En busca de los aromas perdidos

/ 23 de Enero de 2012

Si mis abuelas resucitaran seguramente retornarían al más allá de un síncope  fulminante. Definitivamente, no podrían soportar esta era cibernética. Ambas eran gozosas compradoras de vestidos de telas de deliciosa textura, de perfumes con aroma a canela y jazmín, de polvos de arroz suaves como terciopelo, de té inglés, que sabía a gloria; de frascos de higos en almíbar y de buñuelos y pastelillos de hojaldre y nueces con que deleitaban sus papilas gustativas. Todo ello podían adquirirlo en una gran tienda, que hoy es leyenda, ubicada en Huérfanos con Estado, la otrora famosa  Gath& Chaves. Ir de compras era para ambas una verdadera epifanía sensorial y estética. El té aromático, la levedad de las sedas francesas delicadísimas al tacto, los scones que disfrutaban  en el mítico Tea Room del segundo piso constituyeron durante mi infancia hermosas y desconocidas reminiscencias de un pasado que sólo conocí a través de las evocaciones de mis abuelas. Por ello pienso que jamás se adaptarían al mundo actual, donde la tecnología ostenta un lugar de privilegio. Hoy es posible ingresar a una tienda online y comprar vestidos, perfumes, cosméticos, licores, chocolates y todo lo que es posible imaginar sin salir de casa. Vivimos una época de acceso virtual a una infinidad de productos que es factible trasladar desde los lugares más remotos del mundo. No es mi intención negar la maravillosa herramienta que significa la tecnología para el ser humano y  el desarrollo de la humanidad. Sin embargo, confieso cierto temor frente a la gran ola virtual que va in crescendo, y me pregunto si en las futuras generaciones quedará sepultado el gozo que los sentidos provocan en el hombre y en la raigambre de sus vivencias más profundas. Es innegable la relación íntima que existe entre el objeto estético y su vinculación con la memoria. Marcel Proust lo describió magistralmente en su obra En busca del tiempo perdido. En fracción de segundos, el protagonista, con sólo remojar una madeleine de vainilla en su taza de té  y saborearla, estando de visita en casa de una anciana tía, rememoró los olores y los sabores de su infancia. Con ello,  una galleta se convirtió en el símbolo proustiano del poder evocador de los sentidos, el cual  ha sido bautizado por la psicología como el mito del eterno retorno. Sí, los olores y los sabores logran una regresión a ese entramado de nuestros tiempos idos.
Trato de evitar las compras online. Adoro el aroma de una pastelería y chocolatería, y me impregno de cacao, de vainilla, de clavos de olor, de menta fresca. Me gusta admirar y rozar un sweater de cachemira o un pañuelo de gasa etérea y volátil porque me acuerdo de las sutiles bufandas  que usaban  mis abuelas. Los membrillos y  las manzanas con sal me remontan a mis vacaciones de adolescente, leyendo un libro bajo un árbol. Y vuelvo a tener quince años. Sí, definitivamente soy una proustiana en busca del tiempo perdido.

O’Higgins 680, 4° piso, Oficina 401, Concepción, Región del Biobío, Chile.
Teléfono: (41) 2861577.

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