Más allá de la vida

/ 15 de Febrero de 2011

Una pequeña decisión puede determinar tu vida, tu supervivencia. Marie, una periodista francesa de vacaciones con su pareja en un paradisíaco balneario, prefiere levantarse más temprano para salir a comprar. En Londres, una madre le encarga la compra de remedios a Marcus, su hijo de doce años. Sin embargo, Jacob, su hermano gemelo, decide ir en su lugar.
Marie baja algunos pisos del hotel en que se hospeda. Antes, observa el increíble paisaje. Por su parte, el niño hace sus compras sin problemas, hasta que es asaltado por una pandilla. La periodista, en medio de una feria, siente un zumbido atronador: directo hacia ella, corre un monstruoso tsunami, el mismo que afectó al sudeste asiático en 2005. Jacob, huyendo de los delincuentes, no la tendrá más fácil.
El azar versus el determinismo son unas de las premisas de Mas allá de la vida. Pero no son las únicas, pues como reza el título, esta vez Clint Eastwood se propone hacer más que un ensayo filosófico sobre la causalidad, para indagar en el nebuloso mundo de lo que se supone sucede una vez que fallecemos.
Mas allá de la vida es una película coral, especie de sub género que estuvo muy de moda hace algunos años, y que resultará más que familiar para todos aquellos que vieron Magnolia, Happiness, Crash, Traffic, Amores perros y un muy largo etcétera. En esta entrega, Eastwood nos ofrece la historia de tres personas cuyas vidas terminan -de forma voluntaria o no- ligadas al contacto con los muertos. Por un lado tenemos a Marie (Cécile De France) y su experiencia cercana a la muerte, un fenómeno que la llevará a la obsesión; luego a George (Matt Damon), un obrero americano que posee una cualidad psíquica excepcional para comunicarse con los deudos, la que, sin embargo, siente como un maldición; y Marcus, un escolar londinense que se desespera por volver a hablar con su fallecido hermano gemelo.
Más allá de la vida tiene uno de los comienzos más escalofriantes del último tiempo en el cine, gracias a la recreación perfecta -desde la dirección, fotografía, tensión sicológica, efectos especiales- de un monstruoso tsunami. Es la vida comprimida en cinco minutos: la belleza, el placer, luego el terror, la muerte y ¿un más allá? A continuación, el metraje toma un ritmo más pausado, existencial, de cotidianeidad. Una frenada necesaria, acertada, que busca explicar las motivaciones de los personajes en la creencia en lo sobrenatural versus el dolor de la pérdida, la incapacidad de superarla. En un tema tan complejo y antiguo como el hombre, me atrevería a decir que Eastwood no se casa con ninguna postura, sólo muestra algunas tendencias.
Para algunos la película se demora mucho en concretar; otros esperarán más fantasía y flashes que muestren el reino de Hades; y algunos cuantos dirán que el final es demasiado anaranjado, o que lo del Eastwood de hoy son las historias terrenales y simples, como Million dollar baby o Gran Torino. Cierto o no, en esta entrega el viejo cowboy se mantiene fiel a sí, con su sobriedad y elegancia, su crudeza y sensibilidad, más su oficio de director de vieja escuela. Mención honrosa a las actuaciones de Matt Damon, Bryce Dallas Howard (como Melanie, su cuasi-novia) y George MacLaren (Marcus). Absolutamente recomendable.

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