FRANCISCO, UN PAPA CERCANO Y CONTROVERTIDO

/ 19 de Enero de 2018
María Angélica Blanco Periodista y escritora.
María Angélica Blanco
Periodista y escritora.

Desde que asumió, en marzo de 2013, pidiendo que lo llamaran simplemente Francisco, el Papa ha impactado al mundo con gestos que lo retratan de cuerpo entero. En sus primeras acciones dejó clara su postura de austeridad y su firme propósito de cambiar la fastuosidad del Vaticano. Se negó -y lo sigue haciendo- a viajar en limusina y descartó de cuajo los zapatos rojos que utilizaban sus antecesores para seguir usando sus propios zapatos negros. “Quiero una iglesia pobre para los pobres”, ha enfatizado no sólo en Roma, sino en todas las ciudades que ha visitado, demostrándolo con hechos, como almorzar o cenar con indigentes y migrantes en vez de hacerlo con influyentes empresarios o personajes pudientes.

Y es que Jorge Mario Bergoglio, el jesuita argentino hijo de modestos inmigrantes italianos, ha demostrado que no transará con su estilo poco convencional pero sí de gran apertura hacia los desposeídos, los marginados y los rechazados por la sanción social.

Francisco ha llamado a acoger y tener misericordia y comprensión hacia los divorciados, pidiendo a los sacerdotes que no los excluyan de sus iglesias ni los priven del  sacramento de la comunión. Desde la Santa Sede ha denunciado con fuerza las temibles consecuencias del cambio climático, el narcotráfico, la drogadicción, el capitalismo desmedido, la trata de personas, la venta de armas, el terrorismo, la tragedia de los refugiados y el maltrato a los niños y a las mujeres. Agudo y polémico, ha causado escándalo por sus afirmaciones respecto a los homosexuales: “Si un gay acepta al Señor en su corazón y tiene buena voluntad hacia los demás, yo no soy quién para juzgarlo”. Tampoco le importó ganarse la antipatía de Donald Trump cuando se refirió a su política aislacionista diciendo que “una persona que piensa en construir muros y no puentes, no es cristiano y está muy lejos de Dios”.

Escribí estas líneas antes de su llegada a Chile, en medio de la expectación por su venida, por conocer sus mensajes y por respetar sus deseos de ceremonias sencillas en las que los materiales con que se levanten  gigantescos altares donde oficiará misas sean reutilizados en obras solidarias. Y así se hará puesto que esos enormes paneles de madera se usarán en la construcción de mediaguas y viviendas sociales.

No me cabe duda que el Papa Francisco dejará una huella profunda en nuestros corazones y nos motivará a reconciliarnos, a volver a mirarnos como hermanos, a terminar con las descalificaciones que nos dividieron durante una campaña presidencial llena de rencillas y ataques personales que esgrimían diversos bandos para dañar la honra de sus adversarios. Ojalá que su visita nos deje como legado el propósito de comenzar el 2018 con una actitud positiva, fraterna y desinteresada, plena de optimismo, fe y esperanza, para que cada uno de nosotros ayude a construir un Chile mejor, más unido, más justo y más solidario.

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