Lota y su merecido reconocimiento

/ 8 de Marzo de 2021
Prof. Andrés Medina A. Licenciatura en Historia UCSC.

En enero, mes del natalicio del gran Baldomero Lillo, quien retrató magistralmente la realidad del pueblo minero de Lota, el gobierno anunció una importante noticia para esa ciudad: su postulación a la lista tentativa de posibles lugares reconocidos como Patrimonio de la Humanidad. Una distinción que es concedida por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura, Unesco.

Para entender esta nominación, debemos recordar que el carbón mineral jugó desde el siglo XVIII un rol protagónico en la economía mundial, como fuente energética de la primera revolución industrial, impulsando vapores, trenes y nacientes industrias.

Por ello, esta postulación es un llamado a valorizar algunos aspectos fundamentales de lo que fue la minería lotina del carbón, y a conectar ese pasado con realidades que hoy tienen plena vigencia en nuestra sociedad, como las demandas por superar desigualdades extremas mejorando la distribución de la riqueza; la revalorización del rol de la mujer en todos los ámbitos de la vida, y la inversión en innovación y desarrollo de nuevas tecnologías.

Así, en primer lugar, recordemos que la minería en Lota combinó, en el plano humano, una mano de obra representada por peones agrícolas que buscaron en la minería mejores perspectivas de vida, con empresarios cuyo objetivo era alcanzar la mayor eficiencia en la producción y, por ende, más ganancias, sin preocuparse realmente de las condiciones laborales y de vida de sus trabajadores.

Esa realidad provocó un movimiento profundamente crítico de las desigualdades existentes, así como de la deshumanización creciente de las relaciones entre capital y trabajo. Ese malestar fue canalizado en un activo sindicalismo, que reclamó de forma permanente por las malas condiciones de vida y las inexistentes medidas de seguridad en las faenas subterráneas.

Por otro lado, el drama que representaba la vida cotidiana del minero y de su familia impulsó un profundo sentido de solidaridad entre ellos, una verdadera cultura de unidad que se intensificaba por su cercanía en el trabajo y en la habitabilidad estrecha de los pabellones y poblaciones, donde vivían soportando las condiciones laborales más duras de la provincia.

Otro factor a considerar dice relación con la inversión en innovación y la modernización que la actividad minera trajo consigo. Concretamente, en 1877 Lota tuvo la primera planta telefónica del país, surgieron innovaciones agrícolas en las haciendas de la compañía, se producían vinos de alta calidad importando cepas desde Europa, se ensayó el cultivo de salmones en el río Chivilingo y en 1895, utilizando las aguas del mismo río, se construyó con planos de Thomas Alva Edison la primera central hidroeléctrica de Chile, la segunda en Sudamérica. Además, la compañía formó una flota de vapores que comerció el carbón en el norte de Chile, en el sur de Perú y, cruzando el estrecho de Magallanes, en Argentina y Uruguay.

Finalmente, completa esta conexión entre pasado y presente, el liderazgo de Isidora Goyenechea Gallo, viuda de Luis Cousiño y su sucesora en la dirección ejecutiva del complejo empresarial. Si bien era asesorada por diversos gerentes, las decisiones finales se reservaban a sus dictámenes. Sin entrar en detalles, podemos indicar que su gestión se caracterizó por la permanente innovación, fruto de su inspiración personal, adquirida en sus constantes viajes a Europa.

También se ocupó de ayudar. Por ejemplo, para contribuir a paliar las malas condiciones de vida presentes en el mineral, impulsó la construcción de poblaciones para los mineros; creó la Gota de Leche, que entregaba ese vital alimento a los niños como una forma de complementar su nutrición, y fundó el Hospital de Lota para atender las necesidades de salud de la población. Su labor asistencial se extendió también a la creación de un hogar para niños abandonados y la entrega permanente de importantes recursos a la iglesia para desarrollar campañas de caridad.

Así, el pasado carbonífero de Lota presenta factores que ayer no cuajaron, pero que mañana, en una combinación virtuosa, podrían implicar el desarrollo de una sociedad mejor. Una donde las relaciones humanas estén basadas en el respeto y en condiciones de igualdad, reconociendo la humanidad y valor del otro; donde se valoren las capacidades de todo orden que cada mujer posee, y donde se invierta en investigación e innovación, y se incentive la creatividad y el emprendimiento.

Las bases para ese Chile mejor ya fueron sentadas hace más de 150 años en Lota, en medio de la grandeza de su minería y del sufrimiento de sus trabajadores, un mérito intrínseco que la Unesco debiera considerar para incluir a la ciudad en su lista de posibles Patrimonios de la Humanidad.

El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial de Revista NOS.

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