Besosamente escribo estas líneas

/ 22 de Noviembre de 2011

Recuerdo con fascinación aquellos talleres literarios en mi época de estudiante de Periodismo, cuando un joven sin calvicie y de mente brillante, que era Antonio Skámeta, nos instaba a inventar palabras, verbos y adjetivos nuevos, que no existían en ningún dicccionario. Según Skármeta el lenguaje era algo vivo, un maravilloso puente de comunicación, que necesitaba ser renovado con aire fresco.
Esos talleres eran magistrales porque todo lo que escribíamos, estrujándonos la cabeza para crear nuevos vocablos, era prosa surrealista, vanguardista total. Mucho de ello tienen los poetas, que con deslumbrantes metáforas e imágenes poéticas le entregan a las palabras dimensiones impensadas, energía vital, gozo lúdico.
Es el caso de Vicente Huidobro, que en “Altazor”, su obra magna, se declara un creacionista, es decir un antagonista de la poesía convencional. Una de sus citas es : “Los creacionistas huimos del sublime externo porque no queremos morir aplastados por el viento”. Con ello proclamaba que el “sublime externo”, que era “la realidad cotidiana” debía transformarse en una antirrealidad. El poeta, quien encontró mucha resistencia en nuestro país, vivió casi toda su vida en París inventando palabras.
Los poetas juegan con las palabras, les entregan nuevas connotaciones, creando un imaginario inverosímil pero apasionante. Se dan el lujo de cambiarle la simbología a la palabra y con ese recurso recrean un ambiente mágico, irreal, pero de innegable belleza. Uno de mis predilectos es Federico García Lorca, un fantástico transgresor que nos habla de “verde que te quiero verde, verde viento, verdes ramas, verde carne, pelo verde “. ¿Puede el viento ser verde?
Para García Lorca sí, y para los que amamos su poesía también. Él le puso senos a la luna, cuatro corpiños a la casada infiel, inventó potras de nácar, príncipes gitanos con piel de aceituna y jazmín, garbosos toreros morenos de verde luna, le puso dedos al viento, ese viento lujurioso que en el poema “Preciosa y el aire “, la persigue entre juguetón y lascivo.
Gonzalo Rojas bebió bocas “como si fuera mordiendo las últimas amapolas”. Y para qué decir Neruda y su “cuerpo de mujer, blancas colinas”.
Estoy feliz de haber escrito junto a Eduardo Meissner “Besos y Besos”, como una humilde contribución a la renovación del lenguaje. Me acordé mucho de Skármeta cuando trabajábamos sumidos en manojos de besos. Hasta inventamos palabras que nos objetaría la Real Academia. Como por ejemplo, besosamente. Al firmar los libros ambos acordamos no usar lugares comunes como “ le dedico a fulanito, cordialmente. O afectuosamente, o cariñosamente. No. Pasado de moda. Out. Para Eduardo y yo lo “in” es rubricar: “Besosamente, para una amiga muy especial”. ¿No les parece audaz decirle a algún guapetón o guapetona?: “Te espero besosa en un café”. Por eso he escrito estas líneas besosamente para ustedes.

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