La consolidación de nuestro Cine

/ 21 de Marzo de 2018
Roger Sepúlveda Carrasco Rector Universidad Santo Tomás Concepción.

En 1895, dos hermanos franceses, los Lumière, inventaron un aparato que revolucionaría las formas de comunicación del venidero siglo XX: el cinematógrafo. Gracias a esto, por primera vez en la historia se pudieron contemplar imágenes reales en movimiento.

Fue tal el impacto de aquel invento que, según se cuenta, los espectadores de sus primeros filmes, como: La llegada del tren a la estación, se asustaban y recogían en sus butacas, pensando que el tren podría salir de la pantalla. Así, rápidamente, se comenzaron a apreciar interminables filas de personas que querían vivir esta nueva experiencia.

Lo que comenzó como un entretenimiento para las masas y las clases populares, pronto se transformó en una verdadera industria allende los mares, en Hollywood, California, primero, y luego en el resto del mundo. También se convirtió en una consumada forma de expresión artística y herramienta de propaganda y difusión, gracias al desarrollo de un nuevo lenguaje audiovisual, creado por genios del Séptimo Arte, como David W. Griffith (El nacimiento de la nación, 1915) o Sergei Eisenstein (El acorazado Potemkim, 1925), entre otros, quienes prácticamente inventaron este nuevo lenguaje usando movimientos de cámara y distintos planos.

En Chile, el desarrollo del cine también tuvo sus más y sus menos. Gran parte de nuestro patrimonio cinematográfico se perdió, y terminó siendo vendido subrepticiamente para ser transformado en peinetas. Lejos en el tiempo quedan filmes como El Húsar de la Muerte (1925), o comedias costumbristas que cada cierto tiempo (para Fiestas Patrias, sobre todo) transmiten en televisión, como El gran circo Chamorro (1955), siendo Raúl Ruiz o Alejandro Jodorowsky los dos representantes chilenos más reconocidos internacionalmente, aunque no los únicos.

A la memoria también vienen películas como Palomita Blanca (1971), La Frontera o La luna en el espejo, ya en la década de los ‘90 y, en el pasado quedan problemas tradicionales del cine nacional, como la calidad del sonido. Hoy, una nueva generación de cineastas da nuevos bríos a esta industria. Nombres como Pablo Larraín o Sebastián Lelio se están haciendo un importante lugar y, seguramente, nos seguirán sorprendiendo.

Lo positivo de este nuevo cine chileno es que apuesta por hacer películas sin mayores complejos ni pudores, que pueden calar hondo en materias sociales pero que generan réditos a la inversión que hay detrás de cada producción.

El premio del pasado domingo 4 de marzo, al filme Una Mujer Fantástica, no sólo es un reconocimiento al trabajo de toda la industria y sus trabajadores, sino que también plantea problemáticas que durante mucho tiempo han permanecido ocultas. Hay quien dice que la película es lenta, o que el personaje principal no tiene nada de fantástico, pues se le ve siempre sometida y algo “apocada”. Sin embargo, más allá de la valoración individual de otras sexualidades o la heteronormalidad, tiene el mérito de relevar una realidad que existe y ante la cual no podemos cerrar los ojos. Es de esperar que este reconocimiento ayude a consolidar la industria en nuestro país, así como a facilitar la discusión y el diálogo nacional, siempre en el contexto de tolerancia y respeto que merece la dignidad humana.

O’Higgins 680, 4° piso, Oficina 401, Concepción, Región del Biobío, Chile.
Teléfono: (41) 2861577.

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