Iván Fuentes: El PESCADOR QUE SE TRANSFORMÓ EN LÍDER

/ 27 de Abril de 2012

Nació en una zona campesina y a corta edad fue adoptado por una pareja de profesores. No llegó a la universidad, pero con un lenguaje directo, “a la vena,” dejó en jaque a los políticos y al Gobierno. Siempre privilegió el diálogo y, finalmente, sentó las bases para una nueva forma de ser dirigente social y relacionarse con el poder. Aquí la historia de vida de un hombre común, que sorprendió.

No sabe cómo explicar el momento que vive. Cómo un hombre modesto, de la noche a la mañana, tras una dura movilización en la Patagonia chilena pasó a ser portada de los principales medios de comunicación del país y figura de un movimiento ciudadano que entusiasmó a gran parte de los chilenos.
Con un discurso coherente, emotivo, directo y cercano, Iván Fuentes Castillo (44), el dirigente del Consejo Regional de Organizaciones de Pescadores Artesanales de los Fiordos y Archipiélagos de Aysén, Corfapa, se transformó en una figura atípica en la política nacional. Con puro sentido común, con frases “cuñeras” y con un lenguaje que habla, utiliza y entiende el ciento por ciento de los chilenos logró que las demandas de los ayseninos “patagones” no se diluyeran en una manifestación y quedaran olvidadas, como ha ocurrido con otros movimientos sociales. Ese éxito, tanto la prensa como las autoridades de Gobierno lo atribuyen a sus habilidades comunicacionales. Una característica que descolocó no sólo a los ministros que tuvieron que negociar con él, sino que también a varios dirigentes políticos y gremiales que le expresaron su apoyo de forma sincera o con el único propósito de no quedarse fuera de algo novedoso que estaba pasando y que, por cierto, había atrapado el interés periodístico.
Con frases típicas del campo, como su clásico “agua pasada no mueve molinos”, que repetía para dejar atrás la tensión con sus interlocutores y retomar el diálogo; con un discurso y ejemplos de su entorno laboral y social -que llevó a algunos a compararlo con “Chance”, el personaje central de la película Desde el Jardín, basada en la novela del escritor norteamericano Jerzy Kosinski)- el vocero del Movimiento Social por Aysén logró que sus demandas identificaran no sólo a los habitantes de la Patagonia, sino que también a todo un país, porque todos, en mayor o menor medida (incluyendo a los santiaguinos), se vieron reflejados en este conflicto. Ya fuese por la conocida postergación de las regiones o porque ante una demanda legítima, respaldada con argumentos, el rechazo sin razón (al que se suma en este caso represión y prepotencia) no hacía más que reforzar y cohesionar a las fuerzas alrededor de quienes aparecían como los más débiles.
Mientras duró el conflicto nunca nadie se enteró de su situación personal. Jamás la usó para sensibilizar a la opinión pública y de esa forma buscar mayor adhesión al movimiento. Pocos sabían que vivía en una toma de terrenos, en una vivienda que otro pescador le había facilitado a cambio de un motor que no ocupaba. Ahorraba para una casa, gracias a un trueque. Nadie supo que no tenía baño ni menos ducha y que cada mañana se aseaba con agua fría que recogía en un balde. Eso, dice hoy, no importaba, porque lo fundamental era mejorar la vida de los patagones.

La familia

Iván Fuentes es el noveno entre 12 hermanos, pero tiene poco contacto con ellos. A los 10 años, “cuando era un pinganilla”, como él mismo dice, fue adoptado por una pareja de profesores de la escuela Loma la Tercera, en un sector cordillerano de la comuna de Longaví, en la Séptima Región. Por ese entonces tarde, mal y nunca iba a clases y a su escasa edad ya “negociaba” su trabajo con agricultores de la zona. “Por apartar terneros me pagaban con leche”, recuerda. Se comportaba como un viejo chico, indica. Sus padres Luis Arturo Fuentes y María Castillo, él herrero forjador y ella dueña de casa, no podían hacer mucho para controlarlo. Había más hermanos.
Así era la vida del vocero a esa corta edad, hasta que el entusiasmo de esta pareja de profesores egresada de la Universidad Austral de Chile lo rescató de esa realidad. Era 1979. A caballo y con presencia de Carabineros, Misael Pinares y Lucia Aguilera Pérez llegaron a buscarlo a un fundo en la zona cordillerana para que se integrara al sistema educativo. Finalmente terminaron adoptándolo.
Todavía se emociona cuando recuerda que lo que hoy es se lo debe a estos padres adoptivos que se preocuparon de él y lo apoyaron en los momentos complicados de su vida. Como cuando en 1986, mientras estudiaba y vivía en un internado del Instituto Nacional de la Juventud, en Linares, fue detenido durante una protesta en contra de la dictadura. Esto le trajo problemas y abandonó el colegio. Un sacerdote decidió escribir a sus padres adoptivos para que lo ayudaran. Misael y Lucía, que eran simpatizantes de la “Derecha” y ya tenían una hija “propia”, nuevamente fueron por él y lo llevaron a vivir a Entre Lagos, en la provincia de Osorno. Ahí terminó su enseñanza media. Se había entusiasmado con ser profesor, pero finalmente no pudo.

El campamento

Tras terminar la enseñanza media se propuso trabajar “en lo que fuera” y tener su casa antes de que su hijo -Misael Iván, que tuvo apenas salió del colegio- cumpliera 5 años. “Me dije con una pala, con una picota, en lo que sea.” Así con 21 años y pareja incluida se radicó un tiempo en Maullín, donde trabajó como panadero.
En 1990 y acompañado por la madre de su hijo llegó a Quellón por una posibilidad de trabajo. “Estando ahí surgió la opción de irme embarcado para trabajar en la extracción de mariscos a las islas. Y nos fuimos”. El primer lugar donde llegó, mareado, porque no había navegado antes, fue Puerto Lobo, en el ingreso del archipiélago de Las Guaitecas. Se le había dicho que vivirían en un campamento, pero al bajar a la playa se dieron cuenta que allí no había nada. Sólo le pasaron unos metros de nylon y le dijeron: “ahí está su campamento”.
Bajo la lluvia y el frío se fue forjando el temple de este dirigente de pescadores. No quedaba otra que “echarle para adelante”. Así fue como por casualidad, ante el resfrío de uno de los buzos, tuvo la oportunidad de lanzarse al agua y la aprovechó. Luego, tras recorrer varias islas en la zona de Las Guaitecas y en las zonas más cerca de Aysén, finalmente se radicó en Puerto Aguirre. No sin antes -como él dice- haber superado la tristeza de su primera separación.

El amor y el dolor

“Mi pololeo fue más largo que mi matrimonio”. Casi al año de haberse casado, la relación de Iván se terminó y su esposa y su hijo abandonaron la zona. Allí nuevamente Lucía Aguilera, su madre adoptiva, estuvo a su lado de manera incondicional. A raíz de esa relación, y en su memoria, es que el pequeño dirigente de los pescadores casi siempre aparecía con una bufanda cubriendo su mano. “Nunca estuve herido”. La bufanda era un obsequio de su madre que lo acompaña, sobre todo en los momentos difíciles.
De regreso al sur, en 1992, junto a Andrea Bravo, su nueva pareja, se instala en Puerto Aguirre, donde de a poco comienza a manejar mejor los temas pesqueros. Mientras su vida como dirigente gremial empieza a tomar forma, con el tiempo su segunda relación también fracasa. Posterior a la crisis, reconoce que han tenido una buena relación y que hoy son amigos. Pero con dos hijos más, también se produce uno de los dolores más grandes para el dirigente. Uno de ellos nació con problemas de salud que hasta hoy lo mantienen en la Teletón en Puerto Montt. “Es un puñal que llevo enterrado en mi corazón”, dice.
Pero si en la vida personal le había tocado enfrentar situaciones complejas y dolorosas, en su incipiente vida gremial las cosas tampoco le fueron fáciles. Cuando ya comenzaba a figurar en la escena regional como uno de los principales dirigentes pesqueros, en medio de una disputa por cuotas de captura, atentaron contra su casa y la incendiaron. “Yo estaba en Puerto Aysén en medio de una manifestación y me avisan que mi casa se estaba quemando. Lo perdí todo y lo peor es que nadie me apoyó, ni siquiera mis compañeros”, precisa.

Tu problema es mi problema

La frase que en febrero comenzó a recorrer el país fue la piedra angular desde la cual el conflicto social en la Patagonia comenzó a copar la agenda informativa y a catapultar a Iván Fuentes como uno de los dirigentes sociales más particulares en la escena nacional. Un hombre de estatura baja, delgado, que hablaba de una forma “especial” y que era capaz de poner en jaque la estrategia del Gobierno para terminar el conflicto. Ante cada quiebre en el diálogo con los representantes del Presidente repetía lo mismo: “Estamos disponibles para conversar desde que nace hasta que se oculta el sol, todos los días”. Y así era, porque el vocero del movimiento social, inconfundible con su casaquilla azul, en promedio dormía 4 horas. Los enfrentamientos de los habitantes de la comuna de Puerto Aysén con la policía en los días más tensos y tratando de mantener el diálogo con el ex ministro de energía, Rodrigo Álvarez, y el subsecretario de la presidencia Claudio Alvarado, lo mantenían ocupado y agobiado. Su rostro de cansancio era evidente.
El Gobierno finalmente debió privilegiar la paz social, la misma que buscó con el envío de 500 carabineros de Fuerzas Especiales, pero esta vez a través del diálogo directo con Fuentes y con otros 14 dirigentes que llegaron a La Moneda. Un hombre que tiene sólo cuarto medio, como él repetía, los descolocó. Sus frases “con sentido de manada, de cardumen, somos más que 6 u 8 capitalistas” y “venimos con las manos abiertas y el corazón en la mesa, hablemos con la verdad”, anticiparon el acuerdo para proseguir con las conversaciones.
El dirigente, poco a poco, ha comenzado a retomar su vida cotidiana. Tiene más tiempo para disfrutar junto a su tercera mujer, Andrea Chihuay, y sus 4 hijos, la última una niña de poco más de 2 meses a la que ha visto muy poco. Mientras el diálogo con el Gobierno continúa, Iván Fuentes deja claro que no se olvida de sus raíces campesinas. No sólo por las plantaciones que mantiene en sus invernaderos, sino porque su gran proyecto como hombre de mar se relaciona con hacer del agua un campo de cosecha. Su sueño es que cada familia de pescadores pueda “sembrar” y se transformen en conservadores más que en depredadores.

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