Invasión del mundo: una orgía militarista y patriotera de aquéllas

/ 18 de Abril de 2011

Hay películas que casi pasan la prueba de la blancura. Son aquellas que van bien, hasta que pasada la primera mitad, deciden, en un rapto de locura, otorgarse un hara-kiri letal que descarta cualquier posibilidad de salvación. Es el caso de Invasión del mundo: batalla Los Ángeles.
El mundo, 2011. Los avistamientos de ovnis pasan de ser casos esporádicos a conformar un peligro inminente para la paz mundial. Comienzan manifestándose como una lluvia de meteoritos; sin embargo, sus patrones de conducta y la conducción inteligente de sus trayectorias -que los hace estrellar en las cercanías de ciudades importantes- levantan sospechas entre los militares. Cuando el fenómeno se revela como una invasión extraterrestre y la paliza alienígena se vuelve global, un pelotón de marines, comandado por el sargento Michael Nantz (Aaron Eckhart), decide dar la pelea en Los Ángeles para salvar civiles y encontrar un centro de comando que cambie el curso de los hechos.
Dirigida por Jonathan Liebesman, ya en su inicio cumple los cánones del género catástrofe de masas, ofreciendo una sarta de  intrascendencias varias, clásico humor gringo y la presentación insulsa de un variopinto grupo de personajes.
El espectador comienza a rogar por algo de acción, hasta que, afortunadamente, sus plegarias son escuchadas: los marines se acuartelan y  corren a tomar posiciones para enfrentar  a una amenaza desconocida. El problema: la falsedad increíble de las primeras explosiones; realmente no había visto algo más digital y pixelado desde aquel extraño experimento del cine chileno sobre zombies y apocalipsis, cuyo nombre sólo por esta vez omitiré.
Desde la primera batalla contra los aliens queda claro que Invasión del mundo… es, más que cine catástrofe, cine de acción, que es ofrecido con mucha cámara en mano, una seguidilla ininterrumpida de explosiones y escenas de acción que, hay  que decirlo, no están nada de mal y aportan un ritmo que se vuelve cada vez más adrenalínico conforme avanza la cinta. En este conjunto aporta con mérito la banda de sonido que  por momentos hace olvidar ciertas pifias en los efectos especiales y la hiperkinética cámara de Liebesman.
Otro factor que sube los bonos es la decisión de los guionistas por enfocarse en un grupo y situación determinada. Nada de hechos magnánimos, esto se trata, simplemente, de la supervivencia de un pelotón frente a un rival desconocido. Como dato curioso se aprecia la clara complicidad de la trama con las teorías de conspiración más en boga por estos días en Internet. En rigor, lisa y llanamente, marketing 2.0.
Hasta que, súbitamente, la película es invadida  por una monserga patriotera y militarista de la cual el resto del metraje no se recobra. De forma incomprensible, una serie de discursos sobre soldados caídos en combate, y el heroísmo de perder la cabeza invade al sargento Nantz y a sus marines, y lo que parecía al menos una cinta de acción medianamente aceptable se transforma en la arenga perfecta para enrolarse en Afganistán. A partir de entonces, la pérdida de credibilidad, entusiasmo y respeto se dan por igual y  no queda más que decir.
Más mala que The happening, un poco menos mala que El día de la independencia y, definitivamente, peor que Señales, Encuentros cercanos del cuarto tipo, y Distrito 9. Ni hablar de los clásicos. Mala.

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