Mil y una noches con sabor a embutido turco

/ 28 de Agosto de 2014

mablanco2María Angélica Blanco
Periodista y escritora.

En un té, en casa de una amiga, éramos sólo dos quienes no estábamos embaucadas por la teleserie turca Las mil y una noches. Sabía que era un boom televisivo que alcanzaba casi 30 puntos de rating en horario estelar. Pero, ingenua de mí, pensaba que hacía referencia al manuscrito del mismo nombre que narra la historia de Sherezade, esposa del sultán Schahriar, quien, noche a noche, para no ser decapitada, nutría las fantasías de su cruel marido con cuentos tan fascinantes que éste le perdonaba la vida y se rendía a sus pies.
Vía celular, las asistentes al té intercambiaron fotografías de Onur, el galán, y compartieron impresiones en torno a sus capítulos favoritos. Cuando indagué si la protagonista contaba cuentos deslumbrantes, recibí un rotundo no.
Esta Sherezade no es fantasiosa, sino pragmática. Acepta una millonaria suma de Onur para compartir su lecho motivada sólo por la desmesura de su amor maternal. Para  deleite de sus fans, a esta ficción envasada le sigue una saga de embutidos turcos para disfrutar el resto del año, como Fatmagül y Amor Prohibido.
Para nadie es un misterio que la televisión abierta en Chile se alejó hace tiempo de uno de sus roles fundamentales. Ser un activo agente cultural y educativo. Basta con un rápido zapping en horas de alta sintonía para caer en la desolación.
En el centro de un debate de consideraciones éticas y estéticas, teniendo presente la lógica de un mercado omnipresente que obliga a los canales a someterse a los veredictos del rating, cabe preguntarse ¿Es de tan bajo perfil y mediocridad la televisión que merecemos?
En una de sus columnas de opinión, José Joaquín Brunner expresó: ”La afirmación de que la cultura es un elemento definitorio de lo humano y un factor determinante en el desarrollo de una sociedad nos lleva a catalogarla como un bien social al que todos los miembros de la sociedad tenemos derecho en términos de acceso”.
Coincido plenamente con él. Debemos hacer valer nuestro derecho a una programación que aporte calidad, basándose en la premisa de que cultura y educación también pueden abordarse en forma entretenida e ingeniosa. Con  mayor razón si Chile es un país en que casi el 90 por ciento de sus habitantes -sin distingo de estrato social- ve televisión, al menos, una vez por semana.
No tengo nada en contra de las teleseries turcas. Lo que considero engañoso para la teleaudiencia es que esa serie se adueñara del título Las mil y una noches para realizar una telenovela que está a años luz de la profundidad, misterio, fascinación y regocijo que provoca la lectura del texto original que data del siglo noveno.
La ecuación cultura y entretenimiento es el gran desafío para los creativos de la oferta televisiva. También para el Ministerio de Cultura. Hay quienes afirman que la única manera de elevar la calidad de la oferta en la pantalla chica es a través de la formación de audiencias con conciencia crítica. Para eso el primer paso es elevar el estándar del producto. ¿Cómo mejorar la calidad si el grueso del público parece haberse acostumbrado a digerir programas que no lo hacen reflexionar ni valorar lo sublime de lo estético y la belleza del pensamiento? Es el teorema que nuestra televisión abierta no ha sabido ni ha querido resolver.

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