NOSTALGIAS DE UNA CRÈME BRULÉ

/ 14 de Noviembre de 2007

Hace unas semanas, por el simple hecho de probar un postre exquisito, retrocedí a mi infancia como por una máquina del tiempo. Sentí la añoranza de mi abuela que, lejos, es la mujer que más fina y magistralmente, mezclando especies aromáticas, me hizo degustar platos que aún están registrados en mi memoria y en mi paladar.
Si ustedes han leído a Marcel Proust y su célebre “En busca del tiempo perdido” recordarán un capítulo en que el joven protagonista retorna a la casa de sus abuelos, en Combray, y que al mojar una madeleine, típica galleta francesa, en una taza de té retorna a su infancia y siente el olor a pinos, a tierra mojada, a la delicia de empaparse bajo los aguaceros, al perfume de las flores del jardín. ¿Quién de ustedes no ha tenido un viaje “proustiano” y al pasar frente a una casona, el olor a madreselvas o el estallido de un macizo de hortensias, o los árboles del patio cargados de frutas maduras, los llevaron de golpe a un olor, a un recuerdo que los hizo lagrimear de nostalgia?
Pues a mí me ocurrió en “Casa Nostra”, un restaurante donde la mano del joven chef Rodrigo Pincheira Marisio se nota. De postre, luego de paladear unos suave ñoquis a la bolognesa con un cabernet sauvignon en su punto, miré la carta y pedí de postre créme brulèe.
Nada más al quebrar con la cuchara la capa de caramelo que cubre la delicia de la crema que va al interior y que me supo a gloria, me invadió la añoranza: el recuerdo de mi abuela, quien guardaba como una tradición de familia el secreto de la preparación de la créme bruleè. La visualicé batiendo en un bol, mientras me contaba historias de amores imposibles que yo escuchaba alucinada. Siempre me dejaba la “raspa”. Era sublime.
Cuando Rodrigo Pincheira se acercó a mi mesa, algo me movió a aventurarme a solicitarle la receta. Pero no lo hice. Es mejor que ese manjar que preparaba mi abuela y que la experta mano de este chef supo reproducir a la perfección, permanezca como un secreto, una “delicatessen” de mi infancia. Obviamente volveré a “Casa Nostra” (Barros Arana 489 2ºPiso, fono 2213517) donde se come exquisito y se pasa bien y donde puedo saborear créme bruleè y volver a sentirme refugiada en los brazos de mi abuela mientras hundía mi rostro en sus vestidos perfumados.
También me prometí releer “En busca del tiempo perdido”. Igualmente volveré a leer “Como agua para chocolate”, esa deliciosa novela de Laura Esquivel, que posee la alquimia de los sabores, de los olores a vainilla, a platos preparados con pétalos de rosas, con canela, con chocolate. Qué maravilloso es el sentido del gusto que a veces nos permite un viaje al pasado.
María Angélica Blanco

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