Biutiful: El triste reality del inmigrante

/ 25 de Marzo de 2011

Una marginalidad descarnada que se escapa de las fronteras postales de Barcelona; la estética de la pobreza llevada a la pantalla por un cineasta que sí conoce los pagos del subdesarrollo; una casa chica, sucia, de inodoro viejo y paredes descascaradas; y como entorno, un diario vivir entre maleantes, policías corruptos e inmigrantes tratados como esclavos. Ingredientes, todos, que conforman un panorama que -como diría el chicano- no es beautifull, sino biutiful.
Biutiful, dirigida por el ya consagrado Alejandro González Iñárritu, es una película de sobrevivientes sumidos en la periferia de Barcelona. Uxbal (Javier Bardem) es uno de ellos. Sin un peso ni educación diariamente debe salir a las calles a ganarse el pan mediante toda clase de entuertos al filo de la ley. Es que Uxbal es una especie de intermediador de “extranjeros ilegales”: hace negocios con los fabricantes de productos piratas que son vendidos en las esquinas por inmigrantes senegaleses; luego, soborna a la policía; al día siguiente, “facilita” la entrada de multitudes de chinos sin pasaporte como mano de obra barata en construcciones. Sin embargo, Uxbal no es un delincuente ni un mafioso: su propia ascendencia inmigrante lo hace concebir su trabajo con “humanidad”, mediante la ayuda a quienes ve como sus pares.
Uxbal es también un luchador: no sólo debe criar solo a sus hijos pequeños Maramba (Hanaa Bouchaib) y Mateo (Guillermo Estrella), sino que también debe lidiar con su soledad. Su padre está muerto, su hermano es un vividor y su ex esposa -una prostituta alcohólica y bipolar- no es la mejor compañía. Finalmente es un héroe en desgracia: no acepta un tratamiento para el cáncer a la próstata que lo consume. Tiene demasiados pendientes que resolver y ya casi no queda tiempo, ni fuerzas para seguir.
Biutiful venía precedida de numerosas expectativas, pues tanto la crítica como los seguidores de González Iñárritu tenían curiosidad por conocer qué tipo de cine podría lograr el cineasta azteca tras completar en 2006 su Trilogía del Dolor (conformada por Amores Perros, 21 gramos y Babel), y luego de la partida de Guillermo Arriaga, su guionista y socio. Por cierto, los guiños estéticos y fotográficos de González mantienen su oficio: aquel de plano y contraplano, cámara en mano, fotografías de brillo y desenfoque (reflejando una dualidad de vida y muerte presente a lo largo del todo el filme), más postales de blocks y hacinamiento de una Barcelona muy distinta a la retratada en Vicky, Cristina y Barcelona.
En lo estructural sí hay cambios: por primera vez pasa de una estructura intrincada en ejes temporales y personajes a una historia lineal, donde el protagonista es mueca, metáfora y metonimia del relato. Y es que sin las actuaciones soberbias de Javier Bardem (que ganó en Cannes y el Goya por este rol) ni el talento de Maricel Álvarez (como su esposa) o incluso los extraordinarios roles de los niños, Biutiful habría caído en ser una peligrosa reiteración de su obra anterior. Èse es el mérito de González: construir un mundo a través de sus temáticas y su ambiciosa mirada en el que los actores no sólo actúan: se juegan la vida y se consumen en sus roles. ¿Es válido tanto dolor? Sí, porque ante una sociedad cada vez más indolente, Alejandro González, como pocos, acerca su cámara y talento al inmigrante, al miserable, al biutiful, para ofrecernos su historia como una bofetada en nuestros rostros somnolientos. Tremenda, gran película.

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