ODA CAPITAL – ODA REGIONAL

/ 4 de Diciembre de 2014

contrerasEn el lenguaje del siglo XXI se habla de distancias siderales con el fin de que el imaginario colectivo registre las enormes diferencias existentes en la geografía política, económica y social de un país. En nuestra casuística, entre Santiago y cualquiera otra ciudad del largo y angosto mapa que nos cobija.

¡Que duda cabe! Santiago cada día más hermoso, tanto así que si usted ha dejado de ir a la capital por un par de años, tendrá que contar de nuevo la cantidad de unos y otros edificios, de gran altura, multiplicados en notables formas y diseños, repartidos por todos los sectores residenciales. Santiago luce bien y cautiva. El plus del Metro -con todas sus deficiencias- acerca más que aleja hogares y centros laborales, marcando tiempos cada vez menores. ¡Por cierto nada es perfecto! Pero ahí, ya tienen aquella posibilidad más buena que mala, mientras que en regiones carecemos de un medio de transporte y comodidad similar.

Cuando recién Chile hablaba de Regionalización, fundamentalmente en el hacer de la  Comisión Nacional de Reforma Administrativa, Conara, uno de sus máximos ejecutivos -el general Barrientos- me explicaba sobre la misma. Y, mis preguntas no recibieron -como ocurre hasta hoy día- respuestas que me dejaran satisfecho. Entre mis interrogantes estaba  la ausencia de respuesta frente a por qué la Primera Región (o cualquier otra) va de ahí  hasta allá, y otras similares que me parecían tan elementales como la anterior.

El caso es que no da lo mismo en nuestro Chile vivir al lado del centro comercial Apumanque o Parque Arauco, y vivir en nuestra ciudad o en Curanilahue al lado de un centro comercial relevante. La teoría de costos y beneficios cruzada por el concierto generoso de comodidades favorecen con amplitud al habitante de la capital. Serían infinitos los ejemplos en esa línea diferenciadora, extrema y abusiva.

Si miramos por el espejo retrovisor de nuestras historias regionales y citadinas  algo hemos mejorado, pero, jamás ni tan siquiera acercándonos a la realidad santiaguina. Reiteramos, trátase de indiscutibles distancias siderales. Tanto así que los habitantes de regiones somos ciudadanos de segunda o tercera clase por no haber cuarta. Y cuando decimos ciudadanos, lo hacemos no pensando en la entelequia abstracta de esa palabra, sino en hombres y mujeres de carne y hueso. Es decir preñados de necesidades y normalmente escasos de recursos dado que no está lejos de la realidad la oprobiosa sentencia de que Santiago es Chile.

Indudablemente se trata de dos odas diferentes: la gruesa para el capitalino y la delgada para el provinciano, extraña administración interior del Estado, injusta por naturaleza y doctrina.

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