Islas Chauques: Luces y sombras de un archipielago encantado

/ 15 de Junio de 2007

Palafitos
Escondidas por el tiempo y las tempestades, y con una mitología aún palpable en cada rincón, este conjunto de islas desafía el paso del tiempo y un desarrollo económico que ha cambiado la fisonomía tradicional de Chiloé. Un lugar apartado y hermoso para descubrir con ojos y oídos bien abiertos.
“Cada día que se muere un antiguo, se va un pedazo de la historia de estas islas”, reflexiona el profesor Arsenio Aguilar, parado junto a la rampla del embarcadero de la isla Mechuque. En este invierno que ha demorado tanto en llegar, el funeral de don José Secundino Barrientos, fallecido a los 91 años, ha congregado a casi toda la población de esta isla, una de las principales islas del archipiélago de las Chauques y Butachauques, ubicadas casi en frente de Quemchi.
Mechuque, Añihué, Cheniao, Voigue, Tauculón, Tac, Aulín y Butachauques componen este grupo de islas que cierran por el sur el Golfo de Ancud. Un lugar lleno de misticismo para los chilotes. En estos canales se supone navega El Caleuche; entre estas ínsulas saltarían por las noches los brujos y en algún rincón de la cercana costa de Quicaví y Colo, se encontraría la mítica cueva custodiada por el Invunche (ser mitológico de horrible aspecto).
Un toque mágico que, para quienes han vivido por décadas en el archipiélago, resulta insoslayable. “¿Sí creo en los brujos?” – responde Edison Barrientos, uno de los vecinos más conocidos de Mechuque – “Bueno, de esas cosas es mejor no hablar mucho”, dice.
Es que más allá de las leyendas y las tradiciones, en las Chauques se conservan aún muchas tradiciones perdidas hace ya largo tiempo en la Isla Grande. La vida en comunidad es todavía lo más importante y, como dice el propio Barrientos, “aquí se puede vivir prácticamente sin plata”.
Por eso, hasta la pequeña iglesia de la isla ha llegado toda la población. Bajando desde el monte, navegando en la remozada lancha municipal o saliendo desde los palafitos, todos han querido despedir a un antiguo tan destacado como don Secundino.
A PURA MADERA
“Las salmoneras han cambiado dramáticamente la cultura chilota”, comenta desde Castro el director del museo local, Felipe Montiel. El chilote siempre ha vivido en una perfecta armonía entre tres elementos: la tierra, el mar y la madera. “Ahora, sin cultivar la tierra y sin madera, los campos están quedando botados y la gente joven ya no puede ni quiere ayudar a sus familias”, se queja el investigador.
Lo cierto es que algo de eso se deja ver en esta especial jornada mechuquina. Si antes los barcos madereros hacían fila para cargar los preciosos trozos de madera que bajaban desde los montes del archipiélago, hoy son las balsas de salmones las que dominan el horizonte del aún hermoso entorno que las enmarca. Una fuente de ingresos que es el verdadero motor de la economía local, que ha dejado definitivamente en el pasado los días de fuerte actividad maderera y pesquera tradicional.
“Mi padre navegó estos mares durante toda su vida”, rememora Edison Barrientos mientras abre la puerta del hermoso museo llamado “Don Paulino”, en honor a su progenitor fallecido ya hace años. En su interior se encuentran valiosas piezas que dan cuenta de buena parte de la historia del siglo XX de las islas y el Pacífico interior. Una iniciativa cultural que Barrientos ha emprendido solo, para dejar un testimonio del legado de un hombre como su padre, que vivió toda su vida obsesionado con el mar.
UNA GUERRA CONTRA LAS LATAS
Las 3 calles que conforman el casco “urbano” de Mechuque son estrechas y no caben autos. “Ojalá no lleguen nunca”, suspira un antiguo vecino, aunque advierte que ya existe una camioneta en la zona. Las casas son de tejuelas y la pequeña lengua de mar que entra por entre medio del pueblo, es cruzada por un imponente puente de madera, que constituye motivo de orgullo para sus habitantes y una atracción turística en sí.
Es que en la verdadera guerra contra el empleo de las latas como revestimiento de las viviendas, los mechuquinos ya llevan ganadas varias batallas. Las casas y sus palafitos lucen aún un inconfundible y clásico aire chilote como el de los mejores cuentos de Coloane, el más distinguido hijo de esta comuna de Quemchi.
Sorprende entonces el relativo desconocimiento aún de sus habitantes del enorme potencial turístico de las Chauques. La mitología, la forma de vida en comunidad, los paisajes y una tranquilidad realmente envidiable resultan poderosos atractivos que ya se quisieran en otros destinos del país. Ya sea en pangas arrendadas en los vecinos puertos de Tenaún o Quicaví; o en la lancha que zarpa día por medio desde Dalcahue y recorre gran parte de las islas, un viaje al archipiélago resulta una tentación irresistible para quien quiera conocer un Chiloé prácticamente impoluto.
MAR ADENTRO
El cortejo de don Secundino llega ya hasta el cementerio del pueblo, ubicado a 3 metros del mar, junto a un faro. Los familiares, el alcalde, concejales y hasta los amistosos y afables carabineros del retén acompañan los cánticos y oraciones de los deudos. “Aún queda vivo un caballero de 94 años, que es un verdadero libro viviente”, comenta en voz baja Edison Barrientos. Es, con seguridad, uno de los últimos testigos de una época y una cultura que se extingue inexorablemente en Chiloé.
Mientras tanto, y ya en la lancha, Arsenio Aguilar, el profesor rural que reflexionaba sobre el futuro del patrimonio chilote, mira el mar y recuerda sus 8 años como docente en este apartado rincón de Chile. Se enfunda en su chaqueta hasta el cuello y se sorprende de lo poco que se mueve la lancha en el cruce a la costa por entre medio del Golfo de Ancud. “Parece que ya no existen temporales como los de antes”.

TEXTO: Mauricio Gándara

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