El salto de una rebelde iraní

/ 27 de Mayo de 2019

Asieh Hekmat es la primera doctora en minería de su país. Pese a todo su talento y calificaciones, nunca pudo ejercer en su patria. La bloquearon por tener ideas distintas, por ser mujer. Ella explica que al igual que una rana sorda, que llegó más alto pensando que otras la alentaban, se propuso siempre ser la mejor, seguir su espíritu, ser libre y dedicar la vida a sus ideales. Lo hizo aunque le costara alejarse de los suyos, de su cultura y de un país que ama a la distancia y al que espera volver cuando entiendan lo que valen las personas, sin restricciones, sin velos, sin condiciones. Mientras tanto habita y trabaja en Concepción, en la centenaria casa de estudios de la cual le enamoró su campus y su entorno.

Por Loreto Vial.

 

Asieh Hekmat tiene los ojos café grandes y profundos. Brillan. Se ponen húmedos cuando se acuerda de su padre, de su patria que está lejos, y de sus siete hermanos. Se emociona cuando recuerda la sensación del viento en su piel y en su pelo la primera vez que pudo correr sin velo en un lugar público. Sucedió aquí, en Chile, cuando tenía 37 años.

Nació en Kerman, Irán. Es ingeniero en minas y la primera mujer en doctorarse en esa especialidad en su país.  Con todas sus credenciales, excelentes calificaciones y recomendaciones de sus profesores, el sistema político teocrático iraní siempre la bloqueó para ejercer en las universidades de su patria. En su rebeldía nunca aceptó que el Estado la obligara a usar chador, uniforme o velo a condición de darle trabajo. “No puedo vestirme de las ideas que no siento en mi corazón”, explica Asieh.

Políticamente, desde 1979 Irán se rige por un sistema dominado por el clero islámico y por un líder supremo, que es también la base de la Constitución. Ese puesto es vitalicio y tiene autoridad para decir la última palabra en algunas cuestiones de política exterior y de política nuclear, modificaciones de la Constitución o amnistía para presos. El presidente, elegido por el pueblo, es el jefe del Ejecutivo y debe implementar la política estatal.

La mujeres en Irán pueden conducir y vivir una vida casi normal en los límites de su casa.  Si bien el velo es obligatorio en la calle, en la actualidad una gran mayoría desafía la norma y muestra parte de su cabello. Tampoco está bien visto el maquillaje, pero muchas jóvenes en los últimos años se han atrevido a usar pintura de labios. “Las mujeres en Irán desde chiquitas deben entender que están obligadas a vivir una doble vida. Una en la calle y otra en casa. Entre la familia y tu gente eres de una forma y cuando cruzas la puerta eres otra”, dice Asieh.

Sentada en su escritorio de docente en la Facultad de Ingeniería Metalúrgica de la Universidad de Concepción, Asieh no parece ser la joven seria y hostil de sus días en Irán. Se ríe de que sus colegas le llamen “Así Es”, lucha por mantenerse en un español perfecto, y agradece en todo momento que este país le haya dado una oportunidad para ser libre, ejercer su profesión y reencontrarse con su sensibilidad. Es que fue en el nuestra tierra donde se reconcilió con su lado femenino y con los hombres, después de una travesía interna y externa desde su infancia. Creció odiando ser mujer y con la idea fija de ser inalcanzable para un “macho”.

“Tuve la suerte de crecer en una familia abierta y numerosa. Soy la séptima de ocho hermanos. Mi papá fue el único hijo y se crió muy solo, y por eso quería una familia grande. Todo lo que yo vi en mi infancia era libros, ir a clases y estudiar. Vi a mis hermanos y hermanas hacer lo mismo, a mis primos y a mis tíos. La vida en el hogar no es muy distinta a como se vive aquí, pero es completamente diferente en lo público. Todas las mujeres tienen una máscara y eso a mí me disgustaba mucho”, expresó.

De hecho relata que tiene un hermano dos años mayor y  cuando era niña siempre lo miraba y quería hacer las mismas cosas que él. Escalar árboles, caminar en los muros, atrapar los pajaritos. Pero cuando tenía más o menos cinco años, le dijeron: “Tú eres una mujer y tienes que comportarte como una mujer”. Una mujer no anda en bicicleta, una mujer no juega en la calle, una mujer no nada con hombres, no muestra su pelo, no baila en público ni tiene novio…

Asieh llegó a pensar que todos sus problemas sociales, intelectuales y de identidad se debían a su género. Sentía que era una especie de discapacidad. “Odiaba mi cuerpo. Siempre usé el pelo corto y me vestía tratando de verme como mi padre. A veces salía de mi casa así y las personas pensaban que yo era un adolescente. No quería cubrirme el pelo. No me maquillaba y era muy seria en la calle y enojada con todo el mundo. Tenía una actitud hostil hacia los hombres y pensaba ‘yo soy mejor que ustedes, ustedes no son nada’. Siempre me veía ruda y decía ‘voy a ser una persona tan fuerte, que ningún hombre podrá tenerme y todos los que se atrevan a pensar que pueden hablarme o llegar a mí, no voy a corresponderles. Siempre voy a ser la mejor de mi clase, inalcanzable. Y así fue. Trabajé con hombres, pero en una forma bien limitada y, obviamente, nunca pensé en casarme…”.

La mejor en su clase

Irán, con 80 millones de habitantes, cuenta con tres millones de estudiantes universitarios, de los cuales un 62 % son mujeres. Fue uno de los primeros países en el Medio Oriente que permitió que ellas estudiaran en la universidad y, desde la Revolución Islámica, en 1979, ha alentado a las chicas a matricularse en la educación superior. Pero una de las medidas del Gobierno fue restringir su acceso a 80 carreras que se imparten en 30 universidades distintas. La lista de programas de pregrado que no admite al  sexo femenino va desde ingenierías a Física Nuclear e Informática, pasando por Literatura Inglesa, Arqueología y Negocios.

“No fui una buena alumna en la escuela. No tenía ningún objetivo, no estaba clara sobre mi vida. Yo quería ser marinera, pero las mujeres no podían entrar a la academia naval. Quería ser policía, pero el gobierno teocrático no dejaba a las mujeres ser policías. Soñaba con ser una piloto, la misma historia”. Pero fue admitida en la universidad en Kerman en la carrera de Minas y, conocida la noticia, se propuso ser la mejor.

Dice que su padre fue un apoyo gigante, especialmente para las mujeres de la familia que querían ser independientes. Y eso que él no tuvo la posibilidad de estudiar. Solo terminó su escuela y luego comenzó a trabajar en agricultura. Tenía jardines de pistachos. Se hizo rico. Tuvo una vida abnegada y falleció hace diez años. “Mi padre me inculcó que pasara lo que pasara debía seguir mi espíritu. Si no quería trabajar tenía dinero suficiente como para vivir tranquila. Pero para mí era vital demostrar mis capacidades. Más que la inteligencia, el trabajo duro es lo más importante, y ese fue mi objetivo”.

Un “gobierno loco”

Irán está regido por la sharía o ley islámica, que es el código de conducta basado en el Corán. Si bien el uso obligatorio del hiyab en las mujeres es la norma más visible, esta regula todos los aspectos de la vida: crimen, política, matrimonio y hasta la dieta que una se debe seguir, pasando por el rezo, la economía e higiene, entre otras tantas cosas. Todas las mujeres mayores de nueve años deben usar el hiyab, velo que cubre el pelo y el cuello de la mujer, y usar vestimenta que deje a la vista solo las manos y la cara. Hasta 1997, la pena por el uso incorrecto del hiyab era de 74 latigazos. Ahora la medida se ha flexibilizado hasta firmar una advertencia en la comisaría más cercana. Hay una policía especial que fiscaliza el comportamiento en público.

“En la mayoría de las situaciones separan a hombres de las mujeres. Cuando niña esto era aún más fuerte. Si una de las policías te ve hablando con un hombre en la calle, entonces podrían incluso obligarte a casarte con él si es que la familia no te apoya o se siente ofendida por lo que hiciste”, comenta.

Asieh siempre fue rebelde. Se vestía con colores claros, usaba velo únicamente en lo público y de solo pensar en usar chador le daba repulsión. Terminando su pregrado, dejó Kerman para irse a Teherán a estudiar su magíster y doctorado. La Ingeniería en Minas no es algo muy frecuente en las estudiantes y solo hay dos generaciones de mujeres que estudiaron esa carrera. Si pudo entrar a estudiar fue porque  llegó una delegación de Naciones Unidas al país y se cuestionaron por qué no permitían a las mujeres el acceso  a estas carreras, y por dar una señal de empatía, el gobierno accedió.

“Tenemos un gobierno loco, teocrático y dictatorial. Para ellos no es importante crear las instancias para las mujeres. En términos estrictos valemos la mitad que los hombres y nos hacen sentir así en la mayoría de los aspectos sociales. Podemos estudiar, pero no nos dan trabajo para incentivar que estemos dentro de la casa”, manifiesta la docente iraní. Prueba de ello es que el gobierno volvió a restringir a las mujeres de las carreras mineras, porque “no tenía razón de ser” que siguieran estudiando.

La fortaleza de Asieh dio frutos, pese a todas las limitantes de profesores, compañeros, el gobierno y otras mujeres, también, se convirtió primera mujer con doctorado y magíster en minería en Irán. “Yo solo estaba enfocada en lograr mi objetivo, sin escuchar a nadie. Era una rana sorda, como la fábula que dice que ese animalito saltó y llegó lejos, porque pensaba que los demás la alentaban. Estudiaba intensamente y participaba en todas las clases. En ocasiones tenía que revisar un tema muchas veces para entenderlo. No soy una persona extremadamente inteligente. Lo que entendí bien es que la inteligencia no es la llave del éxito. Para tener éxito tiene que trabajar duro. Me acuerdo de una vez que visitamos una mina subterránea de carbón donde no dejaban ingresar a las mujeres dentro de las galerías. Nosotras tuvimos que esperar en bus hasta que nuestros compañeros salieron de la mina, y regresamos muy tristes. Después de la visita, fui a la biblioteca de la universidad y busqué todos los libros sobre minería subterránea y empecé a leerlos. El gobierno teocrático podía evitar que yo entrara a la mina, pero no pudo detener mis sueños. Muchas veces fui a la oficina de mi profesor y le pregunté todo lo que no entendía de los libros. Al final del semestre, tenía la nota más alta de la clase sin jamás haber entrado a la mina”.

Chile = Minas y Víctor Jara

En su permanencia en las facultades donde estudió en Irán, siempre le hicieron notar sobre su vestimenta. Le reclamaban que otras mujeres la miraban mucho por su apariencia y la instaban a que prefiriera  colores oscuros para pasar inadvertida. “Entonces yo les decía que no me iba a vestir distinto, que otras mujeres se vistieran como yo, si les llamaba tanto la atención”.

Asieh nunca pensó abandonar su país. Amaba la docencia, quería inspirar a otros, a otras y dejar un legado en su país alentando a que la sociedad evolucionara para bien, despertando la mente de las niñas. “Si todas las personas quieren cambiar un país saliendo de él, ten por seguro que ese país va a quedar ahí mismo. Pero mi área de acceso a la docencia era un punto. No me dejaron ir más allá. Yo fui la primera alumna, tenía notas muy altas, tenía publicaciones y muchas recomendaciones de mis profesores y un ranking científico altísimo. Y la universidad realmente me quería tener como profesora, pero para entrar a la universidad en parte el Gobierno tiene que tomar la decisión”, lamenta.

Para ellos no era  lo más importante que Asieh tuviera un nivel alto en la ciencias. “Para el Gobierno lo que vale es que tengas un cerebro completamente cerrado en donde puedan darte fácilmente lo que quieren. Me entrevistaban y me bloqueaban. Recibí muchos llamados de profesores pidiéndome que necesitaban un docente como yo, y me rogaban que dijera lo que ellos querían escuchar, que me vistiera como ellos quería que me vistiera. Pero yo no podía, porque no puedo decir algo que no está en mi corazón. Yo soy así y no pensaba mentirme. No iba a ser de la manera que los otros quieren”. 

La impotencia le gana. Llora un poquito. Se da ánimo y muestra las fotos de su participación en el seminario de Mujeres en la Ciencia y Tecnología en Biobío. Se detiene en las imágenes de los parques, en una fachada universitaria y vuelve su familia y su tierra. Aquí no lo ha pasado mal. Es querida, respetada y encontró el amor. De Chile no sabía nada, salvo la historia de la minería y la música de Víctor Jara que le fascinó desde que escuchó por primera vez sus versos traducidos al iraní, cuando tenía 16 años.

Fue tras la cuarta entrevista en las universidades iraníes que Asieh decidió salir del país. Su evaluadora le dijo que se sentía muy orgullosa de los buenos comentarios que recibían de sus conocidos, especialmente por su responsabilidad, pero que habían ciertas preguntas que no podían responderse. Una de ellas era cómo se vestía en la casa. ¿Cuando va un hombre tu casa tú tienes tu pelo cubierto?, le preguntó la entrevistadora.

Ella replicó “¿Como yo me visto en casa afecta mi calificación y calidad profesional? Cuando respondas esa pregunta, entonces yo te respondo la tuya”, le dijo.

Le ofrecieron otras modalidades también, como compartir una clase con un profesor experimentado. No era mucho el sueldo, pero era una oportunidad importante por la relevancia del investigador. Pero allí había que vestir chador y se negó terminantemente.

“Es que no es sólo una forma de vestirse. Las personas que usan ese atuendo están expresando una idea, ideas que yo no comparto y por eso no podía usarlo. Me habían ofrecido soluciones muy descabelladas como vestirme con chador solo en el campus mientras estuviera frente a los alumnos, y que me podía cambiar si quería en el trayecto en un auto que le proveía la universidad. Me negué también, porque creo que es una máscara, es mentirse a sí mismo y una falta de respeto para quienes sí piensan que el chador refleja sus creencias. De haberlo hecho era una burla”.

Decidida, primero quiso irse a Turquía. Era un sitio estratégico relativamente cerca de su familia, donde además podía gozar de libertades y una cultura más o menos parecida a la suya. Comenzó a mejorar su inglés y aprender turco. Estaba en eso cuando un excompañero chileno le escribió para contarle de una posibilidad de empleo en la Universidad de Chile. Buscaban un perfil como el suyo. No lo dudó y envió su currículum

Luego de eso, el profesor Raúl Castro, de la Universidad de Chile, le envió un mensaje diciendo que estaban muy interesados y si podían tener una entrevista.

“Cuando ya estaba definido que viajaba a Chile no averigüé nada del país, porque no quería prejuiciarme. Cualquier cosa que pasara, estaría bien. Yo sólo estaba agradecida de poder llegar aquí”, agrega.

La gente fue muy agradable, la recibieron bien y solo le llamó la atención que hubiera tanta burocracia y bajos niveles de inglés. “Estuve diez días viajando. La  primera semana aquí quise correr, porque siempre lo hacía en un parque cerca de casa. Me puse short, top y salí a la calle. Imaginaba que todo el mundo me miraba. Pero no, todo el mundo estaba en lo suyo. Y sucedió algo fascinante. Por primera vez sentí el aire y el viento abrazar mi cuerpo. Fue tan rico, bonito que corrí sin parar. Corrí, corrí sin pensar nada, dejándome llevar por la sensación en la piel y me perdí… sin dinero, celular y sin hablar español”.

De eso ya han pasado seis años. Hace dos llegó a la Universidad de Concepción, por casualidad y curiosidad. La llamó un profesor que conoció en “la Chile”, y le comentó que buscaban un docente. Vino para conocer no más, porque en su mente le rondaba irse a otro país. Se dio una vuelta por el campus de la UdeC y le encantó. Se entrevistó con el director Froilán Vergara, otros académicos y los encontró amigables y cercanos. Y pese que le dieron tres meses para responder, dio un rotundo sí. Al día de hoy hace tres ramos en la Facultad: Planificación de Minas, Economía Mineral y Minería a Cielo Abierto

Con su familia se sigue comunicando permanentemente y se entusiasma con el trabajo universitario. Dice que la relación entre minería y ciencias es muy diferente aquí comparado con Irán. Allá las mineras hacen su trabajo y las universidades, lo suyo. Explica que hay aspectos de nuestro país que le cuesta más comprender, pero que aquí se siente en paz.

“Cuando llegué a Chile empecé a ser mujer. La gente me decía que era genial trabajar con una doctora mujer en la universidad, que eso les ayudaba a tener más posibilidades en proyectos. Una vez un taxista me preguntó por mi trabajo y le dije que era ingeniero en minas, entonces me dijo ‘Tú vas ganar mucho dinero y tendrás mucho trabajo…’ Esa diferencia de trato me conquistó”, asegura Asieh. Relata que siete meses después de su llegada al país empezó a conocer su cuerpo femenino y que le encanta como es. Me gusta vestirme, maquillarme. Aquí en Chile fue por primera vez a la peluquería para cambiar el color de su cabello. Se reencontró con su esencia femenina y aceptó que ser mujer es agradable.

Se decidió a contar su historia porque espera incentivar que las mujeres hagan realmente lo que ellas quieren. “No hablo solo de las ciencias porque el país no solo necesita científicos. Lo importante es que desarrollen el trabajo que realmente aman y en el que puedan expresar sus capacidades. Y en cierta forma esa es también la tarea de los profesores, ayudar a los alumnos a encontrar esa sabiduría, esa capacidad, y convencerlos de que no hay diferencias en la inteligencia de hombres y mujeres. Las mujeres y los hombres pueden hacer mucho para complementarse”.

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