El pasado carnavalesco del Biobío

Las fiestas de la primavera y los carnavales fueron en el pasado muy populares. Estos espectáculos, de origen europeo, se vienen celebrando en Chile desde principios del siglo XX. En la Región del Biobío también han estado presentes. Concepción, Talcahuano, Penco, Hualqui, Cañete, Lebu, entre tantas otras comunas, han tenido, y algunas de ellas siguen teniendo, su semana de fiesta, bailes, flores, disfraces, carros alegóricos y reyes.  

Por Natalia Messer

El frío y la lluvia no se quieren marchar. Faltan casi dos meses para el arribo de la primavera, y muchos esperan con ansias a que el perfume de las flores, los rayos del sol y el baile de las golondrinas pasen a ser los verdaderos protagonistas de la jornada.  

Ese anhelado ambiente primaveral estuvo en el pasado muy conectado a una celebración que brilló con luz propia, y que, a vistosos carros alegóricos, sumaba disfraces, comparsas, reyes y reinas, que fueron parte de una fiesta que se iniciaba casi siempre con la llegada de esta estación. 

Mario Jones Rivers, “el rey que perdió el trono por amor”.

Las fiestas de la primavera y los carnavales también contagiaron a varias comunas de la Región del Biobío hace casi un siglo. Concepción, Talcahuano, Penco, Lebu y Cañete, entre tantas otras. Ninguna quiso restarse de estas festividades, que se prolongaban durante toda una semana.

Los disfraces -que mostraban desde diablos, payasos y arlequines hasta piratas y magos orientales- eran lucidos con gracia por esos habitantes que vibraban con ese ambiente de alegría y fraternidad. En las calles, circulaban los carros alegóricos, construidos con esfuerzo por estudiantes universitarios o por trabajadores de reconocidas empresas de la zona. El tema podía ser un edificio, un galeón o una figura amorfa, que se asemejaba a un ser humano, pero lo cierto es que la competencia por el primer lugar era muy reñida. 

Una época inolvidable, y donde la “velada bufa” era el broche final para esa sinfónica semana: se trataba del baile de la coronación, que siempre se acompañaba de música, recitales de poesía y bailes con orquesta. 

El origen

A estas celebraciones laicas se les conoce en su génesis como “Fiestas de la Primavera”. Su origen es europeo y en Chile comienzan a organizarse a principios del siglo XX. 

Uno de los primeros espectáculos de este tipo de los que se tiene registro histórico en el país, sucedió en octubre de 1915, cuando la Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile decidió homenajear con música, trajes y carros alegóricos a la “estación de las flores”. 

De ahí en adelante, estas fiestas adquirieron más popularidad, sobre todo en ciudades como Santiago y Valparaíso, en las que la élite social se lucía participando, ya fuera interpretando personajes en obras de teatro, recitando en concursos de poesía o, simplemente, vistiendo sofisticados disfraces.

Con el correr de los años, estas manifestaciones culturales se desplegaron por todo el territorio nacional y llegaron a realizarse incluso en Punta Arenas. Casi ninguna ciudad se quedó sin su fiesta, carros y reinas. 

La época de oro de estas celebraciones vino en la década del ‘50. Para entonces, las fiestas de la primavera se volvieron masivas y populares. De ahí en adelante también se les empieza a denominar con más frecuencia “Carnavales”. Asimismo, estas festividades comenzaron a ser una de las fechas más esperadas del año, lo que en parte se debió a que ya no eran únicamente las élites las que participaban del espectáculo, sino que también se hacían parte de ellas todos los vecinos, sin importar origen ni posición social. 

El galeón 

A sus 89 años, Mario Jones Rivers conserva intactos los recuerdos sobre las fiestas de la primavera y, más tarde, de los carnavales. Es que los buenos momentos en torno a ellos son incontables, y las anécdotas, más todavía. 

“La muchachada de aquellos años expresaba la alegría de su juventud participando con disfraces, murgas, carros alegóricos. La Plaza de la Independencia se llenaba de familias”, rememora.

Desde pequeño, Mario Jones conoció estas celebraciones, ya sea disfrazado de vaquero o, más tarde, asistiendo a las veladas bufas, y participando de las murgas y marchas con carros alegóricos. 

Con atuendos similares a la bandera de Estados Unidos, este grupo ingresaba al baile de la Universidad de Concepción.

Sus primeros recuerdos provienen de Penco, de donde es oriundo, pues su padre, Tomás Jones, ejerció el cargo de alcalde en esa comuna durante gran parte de la década del ‘30. 

Casi 20 años más tarde, y siendo muy joven, entró a trabajar a la Compañía Siderúrgica Huachipato, la que participaba, a través de sus trabajadores, tanto en las fiestas de la primavera de Concepción como de Talcahuano. Fue en esa época también que Jones comenzó a involucrarse, poco a poco, en el área recreativa de esa industria e, incluso, participó en la creación de carros alegóricos, los que destacaron siempre por su buena manufactura.

“Ganamos el primer lugar con un galeón que realmente parecía un galeón… hasta tenía ruedas, y nosotros íbamos disfrazados de piratas”, cuenta. 

Para construir los carros había que prepararse con meses de anticipación y era necesario recolectar una buena cantidad de dinero. Mario Jones recuerda que eran los propios trabajadores de la empresa los que se encargaban de reunir los fondos, organizando bingos y malones. 

La idea era participar de la celebración, pero también conseguir el primer premio, que siempre era una importante suma de dinero. La competencia era diversa y exigente; por ende, había que esforzarse mucho para lograr convencer al jurado de que el carro exhibido era el más bonito de toda la fiesta. 

“Había interés por estar presente. Por ejemplo, la Universidad de Concepción participaba con sus escuelas de Ingeniería, de Leyes, Odontología, Trabajo Social y Obstetricia. En las empresas estaba Huachipato, Ferrocarriles y varios liceos y colegios de Concepción. Era una competencia de ingenio y un espectáculo imperdible”, dice. 

Velada Bufa

En la década del ‘50, tanto en las fiestas de la primavera como en los carnavales de la capital regional, la coronación de los reyes se realizaba en la famosa velada bufa, la que se hacía en el antiguo Teatro de Concepción, ubicado en calle Barros Arana con Orompello, un sitio cargado de historia, donde se exhibieron memorables obras como Romeo y Julieta, Rapunzel y La Cena de los Inmortales.

Fue una época marcada por una juventud muy activa y con ganas de hacer cosas, que se lució en las artes y la cultura. Imborrables son nombres como Jorge Rivera de la Barra, Tennyson Ferrada, Álvaro “Morfeo” Zemelman, Andrés Rojas Murphy, Anita Bermeo, entre tantos otros, muchos de ellos ligados al Teatro de la Universidad de Concepción (TUC), y que también formaron parte de esta alegría penquista. 

La música era también parte esencial de la velada bufa y de toda la semana carnavalera. Adriano Reyes Fuentes participó constantemente de estas celebraciones. Llegó a Concepción en 1952, desde la provincia de O’Higgins, en calidad de Jefe de Banda del Regimiento Chacabuco. “Adriano”, como era popularmente conocido, logró conquistar a los penquistas, especialmente a los universitarios, con sus pegajosas melodías, hoy ya casi olvidadas, entre ellas el “Baion penquista”, “Carnaval” y “Rock universitario”.

“Esta velada era sin dudas inolvidable… el teatro se llenaba y la gente disfrutaba sanamente. También allí surgieron ‘las píldoras del amor’, como se les llamaba, porque después de estos carnavales se daban muchos casorios”, cuenta Jones.

Perdió el trono

La elección de reina y rey feo en aquella época era por votos, y había que comprarlos; por tanto, ganaban aquellos que reunían la mayor cantidad de dinero.

Década del 30: Desfile de disfraces en el centro de Concepción.

Entre las candidatas a reina estuvo Adriana Bebin, quien fue además reina de Concepción como parte de otra celebración mucho más antigua y que antecedió a la fiesta de la primavera y los carnavales. También se recuerda aún a otras candidatas, entre las muchas que hubieron, como Carmen Escobar de la Maza, Marta Mora y Silvia Bormann. 

Los reyes feos, a diferencia de las reinas, “no destacaron justamente por su belleza”, confiesa entre risas Mario Jones, pero sin duda cumplieron bien con su papel. 

“Mi hermano Juan fue una vez candidato en representación de Huachipato, pero se retiró de la competencia por discrepancias en el recuento de votos. Yo, por mi parte, también tuve un intento de ser rey feo”, cuenta Jones.

Pero la candidatura de Mario, eso sí, no duró mucho, al igual que la de su esposa, Lucía León Morales, en aquel entonces su novia, y quien también estaba siendo candidateada a reina del carnaval por un grupo de amigos y estudiantes de la Universidad de Concepción.  

“Empezamos a distanciarnos porque yo andaba muy metido en lo del teatro universitario, porque fui actor. Entonces nos juntamos un día y dijimos: mejor terminemos, porque no nos vemos nunca. Ella me dijo: hagamos algo mejor. Yo me retiro de todo, pero tú también. Y lo hicimos. Fue un pacto de honor”, relata Jones. 

Un pacto que también causó el interés de la prensa regional, que le seguía el hilo a este tipo de historias. Cuenta Mario Jones que incluso el diario Crónica, publicación que nació en 1949 como el vespertino del diario El Sur, tituló un aviso que decía: “Mario Jones perdió el trono por un amor”. 

Mística chorera

Concepción tuvo por décadas su semana de diversión, pero Talcahuano tampoco se quedó atrás. Hacia la década del ’20 ya se tienen registros de las primeras fiestas de la primavera en el puerto. “La comunidad tenía una motivación, una alegría espontánea con respecto a la llegada de la primavera. El retorno del sol siempre ha sido fundamental, sobre todo después del invierno sureño”, explica Juan Costa Tramón, periodista y profesor de Historia y Geografía. 

Una comunidad chorera que era pequeña, porque por esos años no sobrepasaba los 60 mil habitantes. Pese a no contar con tantos recursos, se organizaban grandes fiestas y carnavales que aún se recuerdan. Una especie de tradición que incluso pasó de generación en generación.  

En la década del ‘70, Juan Costa cubrió muchas veces estos tradicionales carnavales de Talcahuano, en su calidad de encargado de la oficina del diario El Sur en el puerto. Sus memorias en torno a estas fiestas son extensas y muy detalladas.

“Para mí el carnaval era una fiesta personal. Desde los ocho años que recuerdo el ambiente, cuando había que disfrazarse de cualquier cosa… Uno llegaba al cuartel de los bomberos y ahí te pasaban una casaca y un sombrero, y formabas parte de la comparsa, que era cuando las personas se disfrazaban y salían a las calles”, relata.

El entusiasmo carnavalesco estaba presente por todos los rincones de la ciudad: desde los cerros, como el Alegre, Cornou y Buena Vista, hasta el centro mismo y sus poblaciones aledañas, como Las Higueras, Gaete, Salinas y San Vicente. El espíritu de fiesta se había impregnado en la población y había que ser parte. 

Carnaval de la primavera (1928).

“Surgió una especie de mística chorera. Participaban los colegios, clubes deportivos, algunos barrios y empresas. Para el año 1965, Talcahuano ya tenía una verdadera escuela de murgas (…) Yo recuerdo incluso haber visitado en el sector Gaete a un señor que tenía su taller y hacía unas figuras gigantes”, asegura el periodista.

Las murgas, además, contaban con su conjunto de músicos, algunos provenientes de la propia Armada, quienes desfilaban disfrazados por las calles de la ciudad. 

“La comunidad, la Armada, los bomberos y la municipalidad se encontraban muy comprometidos con la realización del carnaval y en los ‘60 comenzaron a organizarse todavía mejor”, explica Juan Costa.

Durante esta década también cambia la fecha de celebración del carnaval, que se festejaba siempre en octubre. Se fijó para el 5 de noviembre de cada año, para conmemorar la fecha de fundación de Talcahuano (1764).

“Luego, aparecen tres personajes que van a ser muy importantes en la organización, porque le van a dar notoriedad al carnaval. Se trata de Pedro “Rucio” Vidal, bombero; Fernando Varela, funcionario municipal y mi padre, Agustín Costa, que era bombero y también del área comunal”, cuenta Juan Costa.

Carnaval para todos

El padre de Juan siempre se interesó en la historia del puerto. Tanto así que es el autor del Libro de Oro de Talcahuano. Su trabajo en la organización de carnavales va también a contribuir a que la fiesta crezca en número de asistentes, y a que esa “mística chorera”, tan característica de aquellos años, se mantenga. “Era una fiesta que sobrepasaba los límites de Talcahuano”, asegura Costa.

Niños y adultos participaban en las fiestas de la primavera penquista.

Una de las cosas que más llama la atención de estos carnavales fue la masiva participación ciudadana. “La diversidad y la igualdad se reflejaban en esta fiesta, porque todos éramos iguales. No había diferencias. Los viejos con esfuerzo se mostraban con sus murgas. Todo el pueblo salía a las calles”, cuenta el periodista.

Inolvidable es el paso de un grupo de esforzados trabajadores, conocidos como “Los Tártaros”. Sus disfraces quizá no fueron tan elaborados, pero su ingenio muy aplaudido. Vistiendo viejos sacos y en carretones también fueron parte del desfile de murgas. 

Era una postal diversa y colorida que de inmediato captó la atención de la prensa local. El diario El Sur en aquel entonces destinaba páginas completas al carnaval de Talcahuano. “Yo gozaba. Me llevaba dos o tres rollos de película y comenzaba a tomar fotos, sobre todo el día domingo, que era cuando culminaba la celebración”, agrega Costa.

El carnaval finalizaba en el estadio El Morro, con el gran festival de murgas, las que antes habían iniciado su recorrido desde distintos puntos de la ciudad. “Tenían que recorrer el Puente Perales, pues allá iban. Otras murgas comenzaban su marcha en la población Las Higueras y llegaban al centro de Talcahuano”, señala. 

“De aquí somos”

Leocán Portus Govinden, durante su gestión como alcalde, desde 1991 hasta 2006, quiso impregnar todavía más parte de esa “mística chorera”. Participó en las fiestas de la primavera y carnavales. Además, y como alcalde, siempre asistió al lanzamiento de la festividad para dar un discurso e invitar a toda la comunidad a ser parte de la fiesta. 

Fiesta primavera Talcahuano 1932.

También, y ya como parte del anecdotario, su esposa, Nelly Arata Schiapacasse, fue candidata a reina del carnaval chorero antes de casarse, en 1950. Si bien no salió elegida, pues la ganadora de esa versión fue Lucía Perone, cuentan que su belleza deslumbró tanto como la de la reina. 

Fernando Varela Carter, siendo director de Desarrollo Comunitario de la municipalidad en la era Portus, recuerda muy bien ese espíritu de fiesta e identidad chorera. “Leocán era un hincha del carnaval…Todos lo éramos. Teníamos un equipo representado no sólo por la municipalidad, sino también por sectores como Bomberos, la Segunda Zona Naval, juntas de vecinos, Carabineros, Policía de Investigaciones, que vibraban organizándolo”, cuenta. 

Actualmente, Varela sigue ligado al rescate de la identidad y las tradiciones de esa ciudad, como director de la Corporación Cultural de Talcahuano. Su goce por estas celebraciones se revela gráficamente en una colección de afiches de carnavales, que parte desde 1949 en adelante, y que adorna las paredes de su casa. 

“El carnaval es nuestro. Es intrínsecamente chorero. El Festival de Viña del Mar, por ejemplo, no es organizado por la gente de esa ciudad y los artistas tampoco son de ahí. En Talcahuano, en cambio, la producción era nuestra. Todos estábamos enamorados del carnaval, porque todos somos de aquí”, recalca Varela. 

Antes, después 

En la actualidad, este tipo de fiestas se siguen realizando por todo el país, pero ya no en todas las comunas y no con la masividad de antaño, y hoy la elección de la reina tampoco es a través de la compra de votos, sino que es elegida por un jurado. 

Grupo de niños penquistas en una comparsa celebrando la primavera.

“Yo creo que se perdió un poco la mística, la espontaneidad. Ese espíritu de hagamos algo de la nada”, opina el periodista Juan Costa. 

Para Fernando Varela, cada época aporta con lo propio y no por eso una es mejor que la otra. Por mientras, él sigue guardando como una especie de tesoro todos los recuerdos y anécdotas que le dejaron los carnavales en su rol de organizador. 

“Hay un antes y un después en los carnavales. Destaco esa distracción sana y el ambiente de felicidad que viví en estas fiestas y que no sé si se vuelva a repetir en Concepción”, dice más nostálgico Mario Jones, quien además fue Jefe de Recreación y Bienestar en la Compañía Siderúrgica Huachipato y estuvo a cargo de la organización de los Cuentos de Navidad de esa empresa. 

Estas celebraciones, recordadas y olvidadas, sin duda le entregaron un toque de alegría e identidad a las ciudades de todo Chile. Cada época tuvo sus momentos estelares, y las fiestas de la primavera y los carnavales forman parte de ese buen recuerdo.

O’Higgins 680, 4° piso, Oficina 401, Concepción, Región del Biobío, Chile.
Teléfono: (41) 2861577.

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