Capacidad de amar, un camino lento y lleno de aprendizajes

/ 19 de Febrero de 2014
col-uss-Roberto-SepúlvedaRoberto Sepúlveda Yévenes
Psicólogo y académico de Facultad de Psicología
Universidad San Sebastián

 

Existen muchos procesos psicológicos que se desarrollan durante la adolescencia, todos de gran relevancia para el logro del bienestar y la felicidad en la vida adulta. Uno de ellos es la denominada capacidad de amar, no sólo a sí mismo, sino a otro semejante.
Lo anterior tiene repercusiones para la vida social, en especial en las sociedades postmodernas, donde las relaciones de cooperación y confianza sufren de permanentes crisis. Esta capacidad tiene su génesis en la infancia temprana, sobre todo en el momento de los primeros encuentros e intercambios entre un bebé y su madre-ambiente. En ese instante se instalan dentro del psiquismo del bebé los núcleos básicos de los sentimientos de bondad y sostén de otro.
Es la función materna, en particular su interés por entregar afecto e incondicionalidad, la que más contribuye en el proceso. Sin embargo, el aprendizaje y las experiencias necesarias para activar esta capacidad en la adolescencia tienen sus propias vicisitudes, un tanto distintas que en la infancia temprana. Así, la disposición a amar depende en gran medida de la evolución de la fase narcisista temprana que todo adolescente púber presenta alrededor de los 10 a 13 años. En esta etapa, el objeto de interés para la exploración es sólo el propio cuerpo, los pensamientos y sentimientos. Las relaciones de vínculo son difíciles para los padres, quienes pueden llegar a sentir que han perdido el amor de sus hijos. De ahí los adolescentes evolucionan hacia el interés por los otros y por las cosas del mundo, en especial por las que corresponden al espacio de los adultos.
La posibilidad de amar a otro distinto, cuando aparece, es señal inequívoca de una transformación, pues implica todo un reacomodamiento de aquello que antes provocaba satisfacción. Pero tomar el riesgo de amar a otro es algo que no todos los adolescentes están dispuestos a asumir. Hacerlo es arriesgarse a reencontrar nuevas cosas fuera de su propia mente, las cuales provocan un nuevo interés y placer por conocer el mundo y las personas.
El desafío del amor implica también la posibilidad de sufrimiento, desilusión y dolor. Estos sentimientos vienen junto al amor, asomándose en cada momento, a cada instante durante el proceso de enamorarse. Tolerar, entonces, la angustia de la pérdida, entender que el fracaso es parte de la vida amorosa y abandonar la omnipotencia del narcisismo son factores que nos permiten pensar que un adolescente tiene buenas posibilidades de llegar a amar con compromiso a otro. Eso en el entendido de que el amor y el dolor forman parte de esta maravillosa experiencia de crecimiento.
Más que prohibir la experiencia, la invitación es a mostrarles que todo se construye paso a paso, que ir lento por la vida en estos temas tiene muchos beneficios y, sobre todo, instarlos a aprovechar la experiencia de amor para comprender que es la manera de construir un mundo mejor.

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