Historia de una viuda del mar

/ 18 de Octubre de 2007

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Miguel se ahogó en el mar mientras practicaba pesca de orilla. Las olas no han devuelto su cuerpo. Para efectos legales sigue vivo hasta que no se establezca su muerte presunta. El trámite puede extenderse por más de un año y su viuda debe responder por todos sus compromisos económicos, aunque hay seguros de desgravamen de por medio.

El 12 de agosto de este año, el mar embravecido literalmente se tragó a Miguel Albornoz (44) y estuvo a escasos segundos de hacer lo mismo con Katherine, su hija de 15 años.
Ese día ambos participaban en un campeonato de pesca deportiva que el Club de Miguel, el  Mutualista Bernardo O`Higgins, había organizado en Chome, una pequeña caleta de pescadores con pasado ballenero ubicada en la Península de Hualpén.
El día había amanecido nublado, pero cerca de las 9 de la mañana el cielo se oscureció por completo y comenzó a llover intensamente. La brisa marina que recibió a los competidores se convirtió en un ventarrón que hacía que las olas reventarán con mucha fuerza contra los roqueríos donde estaban desplegados los pescadores.
En uno de éstos, en un sector que por su forma los lugareños bautizaron como La Tortuga,  estaba  Katherine y su padre. Junto a ellos pescaba el profesor de Gendarmería Eduardo Medina (52) y el hijo de éste, Eduardo (17), quienes también fueron arrastrados por el mar y cuyos cuerpos tampoco han sido encontrados.
La advertencia del mar
En el torneo participaban un poco más de 100 personas. Como es costumbre en este tipo de competencias, los equipos se ubican a mucha distancia unos de otros para no entrometerse en la zona del contrincante. “Quizás por eso nadie se dio cuenta del riesgo que estaban corriendo”, dice Soledad Sabaletta, la esposa de Miguel, quien todavía se pregunta por qué su marido no tomó la decisión de abandonar la competencia cuando el mar comenzó a dar las primeras señales de su bravura. “Mi hija me contó que un rato antes una ola había llegado con tanta potencia hasta el lugar donde estaban pescando que los había empapado desde la cintura hacia abajo”, agrega.
Esa quizás fue una advertencia, pero como los pescados estaban picando, ninguno de los cuatro quiso salir de las rocas. “Eran fanáticos de la pesca y estaban acostumbrados a sacar los primeros lugares en las competencias”, afirma Soledad sin todavía resignarse a aceptar las opiniones de buzos y pescadores que le explicaron que sería muy difícil que el mar devolviera a Miguel y a los otros dos pescadores. En el sector donde desaparecieron el mar es demasiado profundo y hay varias cuevas submarinas que podrían hacer atrapado los cuerpos.
Olvido mortal
Durante 7 días Miguel estuvo preparando todos los detalles del campeonato del 12 de agosto. Era el capitán de pesca del club organizador y por eso se encargó de planificar cada detalle de ese día.  “El día anterior le dije que si el domingo amanecía lloviendo la Katy no iba. Él me contestó que la niña no podía faltar porque era parte del equipo. Así es que se levantaron como a las 6 de la mañana. Se vistieron con sus trajes verdes, iguales como siempre, y partieron muy apurados”. La premura de Miguel se debía a que quería recibir personalmente a los competidores de los otros clubes, pero en todo el alboroto olvidó las cuerdas y el salvavidas que jamás dejaba en casa. Dos elementos que le podrían haber salvado la vida.
Soledad cuenta que su esposo nunca aprendió  a nadar. Algo raro para una persona que desde pequeño hizo de la pesca de orilla su pasatiempo favorito. “Llevaba 30 años en esto y se desesperaba cuando pasaba mucho tiempo sin ir a pescar. Chome era su lugar preferido y conocía las mejores ubicaciones”.
Pero ese día su experiencia le jugó en contra
Pasada las 9 de la mañana una ola gigante impresionó a Miguel. Alcanzó a advertir a sus compañeros, pero no hubo tiempo para escapar. Llegó hasta ellos con tanta fuerza que los botó a todos. El profesor y su hijo de inmediato se fueron hacia adentro. Miguel fue el único que quedó a salvo en otra roca. “Vio que la Katy estaba más abajo, pero que se resbalaba. Ahí la tomó para sujetarla y cuando ya la tenía a salvo, algo le pasó y perdió el equilibrio. Desde la roca mi hija vio como el mar se llevaba a su papá”.
Un recuerdo para Miguel
Los otros competidores que estaban ese día en Chome recuerdan aquel momento como una pesadilla. Los 3 hombres alzaban sus manos desesperados pidiendo ayuda. Pero nadie podía socorrerlos. No había cuerdas, salvavidas y salir en un bote habría sido un suicidio, porque las condiciones climáticas no lo permitían. Mientras algunos buscaban ayuda en la caleta, los demás presenciaron el segundo en que los deportistas se rindieron. “Todos decían que era horrible, porque veían los tres cuerpos flotando en el mar y no había nada que hacer. Dicen que después de 15 minutos los perdieron de vista”, cuenta Soledad, quien hasta recurrió a una vidente para que le ayudara a encontrar a su esposo. Los buscaron durante 15 días, pero finalmente la Gobernación Marítima suspendió las tareas de rastreo (que incluso se prolongaron 5 días más) por las escasas posibilidades que existían de encontrarlos.  Como una ironía del destino, el mar devolvió la mochila y la caña de pescar de Miguel.
Entre la pena y la impotencia, Soledad decidió organizar un funeral simbólico para su pareja. “Él siempre me decía que cuando se muriera teníamos que velarlo un día en la casa, otro en el club de pesca y que su misa debía ser en la iglesia de Lourdes de Talcahuano. Pero sólo pudimos cumplirle lo último”.
Terminado el servicio religioso se fueron a Chome. Acompañadas de más de 300 personas, Soledad, Katherine y su hermana menor, Constanza (9), llegaron hasta la parte más alta de La Tortuga  donde  instalaron una animita con fotografías de Miguel y de los otros dos desaparecidos. Aunque ya está resignada a aceptar que el mar se llevó a Miguel, cada vez que llega a Chome asegura que le pide a las olas que se lo devuelvan.
El trámite de la muerte presunta
Desde el día de la desaparición de su esposo, las cosas se han puesto cuesta arriba para Soledad. A toda la tristeza de su duelo se suma la preocupación por su hija Katherine, quien no se recupera del shock que le produjo el hacer presenciado la muerte de su padre. “Ella no está bien. En el colegio la está viendo un psicólogo, pero ya  no es la misma. Lo único que pide es no hablar de aquel momento. Ha bajado sus notas y no pone atención en clases, parece que quisiera evadirse de todo”.
Como si no fuera suficiente, Soledad enfrenta una situación que literalmente la tiene ahogada en deudas por los compromisos económicos de Miguel. Hace poco habían comprado dos microbuses, de los que aún queda mucho por pagar. A eso se suman los dividendos de la casa y “las típicas deudas que tiene toda familia”, sostiene.
Aunque tiene la certeza de que su esposo está muerto, legalmente no  puede certificarlo y, por lo tanto, tampoco puede recurrir a los seguros de desgravamen de los créditos.
“Me dijeron que sólo seis meses después de la desaparición podía comenzar los trámites para que declaren su muerte presunta. Y luego de eso esperar otro tanto hasta que un juez la certifique. Nos explicaron que para todos los efectos legales él sigue vivo y que nosotros debemos responder por sus deudas”.
Soledad tiene un pequeño negocio de juguetes, pero lo que gana simplemente no le alcanza. Miguel manejaba una de los microbuses (del otro se encargaba su hermano) y hacía la mantención mecánica de las dos máquinas. Ahora que no está debe pagar a un chofer y todos los gastos de las reparaciones. “Es increíble que tengamos que pasar por esto. Su caso se conoció en todo Chile, pero no me pueden dar un simple certificado de defunción. Sabemos que legalmente hay que esperar, pero qué hacemos en todos estos meses. Me da mucho miedo perder lo que habíamos juntando durante tantos años de sacrificio”.
Por lo pronto sabe que tiene que trabajar y ser fuerte como se lo pedía Miguel. “Siempre hablábamos de la muerte y de lo que debíamos hacer si uno de nosotros moría. Él era muy ordenado y me explicaba paso a paso todos los trámites que se seguían en estos casos, pero jamás nos pusimos en esta situación. El mar ya me dejó sin marido; no quiere ahora que nos deje en la calle”.

O’Higgins 680, 4° piso, Oficina 401, Concepción, Región del Biobío, Chile.
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