final del viaje: la nueva tienda.
Advierte que son 70 mil metros cuadrados del predio, que hay que tener paciencia para recorrer todo allí, que la fábrica es inmensa y que en cada uno de los sectores hay algo que da cuenta de lo grandioso que fue cuando toda Bellavista estaba en operaciones. Desde el primer momento, en el sector de lavandería de las lanas, el olor y el calor que emana de las máquinas recuerdan las palabras de Hilda Basoalto, arquitecta nacida en Bellavista, quien se ha propuesto con otros profesionales del sector pelear por mantener la tradición y atesorar su patrimonio. “Tomé, y en particular Bellavista, se reconoce con lo textil. Creo que por eso hay una tarea que debemos continuar más allá de la sola empresa. Yo soy hija de trabajador textil y todos los que vivimos en este barrio, independiente de qué hagamos, a qué nos dediquemos o qué camino hayamos tomado tenemos una historia que nos une. Es una historia de belleza en la que todos nos reconocemos”, agrega.
Hilda integra una entidad llamada Consejo del Patrimonio para Tomé. Una de sus últimas alegrías ha sido la nominación del Gimnasio Teatro de Bellavista, que se ubica en calle Los Cerezos, como monumento nacional, por el Consejo Nacional de la Cultura. Caminando por esa misma calle, se observan distintas construcciones  para los empleados, casas para jefes y un casino. Bajando por la vía siguiente se encuentra el sindicato y grupos de casas más pequeñas y sencillas que se destinaron a los obreros.
“Es un barrio lindo”, arremete Hilda. “Aunque sí se gestaron distintas clases sociales con la fábrica, hay una mística que une a todos los que somos hijos de esta industria y hay un orgullo que necesita ser conservado”.
Muchas de las construcciones de la época más floreciente de Bellavista son de estilo romántico. Pero sin duda la que le hace honor a esa palabra es la parroquia Cristo Rey, que se encuentra justo en la boca de la ciudadela donde se juntan Latorre con calle Caracol, y a pasos de la fábrica.
El empresario Carlos Werner, quien  fuera uno de los más connotados  propietarios y quien lideró la textil desde 1897 la mandó a levantar en memoria de su hija Edith, quien falleció a los 20 años, dejando dos hijos. Aunque hay discusiones históricas al respecto, el mito dice que Edith se quitó la vida al no poder concretar su amor con un obrero de la textil por la oposición de su padre.

El pan de Tomé

Fue el empresario molinero, Guillermo Délano Ferguson, quien, en 1865, aburrido del rubro del trigo decidió comprar 24 telares y maquinarias para hilar. Apostó por paños confeccionados con lana de ovejas de Magallanes, asunto que más tarde otro propietario, el alemán Augusto Kaiser, continuó con un gran negocio: confeccionar los 40 mil uniformes que los soldados chilenos utilizaron en la Guerra del Pacífico. El esplendor, eso sí, vino con la administración de Carlos Werner. El conocía la industria salitrera y tenía arraigado los conceptos de responsabilidad social. Los trabajadores gozaban de buenos tratos y había una real intención de hacer crecer Bellavista por dentro y por fuera. Fíjese en el reloj que tiene la torre de la fábrica. Una máquina alemana que no ha parado de marcar la hora, desde que se instaló en 1914 y que es testigo de la gran transformación que vivió el lugar desde sus inicios en los años 30 y su apogeo en los 50. Aunque hubo competencia para la textil bellavistina con Paños Oveja (con la que se fusionó más tarde) y La Fábrica Ítalo Americana de Paños, Fiap, los vítores siempre fueron para ella. No por nada grandes casas de diseño, como Brooks Brothers, el grupo Oxford que maneja Nautica y Tommy Hilfiger, y asociados a Ermenegildo Zegna estuvieron entre sus clientes. Hasta el Papa Juan Pablo II se llevó una parte de la leyenda tomecina, en 1987, cuando se le obsequió un poncho tejido con hilos de oro salido de la textil.
Juan Carlos Sabat sigue mostrando la planta. Se emociona, conoce cada parte de los procesos, las máquinas, las “joyitas”, como les llama. También conoce el nombre de los operarios. Eso es significativo para los trabajadores. Se les nota, a nuestro paso sonríen, saludan, sacan pecho. El ritmo feroz de las hilanderías, los telares, las máquinas de teñido es interrumpido sólo por los cambios de turno. “La gente de Tomé es un siete. De hecho me impresiona que hayan cuidado la empresa con un cariño más allá de lo laboral, más allá del sueldo que tú le puedas dar. Es diferente, gente calificada que tiene experiencia en el rubro. Aquí tenemos promedio de edad de 57 años en sus trabajadores, es gente de 30 a 40 años de experiencia y eso no se encuentra en cualquier parte. Partimos con 53 trabajadores, hoy son 150 y estamos en plan de contratar más gente. Nosotros le hemos puesto también nuestro toque. Tenemos una administración liviana, con pocos gerentes, el trato es muy directo, la idea es que no haya mucha burocracia y que las cosas salgan lo más rápido posible”, recalca el ejecutivo. El empresario confía en que se van a consolidar sus principales áreas de negocios, que son el mercado nacional -tiendas establecidas y Fuerzas Armadas- y el mercado internacional.
Lo anterior es vital para los planes a futuro. En 2015, Bellavista cumplirá 150 años de funcionamiento y aunque no llegue a involucrar una fuerza de trabajo de más de 3 mil personas como fue en sus mejores épocas, los que están se mantienen firmes. Quizás eso auguran las seis ovejas que deambulan dentro de la fábrica. El empresario dice que cuando llegó había tres y ahora se duplicaron. Una de las complicaciones que Sabat deja ver es la desconfianza de las instituciones financieras y del Gobierno con el rubro textil. “He golpeado muchas puertas, junto con autoridades de la comuna, con políticos y no pasa mucho. Llega un momento en que me pregunto para qué sigo con esto. Toda la gente dice que ésta es una empresa emblemática y que es una empresa espectacular, pero ¿quién ayuda?”, recalca Sabat esperando que se concreten sus planes de créditos.

La fábrica es un laberinto. Se abren más puertas aparecen más máquinas, nuevos compases, más aromas, más colores y más acciones. Caminamos por adoquines, subimos y bajamos escaleras. Se visualizan estructuras monumentales, como una central de abastecimiento de combustible o un carro transportador de elevación. Todo el paisaje es impresionante, hasta el mismo cerro que se enclava en el territorio y que hace un año ardió amenazando el inmueble.
Después de pasar por todos los procesos se llega a un lugar dende un grupo de mujeres hace el control de calidad. Si hay alguna falla, ellas la arreglan manualmente. En eso se desempeñó la madre de Jorge Torres, quien trabajó por 35 años en la textil Bellavista y de quien heredó su pasión por la tela. Es el único de sus nueve hermanos que le siguió los pasos para convertirse en vendedor y el que sabe cada detalle de los productos que salen a las tiendas.
“Siempre he estado ligado a la venta; sin embargo, como bajó el volumen en algún momento también me trasladaron a despacho, enviando las telas a todo el país”, comenta Torres. La tienda, que está justo al entrar a la fábrica, conserva el esplendor y los detalles de antiguas generaciones textileras. Se recuperó la sala, se buscaron detalles atractivos, y las estanterías y los maniquíes hicieron lo suyo en el toque final.
“Viene bastante gente, porque la calidad es probada. Sobre todo ahora que la terminación es perfecta, pues no se corta el proceso, como ocurría antes. La tela no tiene fallas y el sastre sabe que no va a tener problemas al manejarla. Este trabajo es bonito, por la comunicación que tiene uno con las personas, con los clientes. Aquí llegan muchos profesionales, personas leales a nuestra empresa que echaban mucho de menos  nuestros productos, porque se habían perdido del mercado nacional. Actualmente todo es tela china y entre eso y ponerse un casimir nuestro hay un mundo de diferencia. Y un traje a la medida, mucho mejor. Se lo hace un profesional chileno, un artista”, puntualiza el vendedor, quien con orgullo replica que a la textil le debe los logros de su vida, pues gracias a su prestigio, pudo educar a sus dos hijas en la universidad.

Las particularidades de estas telas son muchas, pero la gente tiene que sentirla. Con los géneros de lana se regula la temperatura para el calor o el frío. “Las personas creen que vamos lento, pero vamos rápido. Le hemos dado un tacto distinto al producto. No vinimos con la idea de cambiar las cosas, sino de mejorarlas. Suavizamos las telas, porque la tecnología lo permite. Esta empresa tiene la mejor tecnología que hay y eso se nota en nuestra producción, recalca Sabat, mientras adelanta que ya están listos con una colección de invierno de mujer. Y, por supuesto, se mantienen los clásicos como frazadas, mantas de castilla y las telas para varón en poliéster lana, súper 120 y 140 o la cotizada Príncipe de Gales, por citar algunos.
Desde un rincón, Jorge Torres ordena y mira las telas, recalca su felicidad de ser textil, que la fábrica no va a morir, porque sus herederos lucharán por mantenerla. “Es que es el alma del pueblo”, explica ilusionado, mientras se confiesa hincha de Deportivo Latorre, uno de los dos equipos amateur surgidos también de este sueño industrial.
Termina el recorrido. Se abren las puertas y al mirar hacia atrás se ven adoquines eternos y en lo alto del muro principal el primer logo que reza: “Paños Bellavista, fundada en 1865”. Y se viene a la mente la fotografía captada en ese mismo lugar con todos los trabajadores de la empresa a principios del siglo 20, que son los padres de los padres de quienes hoy se mueven por esa estructura dura, gris y añosa. ¿De qué voy a escribir?, me pregunto. El sol, la playa, y el olor de la costa reclaman lo suyo. Todo es muy lindo allí, pero la calle me da una mano. Pasa un bus intercomunal y me grita una leyenda: “Orgullosos de ser tomecinos”.
 

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