El Regreso de Andrea Arrivillaga

/ 22 de Enero de 2007

Lo primero que percibí de Andrea fue cómo caminaba, levitando, cual si fuera dueña de una galaxia. Luego, su hermosura reclama para sí la unánime belleza que perdura evidente en la llamarada de sus ojos verdes.
La conocí una noche con aroma a café, mientras conversaba con el joven poeta Javier Bello en la última Feria del Libro en Santiago, en una bulliciosa cafetería. Andrea llegó a saludar a Javier y él me dijo: “Andrea Arrivillaga, poeta”. Su apellido me trajo reminiscencias penquistas. “Nací en Concepción”, señaló ella, “me vine a los 19 años y sólo he pisado la ciudad para ver a mi madre”. Fuimos amigas de inmediato, al amparo de una conversación sobre poesía. Ese diálogo señaló un punto de encuentro decisivo y esa noche proclamó veloz, en su belleza sangrante, el germen de una genuina conexión. Al contarle que en mi próxima novela incursionaba sobre budismo, me ofreció un libro para ella muy preciado. “No puedes escribir de filosofías orientales sin el Ramayana”, comentó. ¡Pero si se me pierde, me muero!, exclamé. “Un libro es un libro, dijo Andrea, más lamentable sería perder una nueva amiga”, mientras fuma un largo y delgadísimo cigarrillo, cual si fuera una Isadora Duncan.

Andrea Arrivillaga se despoja de sí misma con un desapego que emociona. Esa noche me entregó la más rutilante ofrenda. Su libro “Al Aire”, editado por Cuarto Propio. “Este será mi regreso a Concepción, está en tus manos, en este poemario. A través de sus páginas volveré a mis raíces”. Raúl Zurita, su maestro, guía y amigo, escribió el prólogo. Los jueves, como un ritual, Raúl Zurita realiza tertulias poéticas en casa de Andrea. Ella, dadivosa y pródiga, invita a intelectuales y amigos que disfrutan el esplendor de las letras. “Lo que estos poemas expresan es la celebración de las palabras que se niegan a sucumbir, que se rompen, se metamorfosean con una vitalidad inextinguible que cruzará incluso el infierno de este tiempo. Nada ni nadie quitará un átomo de su triunfo. ¿Por qué surge algo tan distinto, tan contrariamente esperable para nuestro tiempo? Estos poemas son la respuesta”, escribe Zurita.

Casada con Antonio Barros Tocornal, madre de tres hijas, habita una casa bellísima donde fluye la paz y la creatividad. Los cuidados prados se asoman por los enormes ventanales. En ese remanso, Andrea escribe: Fuese mi salmo una espiga / mi semblante oración / Mis ojos pan dulce / Mi cuerpo harina trillada / Por molinos de viento / donde llora el sembrador.

Tan celeste he sido / que púrpura me llamaron / Tan pródiga he venido / y como pecho me insultaron / Y tan hueso duro fui / que de carne me he convertido.

Dicen que mi lengua / Es pezón / Que emana calostro santo / Sin ser ordeñada / En mi gruta mi baja mira / Donde mi boca alberga / su cordero olvidado.

“Al mundo de la retiro voy por la silencia de mi voz”, escribe Andrea en su poema Vendada. Uno de sus retiros creativos es el Taller de Cerámica Huara Huara. Allí, bajo la conducción de su maestra, la artista Ruth Krauskopf, hunde sus manos en la arcilla y sus dedos bailan en el dúctil y dulce amasijo hasta que surge el milagro de la creación. Andrea vive inmersa en la belleza. Con su poemario “Al Aire” ha regresado a Concepción en gloria y majestad. A Mis Minucias, es uno de sus mejores poemas. En ellos vaticina: “Alzarán sobre las marianas sinluz / Grandes Bóvedas con sus futuras hablasoladas / Se abrirán umbrales y horizontes / Las Iglesias ya no tendrán dogmas y aldabas / Y seremos recibidos todos en todos”.

Angélica Sol, me escribe, todo en ella es poesía. Andrea Luz, le contesto yo, te agradezco por enseñarme a fluir. Estoy tratando de despojarme de mis “minucias”.

Por: María Angélica Blanco

O’Higgins 680, 4° piso, Oficina 401, Concepción, Región del Biobío, Chile.
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