Mátalos suavemente

/ 24 de Abril de 2013

Año 2008, bajos fondos de Boston. Al interior de un viejo automóvil, dos pobres diablos tirados a delincuentes discuten. Uno, Frankie (Scoot McNairy), es el protegido de Johnny “Ardilla” Amato, un mafioso menor; el otro, Russell (Ben Mendelsohn), su compinche, un junkie de tiempo completo. Son un par de perfectos losers, incluso algo retardados, que gracias a un encargo de Amato (Vincent Curatola, Los Soprano) se convencen de que llegó la oportunidad de sus vidas: asaltar un garito clandestino, regentado por el querido Markie (Ray Liotta).
A punta de una cámara subjetiva y una virtuosa fotografía, el director Andrew Dominik nos muestra el ingreso del par de imberbes en el antro. Armados de escopetas recortadas, máscaras traslúcidas y una actitud evidentemente amateur, el desastre es inminente. Sin embargo, por increíble que parezca, logran salirse con la suya, o al menos por un tiempo, antes que Jackie Cogan (Brad Pitt), un “especialista” en descubrir culpables y quitarlos “suavemente” de en medio, toma cartas en el asunto.
Adaptada de la novela de George V. Higgins, desde el comienzo Mátalos suavemente se esfuerza, casi a gritos, en decirnos que es un film político, o una película de acción con discurso político, o una especie de trhiller político… la verdad es que nunca queda muy claro, pero la intención está, los diálogos de hampones en decadencia se funden con los discursos de George Bush anunciando una inminente crisis financiera que amenaza con socavar la forma de vida del país. Como contrapunto, las promesas de cambio del entonces candidato Barack Obama suenan irónicas frente a una depresión que afecta de igual manera a las altas finanzas de Wall Street como a los negocios del hampa.
De esta forma, el relato del neozelandés Andrew Dominik nos ofrece un arsenal de recursos que evidencian su esfuerzo por dejar una impronta autoral: básicamente, una mirada fría y desesperanzada del Estados Unidos de la crisis subprime, que se traduce en postales de un puerto paralizado y un tratamiento despiadado de sus personajes: la miseria barroca de Russell, la caída en desgracia del -irónicamente “querido”- Markie, el cinismo de Cogan, o la insólita melancolía de Mickey (James Gandolfini, también de Los Soprano), un sicario alcohólico abandonado por su mujer.
Mátalos suavemente sigue, en cierta manera, un discurso social, elaborado por Dominik en “Chopper” (2000) y “El asesinato de Jesse James por el cobarde Robert Ford” (2007), sus películas anteriores. Sin embargo, ésta adolece de un gran problema que, a poco andar del metraje, confunde: no se sabe hacia dónde va. En principio, parece que nos ofrece un thriller de estética noventera, similar al cine de los hermanos Coen y el primer Tarantino, pero no lo es; tampoco es un cine existencialista o de apocalipsis contemporáneo, como la laga zaga de películas corales que invadieron la década de los 90 y comienzos del 2000. Por lo demás, algunos diálogos son simplemente soporíferos.
Pero lo más notorio es la asimetría entre la forma, basada en el virtuosismo fotográfico, las tomas ralentizadas y los manierismos de Domink, y el fondo: ser una radiografía violenta y política del actual EE.UU. Simplemente, hay una colección de intenciones o elementos diversos que no llegan a confluir. Mucho preciosismo y frases para el bronce, que dejan dudas sobre la real vena punk o noir de esta película. Regular.

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