Distintas voces han dicho hasta el cansancio que agregar valor e innovar son claves para el crecimiento, el desarrollo económico y la competitividad. Sin embargo, en Biobío hemos retrocedido en dichos ámbitos al perder competitividad respecto de otras regiones.
Los motivos pueden ser diversos, pero el diagnóstico es indiscutible. Pasamos de ser una Región industrial y productiva a una más fuerte en las empresas de servicios. Así lo refleja la última Encuesta de Innovación Empresarial del Ministerio de Economía. Ésta determinó que la tasa de innovación del Biobío es de 14,4 %, encontrándose bajo el promedio nacional -de 16,6 %-, y que la inversión en actividades de innovación cayó entre 2013 y 2014, del 7,1 al 4,8 %.
Es perentorio, entonces, recuperar los niveles de liderazgo, creatividad e innovación que ya demostramos en el pasado, con la creación, por ejemplo, de Innova Bio Bio o Cidere Biobío, entidades claves en estas materias.
Sabemos que necesitamos mayor diversidad productiva, así como que no era conveniente perder una fracción de nuestro territorio. Pero todas estas condiciones ya están instaladas, y debemos adaptarnos a ellas para llevar nuestro tejido productivo a mayores grados de competitividad.
Nuestros recursos naturales son, sin duda, de valor inconmensurable, pero la gran industria que nos vitalizará es la del conocimiento. Estamos formando talentos en más de 70 instituciones de educación superior y ésa es nuestra mejor carta de presentación. Ellos pueden preparar proyectos que solucionen problemas serios basados en algoritmos matemáticos o, con ingenio y perseverancia, ofrecer propuestas de valor a una comunidad empoderada y deseosa de ganar calidad de vida.
Cidere Biobío se ha propuesto la noble tarea de reunir a estos mundos: a los jóvenes que formamos en las universidades e institutos de la Región y a los investigadores con inversionistas y ejecutivos con competencias para enfrentar los desafíos de este milenio.
Para estimular, promover y enseñar sobre innovación, Cidere Biobío tiene como meta articular esfuerzos públicos y privados. Sin embargo, como participante de estas iniciativas, creo que la ampolleta, como analogía de un chispazo, no es el más afortunado de los símbolos para representar la innovación. Ésta, más que una ocurrencia genial producto de un momento de inspiración responde a esfuerzos sostenidos y sistemáticos destinados a permear las organizaciones y permitir la revisión y el cambio de los procesos, sistemas o productos y servicios.
Tenemos una tremenda oportunidad de crecer innovando, pero esto no es fácil ni gratuito. Debemos invertir, creando al interior de nuestras organizaciones condiciones propicias para que esta semilla germine.
Todos estamos llamados a innovar y a crear valor a partir de inteligencia y sabiduría con los recursos que contamos. La globalización de los negocios y mercados nos obliga a innovar o desaparecer, puesto que ahora más que nunca ésta se manifiesta como un elemento clave para la competitividad. Y aquí las universidades tienen mucho que decir. La inmensa camada de jóvenes ingenieros, químicos, arquitectos, biólogos y muchos otros profesionales que han salido a hacer estudios de postgrado, magíster y doctorados en universidades de prestigio son los llamados a dar este importante salto.