Los indígenas y su verdad

/ 25 de Abril de 2016
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Por Mario Ríos Santander.

El canciller del gobierno boliviano, David Choquehuanca, expresó en una frase la esencia del mundo indígena latinoamericano. Dijo: “Si estamos frente a un árbol, quien no es indígena, estudiará el árbol. En cambio yo, soy el árbol”.

La diferencia, señala, está en el conocimiento y en el cosmoser. “Tú tienes conocimiento, yo soy”. Así de simple y no hay mas palabras. Cualquier otra observación sobre lo expresado, sólo será de algún sociólogo, tan dado a interpretar todo, incluso el alma de los pueblos.

Pero lo anterior no basta para comprender al indígena latinoamericano. Para ellos, la naturaleza es el entorno más inmediato y vital; en cambio, las personas son la continuación de la naturaleza y, por tanto, lo que le dio origen es el punto de partida y final de cualquier argumento que se discuta.

A ello se le llama ancestral. Sostienen que la naturaleza no fue construida, sino que surge por su propia condición. Por eso también es razonable sostener que la cultura es, finalmente, todo aquello que se agrega a la naturaleza.

Y aunque el indígena no lo exprese así, “tan occidentalmente”, lo manifiesta en sus actitudes, objetivos y formas de vivir. Así entonces, surge una primera dificultad en el diálogo entre el “culto” y el “natural”. Mientras que para el primero el futuro es todo cuanto llegará, para el indígena es el pasado. Para ellos, el pasado es lo único que existe, y cualquier cosa que ocurra mañana, será el pasado el que lo dispondrá.

El diálogo, forma suprema de la relación humana, permite caminar juntos, construir asentamientos sociales comunes y respetarse. Y en esto, nuestra República no entiende nada. Por el contrario, gatilla profundas divisiones al pretender imponer en el alma indígena todo el poder que otorga la “mayoría”, expresión suprema de la democracia. Impone directorios de comunidades, presidente, secretario, tesorero, pero margina a los lonkos, a los machis, dejándolos irrespetuosamente como un elemento decorativo del patrimonio folclórico del país.

Se les ha restado toda capacidad de justicia y hemos repletado al país de jueces. Nunca un pueblo indígena construirá una cárcel, porque para ellos la justicia tiene otras aplicaciones o sanciones. “Si la República nos deja aplicar la justicia, volveremos a la paz”, dicen.

Pero se seguirá insistiendo porque no se cree en la diversidad. Para el Estado sólo es verdad la mayoría. Nada importa si no tiene tal premisa.

Los vehículos que se queman (nunca el trigo, que es alimento de la naturaleza), son “producto de unos pocos” es el discurso oficial. Y eso es verdad. Pero también es cierto que el resto no apagará el conflicto, porque el Estado es el responsable de arreglarlo, surge como respuesta. Ahora, expresan ellos, nos quieren “arranchar” en un ministerio, “algo que no pedimos ni deseamos”.

De esta forma, la única estructura real es la comunidad. Ahí se congrega el gobierno, el alma, la verdad. Seguir destruyéndola es romper ancestralmente su naturaleza y, eso, no se acepta.

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