Educación y deberes

/ 22 de Noviembre de 2011

¡Qué paradoja! ¡A lo que hemos llegado! Sí, el caso es que en este mundo de umbrales del siglo XXI “quien controla las imágenes es el dueño de la realidad “. De manera que éstas no tienen nada de neutras, incluso su relación constituye un mensaje orientador de conducta una y otra vez. Es que ninguna acción humana deja de lado su carga intencional, siempre hay propósitos, unos encaminados hacia el bien, otros hacia el mal. Entonces, cada vez se hace más certera aquella extendida reflexión en torno a los grandes medios de comunicación que visualizan en los mismos el gran escenario universal de primera responsabilidad para con los destinos del orbe.
Hace una década el sabio intelectual Samuel Huntington, aludiendo a los principales hombres de empresas de Oriente y Occidente, apuntaba que sus diferencias político-económicas en unos y otros continentes no eran tan acusadas o severas, pero existían y existen. Mientras la sabiduría oriental privilegia la colectividad, la autoridad, la jerarquía y disciplina, nosotros insistimos a favor del individualismo, la competencia, disidencia y egoísmo desenfrenado. Oriente trabajando desde siempre a largo plazo, ahorrando, invirtiendo. Occidente a corto plazo, gastando más de la cuenta, consumiendo de todo y a toda hora. A pesar de lo poco que sabemos todavía de ese otro lado del planeta, ya podemos afirmar que ojalá vayamos haciendo nuestras las mejores virtudes orientales de la benevolencia y la reciprocidad.
Teniendo presente nuestro reciente pasado humano, no cabe duda que el hombre ha sido exitoso en materia de ciencias, no así en lo relativo a conciencias. En el extremo, las variadas formas de corrupción que continúan minando nuestro estatuto moral y ético. Incluso Chile, que está lejos del grupo de países que encabeza este flagelo, así lo vive.
Espíritus de otras épocas y algunos actuales nos han dado “tarea para la casa” que no hemos sido capaces de resolver, como la propuesta de Aristóteles en su “Ética a Nicómaco”, en la cual educa al hijo respecto de la magnanimidad. La señala como una de las virtudes más excelsas y deja en evidencia que el magnánimo es el hombre que dilata su espíritu tras nuevos horizontes de bien construidos día a día con humildad y paciencia a favor de los demás. Se es, pues, de ánimo grande cuando tenemos la capacidad de proyectar nuestros propios anhelos y sueños, entusiasmando a los otros a favor de causas nobles. Bien lo resume el ensayista Frank Outhan en su Teoría del encadenamiento ético: “Vigila tus pensamientos; se convierten en palabras. Vigila tus acciones; se convierten en hábitos. Vigila tus hábitos; se convierten en carácter. Vigila tu carácter; se convierte en tu destino”. Vamos, no inmolemos nuestro tesoro más preciado, cual es nuestra cultura, al dios del mercado y los negocios. Las seriadas crisis que vivimos y padecemos a nivel mundial así nos lo aconsejan.

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