C.R.A.Z.Y: la emotividad

/ 1 de Octubre de 2007

El cine canadiense hace tiempo que comienza a marcar presencia en la cinematografía mundial. Aunque está lejos de lograr los volúmenes de producción de las majors ,y muchos de sus directores (David Cronenberg), actores (Mía Kirshner) y técnicos emigran hacia Hollywood, importantes factores como su antigua tradición documental (no es gratis que “Corporation” haya ganado más de 20 premios), algunas producciones de cierta repercusión internacional como “Léolo” o  “Asses of fire”, más dos festivales importantes (Toronto y Montreal), permiten hablarnos de un renacimiento de su industria. Casi un modelo a seguir para la producción de estos pagos, si consideramos que buena parte de su auge se debe al apoyo de sus gobiernos y la calidad de sus escuelas.
Por ello, no es sorprendente el éxito alcanzado por una película como C.R.A.Z.Y: en su país recaudó más de 6,2 millones de dólares, consiguiendo también una serie de premios internacionales: 11 de los 13 premios Genie del cine canadiense (fue postulada a mejor película de habla no inglesa en los Oscar), premios en los festivales de Gijón, Vancouver, Toronto y Marruecos, y también nominaciones para los Globos de Oro.
C.R.A.Z.Y, dirigida por Jean Marc Vallée, es una historia que explora la vida de una  familia de clase media desde 1960 a 1980. Se enfoca en Zachary Beaulieu (Émile Vallée), el cuarto de cinco hermanos. En él todo siempre fue especial: desde haber nacido un 25 de diciembre, a tener supuestos poderes sobrenaturales que -según su sobreprotectora madre (Danielle Proulx)- le permitirían realizar curaciones a distancia sólo utilizando su voluntad. Gervais Beaulieu (Michel Coté), su padre, es un tipo bonachón aunque algo machista y conservador, y si bien adora a su pequeño Zac y forja grandes expectativas en torno a él, siente temor al encontrarlo diferente a los otros chicos. Zac lo intuye; pasará de una infancia especial a una juventud atormentada (ahora interpretada por Marc-André Grondin) por el temor al rechazo de su padre: aunque no desea admitirlo, es homosexual. Y la represión de sus instintos y los trastornos en su familia le harán las cosas muy, muy difíciles.
Lo que más gusta de C.R.A.Z.Y es que es una película hecha por gente que sabe dirigir cine, pero más que eso, que logra transmitir emoción, que se compromete y respeta a su público. Se manifiesta en muchos gestos: en cómo construye sus personajes, en sus diálogos, en sus chistes obvios, otros más inteligentes -y algunos francamente mordaces- y en sus metáforas, como los intentos de Zac por recuperar el disco de la cantante country Patsi Cline, favorita de su padre. También en la sutileza por mostrar el conflicto interno del chico, a través de sueños y fantasías oníricas que, tal como se hiciera en “Mi vida en rosa” (Alain Berliner) demuestran imaginación, riesgo y criterio por parte de Vallée. Claro, sus encuadres y cámaras no son especialmente novedosas, pero sí precisos y muy, muy sensibles. El conjunto es una armonía clásica, pero talentosa, que se conjuga perfectamente con una notable banda sonora ad-hoc, que congrega desde Elvis Presley a Charles Aznavour, Pink Floyd y el David Bowie que preguntaba “can you hear me Major Tom?”, en Space Odessey.
Por supuesto, el buen trabajo de guión también resulta clave. Sin compartir que sea uno de los puntos fuertes de esta película (el final es demasiado largo y algunas escenas pueden caer en lo zonzo), su mérito es lograr cambiar el ritmo de una comedia ligera a un drama a secas sin aterrizajes forzosos. La historia atrapa gracias al desarrollo de otros protagonistas como el mujeriego y drogadicto Raymond (Pierre-Luc Brilliant), hermano mayor de Zac, y los contenidos son reforzados gracias al uso profundo de arquetipos (la religión como apoyo psicológico plantea todo un debate en este film), lo que hace esta experiencia muy diferente de otros intentos “emotivistas” como, por ejemplo, la clisé, light y publicitaria “Amelie”.
En definitiva esta es una de esas buenas pelis que demuestran que las grandes historias se pueden contar desde las personas aparentemente simples y cotidianas. Y que en algunos casos la cuota debe inclinarse más hacia la emotividad que lo cerebral. Vaya a verla.
Por Nicolás Sánchez

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