La dolorosa lucha de Vladimir

/ 29 de Marzo de 2016

Vladimir Urrutia y Rodrigo Moreno vivieron juntos casi 12 años. Sólo la muerte pudo truncar esta historia de amor que se inició por una casualidad del destino y que ellos protegieron y cultivaron a pesar de la incomprensión de parte de su entorno, el mismo que hoy quiere exhumar los restos de Rodrigo del lugar que su pareja escogió como su última morada.

 

Por Erika Allendes Rojas.

 
“Creo en la esperanza y el respeto. Espero que la #injusticia y la #desprotección en Chile terminen. Soy viudo. Lee aquí mi carta”, reza la presentación de la cuenta de Twitter del contador angelino Vladimir Urrutia Arias.
En este breve mensaje, Vladimir pretende dar cuenta de la situación que hoy vive, y que lo ha llevado a acudir a los medios de comunicación para difundir su historia y la de su pareja, el médico Rodrigo Moreno González, fallecido en octubre del 2014.
waldimirDice que necesita ayuda, orientación, pero sobre todo comprensión. Las leyes no están de su lado. A la muerte de Rodrigo, el Parlamento aún tramitaba el Acuerdo de Unión Civil, por eso no tuvieron la oportunidad de suscribir este contrato que regula la convivencia de dos personas que comparten un hogar, sin importar si son del mismo o de diferente sexo. De allí que, añade, sólo espera que su caso sea entendido por otros y, sobre todo, por la familia de quien estuvo a su lado durante casi 12 años. “Los mejores de mi vida”, se apresura en recalcar.
Actualmente, el foco de su lucha está centrado en evitar que los restos de Rodrigo sean exhumados del terreno que adquirió para ambos en el Cementerio Parque Santa María de Los Ángeles. La madre del médico, Elba González, ya ha hecho, sin éxito, varios intentos para sacarlo del lugar y poder incinerarlo, según sostiene, porque ésa fue la última voluntad de su hijo. Hoy el trámite depende de lo que defina la Corte de Apelaciones de Concepción, donde Elba interpuso un recurso de protección en contra del Cementerio Parque Santa María de Los Ángeles para que se autorice la exhumación. Pero el establecimiento nada puede hacer si el dueño del terreno no lo permite. “Rodrigo varias veces habló de qué quería que ocurriera con su cuerpo luego de muerto: que lo incineraran, que lo dejaran en un parque cementerio, a veces hasta bromeaba que prefería que lo embalsamaran, pero finalmente nunca dejó nada establecido legalmente. Sí siempre pensamos que nos gustaría compartir nuestra morada final, donde ésta fuera”, dice Urrutia.
 

Flechazo instantáneo

Rodrigo y Vladimir se conocieron el primero de junio de 2003, en Temuco. “Nuestro encuentro fue como ésos que se muestran en las películas. Primero nos vimos en la calle, y ese mismo día nos reencontramos más tarde en la casa de amigos que, sin saberlo, teníamos en común. Fue una especie de señal que ambos seguimos y que nos mantuvo unidos y enamorados por tanto tiempo”, rememora Vladimir durante uno de los tantos viajes que ha debido hacer a Concepción, para sostener reuniones con su abogado y con integrantes del Movimiento de Integración y Liberación Homosexual (Movilh), que le están brindando asesoría para enfrentar la ofensiva de la familia de su pareja.
“Yo venía llegando de Argentina, saliendo de una relación un tanto compleja, y él también estaba saliendo de una historia parecida a la mía. No sé cómo describir lo que nos sucedió, pero a pesar de lo que habíamos vivido, no tuvimos miedo de embarcarnos en una relación. Fue un flechazo instantáneo. A la semana de habernos conocido ya vivíamos juntos”.
Wladimir-3Rodrigo Moreno tenía 27 años y estaba en Temuco haciendo su especialidad en Medicina Interna. Vladimir, 24. Luego se trasladaron a Angol, y después a Santiago, donde Rodrigo realizó su subespecialización en Medicina Intensiva. Su periplo finalizó en Los Ángeles. Allí, la pareja de Vladimir llegó a ser el jefe del centro de costos de la Unidad de Paciente Crítico del Hospital Víctor Ríos Ruiz.
En la carta a la que Vladimir Urrutia alude en Twitter, el contador explica que durante el tiempo que duró la formación de Rodrigo, que implicó el traslado por varias ciudades, él tuvo diferentes ocupaciones: trabajó en hoteles, en empresas ligadas al área forestal, hasta armó una empresa de asesoría para la organización de eventos, pero fue dejando todo para acompañarlo en cada una de sus destinaciones. “Incluso abandoné mis estudios de actuación en Santiago en beneficio de estar juntos y ayudarle en su carrera, para que fuera un médico exitoso y brillante, tal como destacaron sus compañeros de trabajo durante su funeral”. Para ellos lo importante era cuidar su unión, cultivarla y fortalecerla para asumir los problemas de incomprensión o discriminación que incluso en su mismo entorno enfrenta una pareja del mismo sexo.
“Que llevásemos tantos años sorprendía a quienes nos conocían. Suele suceder que las relaciones de las personas homosexuales no duran mucho tiempo. Por eso los amigos bromeaban con nosotros y nos decían que estábamos postulando al bono Bodas de Oro de Piñera”.
En Los Ángeles compraron una casa para vivir junto a sus perros. La escritura quedó a nombre de ambos. Allí recibían a los amigos y allí también continuaron con las tareas solidarias que desde el inicio de su relación se habían propuesto realizar. “Cada Navidad juntábamos regalos entre nuestros amigos para llevarlos a algún hogar de menores. Los días previos al 24 de diciembre, nuestra casa estaba llena de juguetes, de papeles de regalo y de cintas que estaban repartidas por todas partes. Los amigos llegaban en las noches a ayudarnos a envolverlos. A veces nos quedábamos en eso hasta el amanecer, pero no importaba porque  ayudar siempre nos hizo felices. Por Rodrigo volví a hacer lo mismo la Navidad pasada. Llenamos de regalos a los niños de un hogar de menores de Los Ángeles que están en ese lugar por vulneración de sus derechos. Hacerlo me permitió sentirme de nuevo muy cerca de él”.
 

La llegada de Elba

Y aunque la casa de Rodrigo y Vladimir siempre estaba llena de amigos, delante de quienes nunca escondieron su relación, la situación cambiaba cuando familiares del médico decidían visitarlo. “En esas ocasiones yo tenía que desaparecer”. Para él era un tema que su familia supiera que era gay. Había que tener cuidado con que su tío o sus primos que vivían en Concepción lo supieran o, más bien, lo comprobaran, porque en su entorno, su opción sexual era un secreto a voces”.
A los nueve años de relación, hubo un hito que marcó su historia. “Rodrigo comenzó a decirme que la edad de su mamá estaba avanzando y que la salud de su abuelo ya no era de las mejores. Él era hijo único de una mamá soltera, por eso tenerlos lejos (vivían en Santiago), sabiendo de su estado, lo complicaba. Hasta que un día me dijo que quería que vinieran a vivir con nosotros. Yo sabía que su llegada iba a modificar nuestra forma de vida, pero así y todo jamás me opuse”.
De ahí en adelante el cambio fue notorio. “Su madre es una señora muy católica, muy conservadora, al igual que su abuelo. En beneficio de que no pasaran ningún bochorno ni vergüenza, no decíamos que éramos pareja. Ella una vez nos presentó como hermanos, porque no se atrevía a decir que teníamos una relación homosexual. Nuestras manifestaciones de cariño nunca más se repitieron dentro de la casa. Jamás siquiera nos vieron tomados de la mano, aún cuando se supone que ellos sabían de nuestra relación y, supuestamente, no les molestaba. Era incómodo, lo reconozco, pero así Rodrigo estaba tranquilo”.
La relación entre Vladimir y su suegra se desarrollaba en términos normales e incluso cordiales. La llevaba a misa los domingo y la trasladaba a hacer las compras de la casa y otros trámites porque, por su trabajo, el tiempo libre de Rodrigo era más bien escaso. A esas alturas, la pareja había formado una empresa inmobiliaria que era manejada por Vladimir.
La aparente buena relación que tenía con la familia de Rodrigo terminó la misma madrugada en que éste falleció. Su muerte no sólo los separó, sino que también derrumbó todo lo que juntos habían construido.
 

“Me presentaron como amigo” 

“La causa de muerte de Rodrigo aún no la tengo clara. Como no soy familiar suyo no tuve derecho a acceder a la información que entregó el Servicio Médico Legal. Tuve que valerme de un tío de él para poder retirarlo de ese lugar. Se supone que falleció de un paro cardiorrespiratorio”.
La noche anterior a ese suceso había sido tranquila. Vieron televisión hasta tarde, conversaron, se tomaron unos tragos y se durmieron cerca de las cinco de la mañana.
“No quiero que nunca te vayas de mi lado… alimentaremos las palomas en la plaza cuando seamos viejitos los dos… prométeme que nunca me abandonarás, eres el hombre de mi vida, te amo y te voy a amar para toda la vida, hasta que yo me muera”.
Ésas fueron las últimas palabras que Rodrigo dijo en vida. “Esa madrugada, al despedirnos, nos besamos intensamente y, lentamente, con una sonrisa maliciosa se destapó para salir de la cama con un ademán de modelo de pasarela haciendo sus cómicas muecas que tanto odiaba y hoy extraño. Caminó lento en dirección al baño, lo último que vi fue su mano despidiéndose de mí para luego oír la puerta del baño cerrarse. Luego de eso me dormí”.
Wladimir-4A las siete con cuarenta y cinco de la mañana del 5 de octubre del 2014, Vladimir despertó. Buscó a su lado, pero Rodrigo no estaba. “Fui al baño corriendo; abrí la puerta y lo vi tendido en el suelo. Lo tomé en mis brazos, le di golpes en las mejillas sin respuesta. Llamé a la UCI y me atendió uno de sus colegas médicos. Nadie me entendía, apareció su madre y empezó a gritar ‘qué le hiciste a mi hijo, qué le hiciste a mi hijo por la cresta’. Del otro lado del teléfono me daban indicaciones de resucitación. Continué al teléfono con un enfermero mientras venía la ambulancia para acudir al llamado de urgencia. A cada masaje cardiaco sentía que lo perdía, pedía a gritos que despertara, no sabía qué hacer. Aún cansado seguía masajeando su pecho hasta que me sacaron los paramédicos. Montaron una UCI de emergencia en mi habitación, sacaron el cuerpo del baño y lo llevaron al dormitorio. Yo sólo veía jeringas, sondas, monitores, suero… y aún así no despertaba. Alguien que salvara tantas vidas no podía morir, alguien que dedicó toda su vida a los pacientes, a los más necesitados, no podía irse así pensaba sin creer lo que estaba viendo”.
Nada se pudo hacer. Rodrigo ya estaba muerto. “Quería quedarme a su lado, pero no pude. Estaban su madre y su abuelo con nosotros, que también querían  despedirse.  Alguien me dijo que había que hacer llamados y otras cosas más. Tomé su mano por última vez y me puse de pie sin objetivo ni horizonte”.
En eso llegaron los carabineros para constatar las circunstancias de la muerte. El parte policial decía: hombre blanco, 40 años, 1,60 de estatura, fallecido por paro cardiorrespiratorio en el baño de su casa. Lo encontró su hermano. “No sé porque dije eso. Alguna vez le seguí la corriente a su mamá que nos presentaba de esa manera, pero la verdad es que aún no me explico por qué di esa respuesta”.
En el funeral, la familia decidió presentar a Vladimir como un amigo de Rodrigo, al menos entre sus conocidos, y no lo dejaron tener mayor participación en la ceremonia. “Recuerdo que el sacerdote se me acercó y me dijo: ¿alguien va a hablar para despedir a su hermano? Tampoco quise aclarar que yo era su pareja. Finalmente, el hermano de su madre dijo unas palabras. Allí recordó la vida de Rodrigo y casi al final me agradeció por tantos años de amistad. No hizo ninguna otra mención”.
Después del funeral, la relación entre Elba y Vladimir cambió drásticamente. De ahí en adelante las conversaciones de ella se centraban en qué iban a hacer con la casa; decía que había que venderla, porque sus costos de mantención eran muy altos. Semanas más tarde, Vladimir se dio cuenta de que faltaba ropa, perfumes y los libros de Medicina de Rodrigo. Su familia había sacado cuadros de las paredes, alfombras y algunos muebles del segundo piso. “Comencé a sentirme como una visita en mi propia casa. Al tiempo, la situación con mi suegra era insostenible y, por prescripción médica, me cambié a un departamento. No me importó dejar atrás lo material, porque eso ya no valía si Rodrigo no estaba”.
Cuando alguna vez quiso regresar al que fuera su hogar se encontró que la reja estaba cerrada con un candado. “Por las noches solía visitar a los vecinos del condominio del frente, iba a conversar con ellos casi día por medio, porque me costó mucho despegarme de la zona, ahí aprovechaba de pasar a ver a mis perros por la reja. Luego también se los llevaron. Nunca más volví a hablar con la mamá de Rodrigo”.
Vladimir quedó sumido en una depresión que le hizo tratar de quitarse la vida en dos ocasiones. “Me volví un elemento que movían de un lado para otro. Ni siquiera podía levantarme para ir a trabajar”.
En una de sus visitas al cementerio, una de las funcionarias se le acercó para comentarle que familiares de Rodrigo estaban buscando exhumar sus restos. El abogado de Elba envió una carta al cementerio donde intentaba demostrar con documentos bancarios que el dinero que había ocupado Vladimir para comprar el terreno no era de él, sino que de su pareja y que, por lo tanto, el terreno era de su propiedad, pues ella era la única heredera de los bienes de su hijo.
Antes de eso lo habían acusado de apropiación indebida porque de la casa había sacado un computador y un teléfono que usaba Rodrigo, pero que estaban a nombre de la empresa inmobiliaria que ambos habían formado. “Se supone que interpusieron una demanda, pero todavía no me notifican. Sí recibí del abogado de su madre algunos correos electrónicos donde me solicitaba que, en un acto de buena fe, autorizara la exhumación de sus restos. Hasta me ofrecieron que me podían dar en propiedad una camioneta de la empresa si accedía a dar mi firma. Ahí dije esto está mal, me están comprando, para mí Rodrigo no vale una camioneta. Mi abogado me dijo que si no aceptaba sus condiciones el único camino era ir a juicio, fue en ese momento donde dije vamos por la vía legal, y decidí hacer pública mi historia”.
En la actualidad Vladimir está en plena lucha tratando de que no se lleven a Rodrigo. Creó una nueva empresa y no peleó más por su antigua propiedad. Reconoce que el camino no será fácil, pero sabe que esta batalla corresponde darla, porque así lo quería Rodrigo, cuando horas antes de su muerte le pidió que nunca lo abandonara.

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