Las caras del cura Audín Araya

/ 23 de Noviembre de 2012

Era el sacerdote salesiano amigo de los jóvenes, orientador e inspirador de vocaciones al que los alumnos describían como “choro”, cercano y bueno para la talla, pero que se mantenía distante y altanero frente a los profesores de los establecimientos salesianos que dirigió. Hoy está imputado por abusos sexuales reiterados en contra de tres alumnos del colegio de la Orden en Concepción, y durante el proceso se conoció una denuncia de boca de Rodrigo Pino Jelcic, quien dijo haber sido vejado por el religioso en la casa del cura en La Cisterna.


Para el 26 de noviembre está fijada la audiencia de preparación de juicio oral que deberá enfrentar Audín Osvaldo Araya Alarcón, el ex director del Colegio Salesiano de Concepción imputado por abusos sexuales reiterados en contra de tres alumnos de ese establecimiento.
Los hechos habrían ocurrido entre marzo y noviembre del 2008. Las víctimas estaban en tercero y cuarto medio, y tenían entre 16 y 17 años. Todos habían manifestado intenciones de ser sacerdotes y por ello participaban del proceso de formación vocacional del colegio. El padre Audín Araya como su director espiritual era el encargado de orientar esas inquietudes.
Los jóvenes acusan al cura de realizarles tocaciones y caricias en sus glúteos, vello púbico y en el pene, con el argumento de que se trataba de pruebas de confianza propias del proceso formativo. Los abusos, como consta en la relación de hechos de la acusación, se habrían cometido en el contexto de estas reuniones vocacionales: en la oficina de la dirección, en otras dependencias al interior del establecimiento y en una casa de retiro y reflexión de la orden, Casa Colina San José -ubicada en la localidad de Tomeco-, que el 2007 había sido inaugurada por el entonces arzobispo de Concepción -también salesiano- y actual arzobispo de Santiago, Ricardo Ezzati.
Uno de los tres denunciantes se suicidó el 3 de julio del 2011, a casi dos meses de la formalización de Audín Araya. Su familia sólo se enteró de los vejámenes luego de su muerte, cuando fueron citados por el fiscal que dirigió la investigación, Carlos Palma Guerra. En una ocasión su madre lo acompañó a declarar a la fiscalía. Él le dijo que había sido llamado como testigo. Nunca le reconoció que era uno de los abusados. Un cuadro depresivo habría motivado -según refirió la familia- la decisión de acabar con su vida. No hay antecedentes en las indagaciones para determinar una relación entre el suicidio y el abuso, pero los abogados querellantes en el caso, Renato Fuentealba y Gonzalo Contreras, reconocieron que su depresión era coetánea con el proceso personal que fue viviendo tras los abusos, “nunca antes la tuvo”, dijeron.
A la acusación en contra del padre Audín Araya se sumó, el 23 de octubre último, una querella en contra del ex Superior Provincial de la Congregación Salesiana, Leonardo Santibáñez Martínez, presentada por los mismo abogados Contreras y Fuentealba en representación de los padres del joven fallecido, donde le atribuyen participación como encubridor del delito de abuso sexual.
A fines de 2008, luego de que los estudiantes denunciaran los hechos a un profesor del colegio se informó de la situación al entonces Superior de la congregación. En el proceso consta que Santibáñez envió a dos sacerdotes del Consejo Inspectorial salesiano a Concepción para evaluar la situación “y sacar al padre Araya si se encontraban antecedentes”. Tras una reunión con los jóvenes se acordó que no habría denuncia a la justicia a cambio de que a Araya no se le asignaran labores pastorales donde tuviera contacto con menores.
“La conducta del superior Santibáñez no termina en la omisión de denuncia, porque conociendo la situación le presta ayuda al sacerdote Araya. Lo saca de Concepción, lo mantiene un tiempo en Santiago y luego lo envía a Colombia, supuestamente para realizar un trabajo pastoral”, explica el abogado Renato Fuentealba. Luego, continúa, sin que existiera una investigación criminal para determinar las responsabilidades del sacerdote, su superior lo traslada, en el 2009, a Puerto Montt donde le permite realizar labores espirituales y académicas a menores de edad.
Cuando los tres denunciantes se enteraron a través de compañeros de colegio, que habían asistido a un campeonato de básquetbol en Puerto Montt, de que no se había cumplido el trato y que Audín Araya seguía en contacto con jóvenes decidieron hacer la denuncia a la fiscalía.
Al cierre de esta edición, el padre Audín se recuperaba de una intervención quirúrgica a uno de sus riñones para extirparle un tumor, como informó el 13 de noviembre último la congregación salesiana mediante un comunicado. Dijeron que el tiempo de convalecencia lo determinarían sus médicos tratantes, aunque aseguraron que “el P. Audín Araya sigue a disposición de los requerimientos del Tribunal Oral en lo Penal de Concepción, para presentarse a las audiencias respectivas en las fechas previstas”.

“¿De nuevo está preñá?”

Notoriamente más delgado -como refieren quienes han tenido contacto con el padre Audín en el último tiempo- abatido, cumpliendo arresto domiciliario y padeciendo una depresión ”profunda” que se desató tras las denuncias pasa sus días el sacerdote que durante el 2008 se desempeñó como director del Colegio Salesiano de Concepción.
Una imagen distinta del Audín robusto, con carácter, autoritario y altanero que conoció Loreto, profesora de Educación Básica, en el Liceo Manual Arriarán Barros, de La Cisterna, donde ella trabajaba.
Cuenta que desde su arribo como director a ese establecimiento salesiano, en 1998, Araya se convirtió en la “pesadilla” de los profesores. “Era temido por su trato déspota, sobre todo hacia las mujeres y hacia los mayores. Decía públicamente que no le gustaba trabajar con gente vieja, y por eso comenzó a despedir a quienes llevaban más años en este liceo, cuyo prestigio descansaba, justamente, en la experiencia de sus docentes”.
Luego de eso contrataba mayoritariamente a profesores jóvenes. “A las colegas nuevas les decía mis pollitas”. Todo iba bien hasta que comenzaron a quedar embarazadas. Eso no le gustó al cura porque tenía que reemplazarlas en su período de pre y posnatal y no quería “cachos”. “Una vez, mientras pasaba por delante suyo la orientadora de Educación Básica, la miró y dijo: ‘¿Y ésta de nuevo está preñá?’ (sic). Con esas expresiones el cura nos dejaba marcando ocupado”. Después dejó sin aguinaldos a los que formaron un sindicato de profesores y estuvo en un tira y afloja con ellos porque no quería pagar los años de servicio. Sin embargo, dice Loreto, a la hora de los eventos con el centro de padres el sacerdote “no se fijaba en gastos”. Encarpaba el patio, contrataba garzones y elegía lo mejor de lo mejor para las fiestas. “A él le gustaba la buena comida, la buena vida, cuando llegó al liceo venía muy gordito, con una cara rosadita. Se preocupaba mucho de su presentación personal”.
Loreto fue un tiempo presidenta del centro de educadores del Manuel Arriarán Barros. Recuerda que no tenía problemas de relación con el padre Araya, “porque ella era de carácter fuerte” e incluso el sacerdote le decía: ”Yo prefiero tratar con gente como usted y no con estos otros tales por cuales” (en referencia al resto de los docentes).
Audín Araya llegó a La Cisterna tras haber sido el encargado de la Pastoral Vocacional Juvenil de Chile, y antes de eso, director del colegio Don Bosco de Iquique. “Colegas nos habían contado que el padre había dejado un mal recuerdo en el norte, porque había creado un mal ambiente entre los profesores”. Una historia que se repitió en La Cisterna, y que funcionarios de los Salesianos de Concepción, que piden no ser individualizados -“porque en el colegio hay temor a opinar públicamente del caso o del ex director”, como dijeron- también lo confirman.
En el establecimiento penquista tuvo problemas con algunos, entre ellos con el director de Estudios, por asuntos académicos. Pero lo que más “molestaba” era su apatía hacia los profesores, compartía muy poco con ellos, y en una reunión se excusó de esta situación aduciendo que él tenía una mejor relación con los jóvenes que con los adultos.
Y se notaba, porque con ellos mantenía un trato cercano y amistoso, sostiene Loreto. “Sobre todo si éstos eran de clase acomodada. A la gente humilde no la consideraba mucho”. Su llegada al Arriarán Barros – tal como sucedió años más tarde en Concepción- marcó una nueva forma de relación entre la dirección y el equipo docente.
“Los anteriores directores compartían habitualmente con nosotros en la sala de profesores, como uno más. Pero él no. Él poco salía de su oficina. Incluso en las reuniones trataba con palabras hirientes a quienes no estaban de acuerdo con él. La puerta es ancha, respondía. Y cerraba las discusiones sin más. Así se imponía, infundiendo temor, porque no tenía dotes de líder”, dice Loreto.

La confianza y la dependencia

Cinco situaciones de abuso sexual describe la acusación del Ministerio Público en contra de Audín Araya, para el que solicitó una pena de 10 años de presidio mayor en su grado mínimo, la vigilancia de la autoridad por los 10 años siguientes al cumplimiento de esa pena y la inhabilitación perpetua para ejercer cargos que involucren relación directa con menores de edad.
El fiscal Carlos Palma sostiene que el acusado “abusó de la confianza y de la relación de dependencia que existía entre él y las víctimas, por ser el director del colegio en el cual estudiaban, y por ser su guía espiritual en su proceso de formación vocacional sacerdotal”.
Y agrega: “Desde el punto de vista de la teoría, quien abusa sexualmente de otro no comete un delito por sorpresa o por accidente como quien roba aprovechándose de una oportunidad. El abusador sexual elige a sus víctimas y también el contexto en que va a realizar las acciones. Las seduce, las agrede sexualmente y luego las envuelve en una situación de obligación de secreto para mantener la acción abusiva, y eso es lo que como Ministerio Público planteamos en este caso”.
-¿Audín Araya “eligió” a sus víctimas? -“Lo que puedo decir es que los jóvenes que denunciaron ser víctimas del sacerdote Araya son personas con perfiles similares. Con cierta estructura familiar y cierta estructura psicológica que hacen pensar en que no es casualidad que sean ellos los abusados sexualmente”, señala el fiscal Carlos Palma.

Los besos en la cara, su sello

Durante las indagaciones los jóvenes relataron los detalles de los abusos a los que supuestamente fueron sometidos por Audín Araya. Todos coinciden en el contexto y en las formas de acercamiento que desembocaban en las tocaciones con significación sexual. Ocurrieron en reuniones de los cursos vocacionales. Les desabotonaba la camisa o les metía la mano por debajo de la ropa y les acariciaba la piel hasta llegar a la zona genital para “tocar los vellos púbicos” y a una de las víctimas, el pene. Otro de los relatos hace referencia a una situación ocurrida en la casa de los salesianos en Tomeco, a donde el sacerdote invitó a dos de los muchachos. Mientras caminaban por el jardín les introdujo la mano por dentro del pantalón para acariciarles los glúteos.
A ellos, Araya les mostraba estos hechos como pruebas de confianza, les decía que no había nada malo en ellas, que eran cariños de amigo. Que estaban siendo guiados espiritualmente y que por eso se tenía que evaluar cuáles eran sus conductas ante estas “tentaciones”.
“Nosotros no sabíamos cómo asimilar todo esto, nos daba miedo hablar, porque no nos iban a creer. Yo quería ser sacerdote y temía que si denunciaba él iba a hacer algo para que yo no cumpliera ese deseo”, relató a los medios de comunicación Juan Pablo Medina, uno de los denunciantes al destaparse públicamente el caso.
“Hay que entender lo que representa la figura de un guía espiritual para jóvenes que actúan de buena fe y que están pensando hacer de la Iglesia su formación, por lo tanto el contexto en que ellos se encontraban era bastante entregado a su autoridad”, agrega el abogado querellante Gonzalo Contreras.
La relación que el imputado tenía con el grupo, según las víctimas, era de cercanía. La misma que apreció Loreto, la ex profesora básica del Liceo Manuel Arriarán Barros, se generaba con los estudiantes de enseñanza media de ese establecimiento. “Recuerdo que en las mañanas él se cruzaba con los alumnos en el trayecto desde su casa -ubicada al lado del colegio- a la oficina. Los profesores veíamos cómo saludaba de beso en la cara a algunos chiquillos. Nadie le decía nada por esas actitudes porque se consideraba que era como su sello, los mismos muchachos sentían que el cura era choro”, dice.
Con los tres denunciantes de Concepción también mantenía un trato coloquial, de abrazos y hasta de hablar con garabatos. El acusado reconoció en las indagaciones que al menos dos de los jóvenes lo visitaban seguido en su oficina, fuera de los horarios de los cursos, para conversar o, simplemente, para saludarlo.
Gonzalo, un ex alumno del colegio salesiano penquista que vivió los cursos vocacionales una década antes que las tres víctimas, recuerda haber conocido a Audín Araya en un encuentro en Quilpué. “Nunca oí ni lo vi en nada extraño. Él era amable, cercano y aunque estaba en una categoría superior dentro de la orden, tenía una buena llegada con los estudiantes, a diferencia de los demás curas que marcaban mucho la jerarquía. Si tuviera que hacer un paralelo, diría que el trato que él tenía cono nosotros era similar al que manteníamos con los seminaristas, con quienes éramos más cercanos por una cuestión generacional”.
Este año, otro testimonio de un ex estudiante salesiano relacionó al padre Audín Araya con una situación de connotación sexual que habría ocurrido en la casa que habitaba el sacerdote ubicada junto al liceo Manuel Arriarán Barros, en La Cisterna. Era Rodrigo Pino Jelcic, el mismo joven que tras la reapertura de su caso en la fiscalía y de iniciado un proceso en el Vaticano confesó haber sido abusado en reiteradas ocasiones y luego haber mantenido una relación amorosa con el renunciado obispo de Iquique Marcos Órdenes (Ver recuadro Reencuentro en el Cambusca).
El testimonio de Pino Jelcic podría incorporarse como una prueba de contexto en el juicio contra Audín Araya en Concepción. “Sería interesante conocer qué es lo que hace que jóvenes, en épocas muy distintas, con 15 o 16 años de diferencia, en una misma congregación, en el mismo contexto y donde una persona realiza el mismo rol, sean abusados de la misma forma”, se cuestiona el fiscal Palma.

Ideas suicidas

Un comunicado emitido por la congregación salesiana el 23 de octubre pasado reconoció que Audín Araya había consumido una sobredosis de medicamentos a raíz de “una crisis psico-depresiva grave”. Su delicado estado obligó a suspender la audiencia de preparación de juicio oral que estaba agendada para el día siguiente. Tras esa situación se determinó como nueva fecha el 26 de noviembre.
En aquella oportunidad su abogado defensor, Marcelo Torres Duffau, no quiso referirse a los rumores que hablaban de un intento de suicidio del párroco, como no aceptó hacerlo para este reportaje, “porque no acostumbra a ventilar sus casos antes de los juicios a través de los medios”.
A pesar de los hechos que describían en su comunicación, los salesianos tampoco hablaron de intento de suicidio.
Sin embargo, en la investigación el sacerdote reconoció haber tenido ideas suicidas -pensó en lanzarse al Metro- porque la acusación lo había sumido en una depresión profunda y sentía que su vida estaba acabada. Dijo haber estado internado un mes y medio en una clínica psiquiátrica de la capital y luego haber sido asistido por sacerdotes y psicólogos durante su estada en Colombia, en el 2009, pero que sus problemas persistían, aún cuando consumía ansiolíticos, antidepresivos y pastillas para dormir. Aseveró que no es el mismo de antes, que perdió su alegría y que la acusación le cambió la vida por completo.
Aseguró que “hacer daño a los jóvenes no estaba dentro de él” y se definió como una persona de orientación heterosexual exclusiva, que se siente atraído por mujeres, pero que ha rechazado propuestas porque siempre puso en primer lugar su sacerdocio.
En sus 26 años de vida sacerdotal, Audín Araya siempre estuvo ligado al trabajo con jóvenes en colegios o en misiones. Así lo conoció Hugo, ex alumno del colegio de la orden. “Era un buen orientador, lo conocimos como catequista, en los ochenta. A él y a Rimsky Rojas (salesiano que se suicidó el año pasado mientras era investigado por abuso sexual), que se ordenó en Concepción. Eran tipos jóvenes que nos daban un coscacho si nos portábamos mal, pero de tocaciones u otras conductas sexuales jamás vimos ni supimos algo, por eso con los de mi generación quedamos impresionados cuando se conocieron las acusaciones en contra de ambos”. La gente cambia con el tiempo, “unos se quedan pelados, otros se ponen más guatones… pero a los curas no me explico qué les pudo haber pasado”.

El reencuentro en el Cambusca

Fue en un Campamento de Búsqueda y Camino, Cambusca, realizado en Quilpué, que Audín Araya reconoció a Rodrigo Pino Jelcic, en esa fecha de un poco más de 16 años. Se le acercó a saludarlo. Más de diez años habían pasado desde su último encuentro en Iquique. “Él fue profesor de mi hermano mayor, yo estaba  en educación básica. Visitaba mi casa porque mi papá y mi mamá eran catequistas y participaban del centro de padres del Colegio Don Bosco de Iquique”, recordó                                             .
“Me preguntó por mi familia, por mi vida. Yo le conté que me interesaba el sacerdocio. Luego me invitó a verlo durante ese verano a su casa, en Santiago”.
“Recuerdo que llegué a una iglesia de color rojo en La Cisterna y entré por el pasillo de un colegio. Había que recorrer varios metros. Llegamos a la casa de los curas y me invitó a pasar a su dormitorio. No vi a nadie más. Era todo sencillo, una cama de dos plazas y en la pared colgaba una gran cruz de madera. Conversamos harto rato, hasta que de repente él me tomó la pierna y comenzó a tocarme en la zona genital. Me asusté y salí por ese mismo pasillo, llorando. El cura me alcanzó y me dijo que no me podía ir solo. Que lo dejara llevarme a la casa de mi tía, en Las Condes. Nos subimos a una camioneta roja. Lloré todo el trayecto y le pedí que nunca más se acercara ni a mí ni a mi familia. Al único que le mencioné este hecho en ese tiempo fue al obispo Marco Órdenes, quien me aconsejó que no comentara esto con nadie porque le causaría un gran dolor a mis padres”.

 

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