CONFIANZAS Y CERTEZAS

/ 18 de Julio de 2007

El matutino de la ciudad ha “levantado” e informado, en al menos dos versiones, sobre lo que hacen hoy quienes fueron autoridades regionales, comunales o parlamentarios y que ahora, por distintos motivos relacionados o no con la voluntad popular, han cambiado significativamente de giro.
Un asunto de fondo relacionado con el presente de ex altos dignatarios tiene relación con las motivaciones que llevan a las personas a postular o aceptar las nominaciones a cargos parlamentarios o de autoridades. Muy probablemente el descrédito generalizado de la actividad política, normalmente vinculada a actividades oscuras o inconfesables, puede llevar a muchos a suponer que en los servidores públicos actuales o en aquellos que lo fueron existe una despreciable ambición de poder. O que les anima el más abyecto afán de obtener ventajas de mero aprovechamiento personal.
No deja de llamar la atención que en los reportajes aparecidos en el diario de nuestra ciudad, cada uno de los consultados -provenientes de las más variadas tonalidades del espectro político- repiten un concepto diametralmente distinto: la voluntad de servicio público es el elemento común que explica por qué estuvieron allá y, en muchos casos, por qué están en las actividades en las que hoy se encuentran. Podrá parecer ingenuo, pero sinceramente espero que sea así como dicen. Prefiero creer que muchos se aventuran a postulaciones parlamentarias y a la aceptación de cargos por nobles razones de bien común y de servicio público antes que aceptar generalizaciones escépticas que producen o acentúan desconfianzas. Es verdad que hay ejemplos -que asumo aislados y menores- que podrían evidenciar que los servidores públicos si no lo son desde un inicio, se convierten en aprovechadores profesionales en vez de servir a sus semejantes. Sin embargo, y por el contrario los consultados en los reportajes mencionados se plantean, como he dicho, distinto ¿Mienten todos?
Estimo sinceramente que no es así. Voy aún más lejos y califico de irresponsables a quienes, con propósitos también eventualmente inconfesables, quieren arrastrar a nuestra sociedad a un estado de desconfianza y escepticismo ¿Para qué?
Las sociedades necesitamos creer en valores permanentes, tener ideales y metas comunes capaces de convocar y movilizar voluntades que sean antepuestas a sus personales y también legítimos objetivos. Sólo así las sociedades progresan y ello se traduce en ventajas y oportunidades para quienes en ella son los más desprotegidos.
Hace unos días en la capital de Argentina se “reflotó” una legislación que permitía a alcaldes y otros ejecutivos comunales y regionales, así como a parlamentarios de esa ciudad, jubilar en condiciones excepcionalmente ventajosas si se las compara con las de los ciudadanos comunes. La nueva norma recreó un enojoso beneficio establecido hace más de 50 años. Las condiciones ofrecidas eran muy similares a las que, hasta 1973, tuvieran quienes ejercían cargos parlamentarios por ocho años en nuestro país y que fuera derogada. Tan excepcional y de inaceptables privilegios fue la legislación comentada en el vecino país, que parlamentarios de todos los sectores se apresuraron a anunciar intenciones de corregirla apenas trascendió a la opinión pública, la que, por cierto, reaccionó airadamente.
El necesario y sano desarrollo de nuestra sociedad requiere de un mundo político prestigiado, creíble y valorado por todos. No caben arreglos o acomodos ni relativizaciones éticas o morales de posteriores trágicas e imprevisibles consecuencias. Se hace necesario un acto de fe sincero y vigoroso, potente y verosímil que empuje a quienes nos representan y gobiernan a dar lo mejor de sí en el cumplimiento de sus indelegables funciones permanentes. El día y la ocasión es hoy y no mañana o después de la última ventaja politiquera que se esté fraguando. Mucha confianza, mucha transparencia y toda la accountability posible -como se dice ahora- para evaluar el cumplimiento de las políticas, planes y programas que se pretenda ejecutar. Nuestra sociedad debe superar el reinado de las tinieblas, de las dobles intenciones, y dar pasos resueltos hacia niveles superiores de desarrollo que comienzan en la confianza en quienes hemos puesto al frente. Parece difícil, pero sinceramente creo que es lo que hay que hacer.
Eugenio Cantuarias L.

O’Higgins 680, 4° piso, Oficina 401, Concepción, Región del Biobío, Chile.
Teléfono: (41) 2861577.

SÍGUENOS EN NUESTRAS REDES SOCIALES