Desolación en Dichato y Coliumo: En la ruta del tsunami, historias de horror y grandeza

/ 24 de Marzo de 2010

Dichato
En las exclusivas  Torres del Mar, en Dichato, el lomo negro de la tercera ola se coló por los departamentos del primer piso, inundándolos de sardinas y pulpos. Ahí vivía Carlos Mancinnelli, el ingeniero con un post grado en Ingeniería Ambiental avecindado en Suecia que viajó a poner el hombro. En tiempo récord armó campaña para “ni tocar” químicos de la Estación de Biología Marina de la UdeC diseminados en la playa.
El día que volvimos a Dichato, con la instrucción militar precisa de permanecer una hora y no más, las olas se mecían suaves y silenciosas. “Yo no fui” parecían repetir a modo de excusa, pero el desolador entorno y las fogatas que consumían vestigios de su paso encabritado por el pueblo, acusan lo contrario. El hedor y el sufrimiento de tantos albergados, también. Y qué decir de las víctimas todavía sepultadas por escombros y toneladas de lodo mal oliente.
Los dedos acusadores apuntan a la Armada y al gobierno de la ex Presidenta Bachelet. “Poco importa a estas alturas que hayan destituido al director del Servicio Hidrográfico y Oceanográfico de la Armada (Shoa) o que haya renunciado la directora de la Oficina Nacional de Emergencia del Ministerio del Interior (Onemi), pues los muertos y los desaparecidos seguirán vestidos de mar a la fuerza”, escribió el sociólogo y director del Centro de Estudios de América Latina y el Caribe, Tito Tricot, en el portal El Amaule, a propósito de una alerta que mal se comunicó. O no se entregó.
Que sí, que no, que sí y, finalmente, que no. ¿Cuántos de los 700 y tantos fallecidos habrían podido salvar de la ira del Pacífico?
Y de por qué murió tanta gente en Dichato mismo -16 cuerpos recuperados y 40 desaparecidos-  el  pescador José Badilla Andrade (64) dice: “Eran veraneantes y otros andaban medios cocidos. Un sobrino mío, Ned Dunn Barbosa (40) está desaparecido por lo mismo. Era día de carrete.  Los veraneantes estaban arrendando casas. Algunos arrancarían, pero no supieron a dónde. No sabían y andaban vueltos locos por ahí”.
Él vivió el terremoto en Dichato -la única casa que quedó en pie en calle Daniel Vera 833 es la suya- y el tsunami en Coliumo. El día que hablamos limpiaba su negocio. Kilos de lodo ya estaban fuera. Cinco congeladoras inutilizadas y los precios de la virutilla, en el techo. “Como buen chileno, hay que seguir adelante”, atina a decir con un nudo en la garganta este hombre que, como pescador no sufría tanto como el comerciante que es hoy.
En Coliumo, las casas de los pescadores, a orilla de playa fueron las más afectadas y este viejo pescador cuenta que la  mar arrasó primero caleta Villarrica, “y de ahí se vino para acá (Coliumo) revolviendo las aguas. Hubo tres olas y la última levantó todo. Como El Morro nos defiende un poco, (el tsunami) se vino de allá para acá. Por eso los barcos quedaron diseminados para arriba”, en dirección a la carretera  Dichato-Tomé-Concepción.

“¡Arranca Antonia!”

Claudia GutiérrezNo menos de 20 mil personas trastornan en verano la vida de Dichato según la Prefectura de Talcahuano que dispone de servicios especiales para la época. Y es que el carrete a destajo para los jóvenes, las buenas mesas de mariscos y pescados para almuerzos familiares en picadas y restaurantes o las bonitas casas de veraneo y cabañas descolgándose por los cerros, pensiones y carpas como alternativas contribuían al gentío.
Ferias, artesanía, juegos, arriendos de motos, paseos en bicicletas, botes, kayaks o en lanchas contribuían al panorama divertido de la temporada que estaba llegando a su fin con la vuelta a clases.
Pero faltaba todavía una semana para regresar a la rutina, y desde Ancud a unos de los departamentos de  Las Caracolas, en las Torres de Mar, en  calle Pedro León Ugalde 42, llegó Claudia Gutiérrez Mendoza (32), sus hijos Antonia y Juan Cristóbal Morales  y sus sobrinos Alondra y José Ignacio Comas. Al día siguiente se le reunirían sus padres y hermanos para una semana familiar. Luego volvería al frío y la lluvia del sur.
El día del terremoto grado 8,8 en la escala Ritcher, a las 0.30 horas paseaba a orilla de playa con los niños, pero no le llamó la atención la cantidad de sardinas y pulpitos varados, los que, a la mañana siguiente hallaría por kilos en el departamento del primer piso. Llegaron con la tercera ola de la violenta marejada que destrozó ventanales, puertas, muebles y dejó en las paredes su marca aterradora: 2.20 metros de altura.
Y si ya el sismo había sido traumático abriendo a empujones las puertas y sacando uno a uno los niños (entre 5 y 14 años), todavía dormidos, que prácticamente lanzó por la ventana de la cocina hacia el patio de estacionamientos mientras caían botellas, vasos, platos y muebles, salvarlos de las olas fue tarea titánica. “La mamá nos gritaba: ¡corre Antonia que viene la ola…!” cuenta la niña (7) todavía asustada.
Tras el remezón  y con lo puesto habían logrado alejarse del edificio en dirección a los cerros trepándose -casi sin permiso- a una Van, el último vehículo en salir del estacionamiento, y que conducía una mujer.  Pudo más la urgencia por un baño y volvieron cuando escucharon decir que la Armada no había dado el alerta de tsunami.
El lomo negro de la tercera ola levantándose, con su ruido ensordecedor  “como si afilaran cuchillos” lo vio al amanecer con sus chiquillos aferrados a sus pantalones mojados. Estaban en un cerro a orilla de camino. El más pequeño vomitaba y Alondra, su sobrina, clamaba por su padre. “Estaba amaneciendo, pero todavía estaba oscuro cuando avanzó y retrocedió llevándose todo a su paso. Como el mejor guión de una película, la gente gritaba, los niños lloraban y tiritaban, había vehículos atravesados, algunos querían ir a recoger sus cosas y en medio de todo aquello intentos por auxiliar a un caballero que tenía ensartado un vidrio en la cara y las piernas destrozadas. Lo habían rescatado del mar, pero no se podía pasar en dirección a Tomé o Concepción”, narra Claudia.

“No sé por qué la ola llegó con dos horas de retraso”

Las Caracolas, las Medusas, los Corales y los Albatros se llaman los edificios que conforman las cuatro torres de departamentos de 8 pisos (90) que, desde 2004, le dio otra cara a Dichato y que se alza en el área que fuera la ex estación de Ferrocarriles del Estado, frente a la playa. Por entonces, el “chillanejo” entre Chillán y Concepción llevaba de una y otra ciudad a los veraneantes al balneario donde nacieron los primeros amores o conquistas.
En los Albatros, octavo piso, vive aún el oceanógrafo de la Universidad de Concepción, Wolfgang Schneider, de Nuremberg. En busca de oportunidades, llegó al país hace 10 años y hace 6 se quedó a vivir en Dichato, estaba más cerca de la Estación de Biología Marina que también colapsó. Con su peculiar acento, dice que vivió minutos de horror en lo que, bromea, fue estar en la montaña rusa y anuncia que se quedará porque la reconstrucción será rápida, y “esto se va a levantar más rápido de lo que creemos”.
En su departamento “se quebraron lámparas, vidrios, botellas. Todo se mezcló con el vinagre y el aceite. Era complicado caminar. Y como yo sabía que después de un terremoto cerca de la costa hay una alta posibilidad de un tsunami, sabía que tenía que escapar. Estaba nervioso. No encontraba ropa; finalmente hallé un short, chalas, polerón y las llaves y salí del edificio corriendo. Pasó una señora con su jeep y ofreció llevarme al cerro”.
Y agrega: “No sabemos por qué la ola llegó con dos horas de desfase. Cuando el epicentro es muy cerca, esperamos que llegue el agua en 5 ó 10 minutos. En este caso -y para mí es un milagro y no lo entiendo- se demoró dos horas en llegar.
-¿Pudo salvarse más gente?
– Mucha gente se confió y no salió hasta cuando llegó el agua, escapó en el último minuto. Un terremoto de esta magnitud es excepcional. Pienso que debe haber un sistema de aviso, pero si no hay electricidad, cuando no hay TV, ¿cómo avisarle a la gente? Se necesitan sirenas.

De Lorenzo Arenas a Miami

Schneider, Sonia Passini y Carlos Mancinelli son los “extranjeros” que se quedaron o llegaron a Torres del Mar y compartieron una olla común con los conserjes. Son copropietarios.  Gracias a los trabajadores,  el condominio no fue saqueado. Ni flores ni áreas verdes hay ya. Todo sucumbió al paso de las olas salinas que además dejaron instaladas en medio de la piscina un yate y todos los departamentos de los primeros pisos dañados.
Pero el edificio sigue en pie, un poco ahogado pero sin daños estructurales describe Sonia Passini  (65), una chilena-norteamericana, oriunda de Lorenzo Arenas II. “Fuimos la tercera familia que llegó allí, tenía 8 años. Mi padre trabajaba en Ferrocarriles del Estado, vivíamos en la avenida de los ferrocarriles”.
Desde hace 28 años vive en el extranjero. Hoy, ella y su marido (62) están en Miami. Todo chileno quiere volver a su tierra -dice- y ella eligió invertir sus ahorros en Dichato, porque “fue la playa de mis padres desde siempre”, es un lindo balneario y con un auge increíble que reúne gente de muchas nacionalidades y de distintas partes del país. El sueño del matrimonio es venirse a  Chile.
“Hace 40 años que no tenía idea de lo que era un temblor, estoy acostumbrada a los tornados y a los huracanes, pero no a los terremotos. Estos edificios pasaron la prueba de fuego; hay muchos (en Concepción)  que están para demolerlos y éste, que estaba aquí en la playa, por el que pasó el tsunami, estructuralmente no tiene nada. El agua entró con fuerza sí a la planta baja donde está la sala de eventos, gimnasio, secadora /lavadora, piscinas y a los primeros pisos donde reventó todo; las bodegas que están debajo de cada departamento, también, y algunos autos quedaron incrustados en distintos lados”.
El día del sismo, dormía en Los Albatros 201 con  su hermano y dos sobrinas nietas de 11 y 12 años;  se levantaron rápido, vistieron y bajaron del edificio. “Nadie decía que venía tsunami y estábamos conformes con eso. De repente a la hora y media llega la alerta de tsunami. Todo el mundo partió al alto. Con la segunda ola  todos salieron al cerro. Muchos no creyeron, a muchos se los llevó la mar, casas enteras una sobre otras. Fue dantesco, horrible. Yo todavía no he soltado mi angustia, estoy un poco intranquila y con pánico”.
Después del terremoto, una semana estuvieron en un campamento de albergados. Se hizo amiga de un matrimonio de ancianos que le ofrecieron una cabaña. “No se la pasaban ni a sus hijos. Los coterráneos de aquí son gente increíble, fantástica, solidaria, de piel. De ese tipo de gente  ya no hay”.
– ¿Con que se queda: terremoto/tsunami o huracanes/tornados?
– Me quedo con los huracanes, pero el mar es hermoso, me encanta. Tenemos la chance de evacuar, lugares estratégicos donde ir y aquí en Dichato no había ninguno. El alcalde de Tomé no se preocupó en lo absoluto. No hay ninguna señalización y en el norte, en cambio, está todo señalizado.
La gente no supo para dónde arrancar. Es cierto que se pierde el control y aquí llegó mucha gente que no tenía idea para dónde arrancar. La gente de Dichato sabe el plan  de acción, la que viene de afuera no supo qué hacer. La ola pilló a muchos turistas. La semana antes se habían ido unos cuantos por el colegio de los niños, pero quedaban muchos. Lo mismo pasó en Pingueral, pero aquí fue más.
– ¿Así y todo le interesa quedarse acá?
– Yo tengo sentimientos encontrados; esto era hermoso y ver como está, entristece mucho, pero tenemos fe y esperanza en que esto va a ser para mejor; que Dichato se vas a levantar como el  ave fénix. Hay mucha gente que adora este lugar y esperemos en Dios que como los tsunamis vienen cada 40 ó 50 años, todo  se resuelva bien. Estamos esperanzados que pase un poquito esta paranoia que todos tenemos. Hay réplicas  y queremos salir corriendo.
– ¿Qué tan diferente son los planes de acción (evacuación) de Estados Unidos?
– Ante la alerta de huracán la radio avisa, informa  los lugares donde están los refugios y lo que hay que llevar. Sólo lo estrictamente necesario: documentos, algo de primeros auxilios, un par de mudas de ropa, pero no podemos llevar nuestras mascotas. Entre más quepan en el refugio, mejor. Es como un bunker y si no va a pasar tan fuerte, nos quedamos en el colegio o en un parque.
Hemos pasados cuatro ya, incluido el Andrew. Nuestra casa está bien protegida, pero igual tenemos que evacuar. Si viene por Orlando y a las 5 de las tarde va a pasar por Miami, en la zona de Cayo Hueso, por decir algo, hay que evacuar.  Las casas rodantes vuelan, con el Andrew, el zoológico quedó destrozado. Todavía se siguen encontrando serpientes en algunos lugares.
Hay desolación en Dichato, está muy triste todo, pero esto se va a levantar. A veces uno no tiene explicación de por qué Dios hace las cosas así, pero hay un gran propósito de Dios en todo esto. Ya vamos a ver florecer las rosas, los árboles y la piscina, el césped que había hermosísimo.

De emergencia, pero para siempre

Carlos Mancinelli Zambrano (46) es chileno, pero vive en Estocolmo, Suecia. Es  ingeniero civil con un post grado en Ingeniería Ambiental y trabaja en el Instituto Sueco de Medioambiente. Es rescatista también y estuvo dos semanas en la zona.  El día del terremoto no estaba en Dichato-aclara- pero lo que veía en TV decidió el viaje. Agarró maletas, cruzó el Atlántico y desembarcó en Dichato, donde es copropietario de uno de los departamentos (Los Corales)  de Torres del Mar. Con la familia (esposa sueca y dos hijos) van y vienen. Tres  años en Chile, tres en Suecia y en Dichato vivió un año.
“¿Sabes? -refiere divertido entre tanta desgracia-  cuando entré al departamento sentí que tenía vida; que me vio llegar y como avergonzado, cabizbajo, me saludó: ¡hola!  Lo vi desnudo, tan vulnerable. Fue alegre y triste vernos. Viví un año aquí con mis hijos. Debe ser la pena de los recuerdos”.
Carlos Mancinelli revisó sus cosas, puso a secar colchones, se tomó un roncito y partió al pueblo a ayudar. El martes 9 estuvo toda la mañana trabajando en la escuela, limpiándola junto con los marinos. Hicieron puente -dice- con  el colegio Mozart Schule Concepción para comprarles delantales a los niños de kinder y prekinder.
-Como experto que es ¿qué podría ocurrir aquí si no se limpia?
– Yo vine ayudar porque conozco bien el tema de residuos sólidos, manejo de basura y residuos peligrosos. A una semana es difícil aplicar algo técnico; aquí la gente quiere sacar las cosas y vamos botando el resto, pero hay muchas cosas que se pueden usar: zinc, ladrillos y escombros para bases, madera para construcción o leña. Estamos usando la cancha  para la recolección.
Tenemos también el tema de la Estación de Biología Marina  y hay varios containers perdidos  con  productos químicos altamente contaminantes. Caminando por la playa me encontré con una botella de acido clorhídrico. Hicimos  una campaña porque hay mucha gente -niños también- recolectando cosas, colocamos avisos diciendo que si encontraban botellas de colores verde o café no las abrieran.
Hay mucho que hacer aquí. En muchas partes del mundo hay catástrofes y en Chile no ha sido la primera vez. Pertenezco a un grupo de rescate en Suecia (MSB), somos distintos profesionales y cuando hay catástrofes, dependiendo de lo que necesite el país, te envían como funcionario.
– Usted dice que vivió también  aquí,  pero ¿qué lo decidió a  venir de tan lejos?
– La familia. Tengo 46 años y yo me venía en tren a Dichato, mis primeros amores fueron aquí, pero entre tanta noticia en la TV uno no alcanza a dimensionar lo que pasó realmente si no lo ve o camina por sus calles. El epicentro fue en Concepción, pero hace poco yo estuve acampando en Pelluhue y Curanipe. Pasamos por Cauquenes, Chillán, Parral. Quiero verlo también.  Hay mucha gente ayudando, y es que en situaciones extremas se ve lo bueno y lo malo de las personas.  Aquí toda la gente es buena onda y ayuda. Lo importante es hacer un análisis personal y cómo esto te va a cambiar de aquí para adelante: ser una mejor persona. En esto del consumismo hay que preguntarse ¿para qué? Ojalá que en dos o tres meses no nos agarre la máquina, digamos chao y dejamos todo igual; construyendo además casitas de emergencia para siempre.

Un ruido como de final

Paz Lilyan, poetisaLa poetisa Paz Lilyan (70), de Coliumo, no puede odiar al mar que aniquiló la casa de adobe construida por su padre, y que ya había soportado bien los terremotos del 39 y del 60. “Nos dio la espalda, pero no porque quisiera. Fue algo superior” y mirando el horizonte, le recita: “(…) Van a volver las barcas llenas de peces,  van a volver las gaviotas a gritar alegres por lo que llega a la orilla, van a volver los rostros alados llenos de esperanzas, llenos de ilusiones. Ese es mi mar de Coliumo”.
Con un ruido “como de final” -cuenta- lo vio sí envolver todo. En el cerro, donde la familia buscó refugio, “los que estaban cerca, gritaban: ¡el mar, el mar! Se tomaban la cabeza. Ese sonido era de final, todo se quebraba, árboles, casas, botes, barcos. Era horrible. Un mar embravecido. Era su visita, pero no quería dañarnos”.
Desde hace 26 años, esta mujer se pone a la cabeza de una celebración que es propia de Coliumo y única en el litoral: La Navidad en el mar, donde niños y familias de Los  Morros participan en  su recreación. Es única, simple y humilde, y el último  varón nacido en la caleta representa al Niño Dios. En 2009,  el elegido fue el hijo de Gustavo Vera y Glenda Sanhueza.
Mientras funcionen neuronas y corazón -dice- seguirá habiendo Navidades en el mar. Por eso “yo quisiera sacar a los hombres que están en carpas, durmiendo, y decirles: la vida continua, hay que limpiar esta playa, volver a tenerla hermosa. Me duele que se queden de brazos cruzados cuando hay tanto por hacer. Ya hubo el momento de dolor, de llorar tal vez voy a llorar siempre porque esta casa la construyó mi padre, y lo que hizo más daño fue mi amigo el mar; quiso borrar mis poemas, pero la poetisa tiene que seguir, me dicen. Los rescataré”.
“No quedó casa parada”, cuenta, a su vez,  Margarita Torres Moscoso en el campamento número 3-B, pero anuncia que apenas pueda se irá a Chaca Alicia, en el mismo balneario de Dichato, donde es dueña de un sitio. Si hubiese estado vivo el empresario Alejandro Quiero Avendaño, alega, ya le habría levantado su casa. “Es que yo atendí a su madre Berta”. A sus 88 años le sobra energía para contar que “de mi marido con libreta tuve 10 hijos” y cuatro siendo soltera, porque hacerse remedio sigue siendo pecado, y que a punta de ñeque en el campo sacó adelante a los suyos.
Con lo puesto la sacaron sus hijos de su casa de La Posta, donde vivía parte del familión y asegura que el terremoto-tsunami del 27 de febrero de 2010 dejó pálido el poder destructor del 39 y 60: “Si hasta un bote me lo fue a tirar a Coliumo…”

O’Higgins 680, 4° piso, Oficina 401, Concepción, Región del Biobío, Chile.
Teléfono: (41) 2861577.

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