Parra, el viejo león de invierno que rugió y seguirá rugiendo fuerte

/ 20 de Febrero de 2018
María Angélica Blanco Periodista y escritora.
María Angélica Blanco
Periodista y escritora.

En las últimas semanas se ha escrito mucho sobre la antipoesía, pero advierto que luego de la muerte de Parra Chile y el mundo siguen impresionados por el enorme trabajo que hay tras la apariencia cotidiana de su monumental obra.

Su principal talento es haber ingresado a la literatura proponiendo un nuevo escenario, marcado por su oposición a la solemnidad y a las convenciones más anquilosadas. Lo cierto es que puso de manifiesto una poética liberadora y desequilibrante, que desafió las estructuras dominantes de su tiempo. Con la publicación de Poemas y Antipoemas, marcó un antes y un después en la poesía criolla y, de paso, ganó entusiastas seguidores pero, también, una legión de detractores. Sabía perfectamente que más tarde, al editar su Manifiesto, se echaría para siempre encima a los intocables y a las vacas sagradas. Ese texto descolocó a los poetas consagrados, como Neruda, a quien nunca quiso. “Señoras y señores/ ésta es nuestra última palabra/ nuestra primera y última palabra/ los poetas bajaron del Olimpo”, dice la cita que causó una revolución.

La antipoesía había llegado para quedarse. Se ha dicho hasta que usó el lenguaje de la tribu, pero él lo convirtió en una fulgurante manifestación de creatividad, dándole geniales significaciones, sin perder la musicalidad, la transparencia ni la claridad del idioma.

¿Cómo olvidar esa tarde mágica en que me recibió, hace unos 20 años, en su casa de La Reina? Me impactó verlo aparecer con su blanca melena a medio peinar y una lucecita entre irónica, inquisitiva y seductora en sus ojos. De figura imponente, parecía un viejo león de invierno que aún rugía.

Viajé para invitarlo a Concepción a dar una conferencia sobre el amor. Él esbozó una sonrisa traviesa: “¿Por qué supones que tendría que saber sobre el amor? No sé nada sobre el amor”, contestó socarronamente enarcando las cejas.

“Usted no me está hablando en serio, don Nicanor. Es sabido que tuvo muchos amores”, me aventuré. “Yo nunca hablo en serio cuando estoy hablando en serio”, dijo mientras me ofrecía sopaipillas. Le gustaban los juegos de palabras y el humor negro, el que usó en sus famosos artefactos en los que pintaba su clásico corazón con ojos y piernas, y ponía frases como “Cuba sí, yanquis también”.

A los 103 años la muerte lo sorprendió durmiendo. Su nieto, Tololo, confesó que días antes, recitó el monólogo de Hamlet en inglés. En vida dispuso sus funerales. “Entiérrenme como es debido. En la tierra, no en un nicho. Vivo no me pondrán en el ataúd /al cementerio x mis propios pies”, había escrito. Fue sepultado en la tierra, en su casa de Las Cruces, mirando hacia el mar.

Se nos fue el más realista de los surrealistas o el más surrealista de los realistas. Un hombre y poeta genial. Hasta siempre Nicanor Parra.

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