Parrafraseando con Parra

/ 29 de Septiembre de 2014

 

María Angélica Blanco, periodista y escritora
María Angélica Blanco, periodista y escritora

No sé por qué mi amigo, el editor y periodista Pacián Martínez (Q.E.P.D.), me bautizó un buen día como la Condesa de París. Harto que se rió el colega Hugo Olea a mi costa en sus columnas, en buena onda. Yo también. No hay nada mejor que reírse de uno mismo. Se lo conté a Nicanor Parra cuando lo visité en Las Cruces, nueve años atrás. Se carcajeó de lo lindo: “Escribe algo. Una novia mía sueca era condesa. Su sangre azul nunca la vi, se hizo la lesa. Pero lo pasamos requete bien en la cámara nupcial”.

Hoy, cinco de septiembre, lo hago por primera vez, en su homenaje:

“A las doce de la mañana, la condesa despertó con languidez. Corrió el cortinaje para mirar su espléndido jardín. Soltó una aristocrática imprecación y se tocó la colita con sus linajudos deditos. Dolía. Apretó un citófono y pidió desayuno. Apareció una mucama. Tras una reverencia, colocó la bandeja de plata sobre el lecho. El celular de la condesa repicó. Se puso los monóculos y espetó: ‘Retírate, niña, sabes que me gusta hablar en privé’.

Escuchó una voz pastosa, pedregosa, vinosa.

-¿Eres tú, mi rugiente león parreano? Je suis desolé. No amanecí bien.

-¿Dónde la vió?¿Cumplo 100 y está reguleque? No me friegue la cachimba. Estaba listo para una cueca brava con usté. Tengo listoco el vino y la jarana. A Parra no le faltan ganas. ¿Qué le pasa? Si no me cuenta, no entiendo nica.

La condesa no pudo evitar que una lágrima rodara por su linástica epidermis. ‘Me da cosa decirlo. Yo, condesa de París, adorada por la nobleza europea, en la flor de la vida. Fíjese que tengo ciática. ¿Se da cuenta mi león de invierno, perdí tout mi glamour?’

A él le zapateó la lengua: ‘¿La curo al tiro?’. Ella arriscó finamente la nariz.

-¿Êtes-vous un médecin, mon amour?

-¡Qué doctor ni que 8/4! Soy antimédicos, antiexámenes y antifármacos. Puro tintolio y agüita de toronjil no más. Pero me ofrezco para colocarle mi artefacto ahí. Justito ahí, en el punto exacto, allí donde usted sabe. Está caliente como potro. Santo remedio.

Ella dejó escapar un gritito pudoroso: ‘¿Su artefacto, Nicanor? Me abochorna. ¿Cómo dice algo tan privado por celular? ¿Es muy íntimo, no cree?’.

-No me venga con la chiva de la virginidad. Acuérdese que ya marqué territorio. ¿O se me puso beata? Con las beatas, ni a misa. Y eso que soy católico ferviente, pero no comulgo con ruedas de carreta.

La condesa suspiró: ‘Está bien, Nicanor mío. Me entregaré casta y pura. Seré suya. Venga luego con su artefacto. Pero le juro que después de que Rainiero enviudó nadie ha osado tocar mi cuerpo virginal’.

-Siempre he dicho que las mujeres terminarán sacándome de quicio. Aunque hartas ganas le tengo, claro que le tengo ganas. Pero, re-contra su madre, no estoy hablando de cama.

-Je ne comprends pas. ¿De qué artefacto me habla, Nicanor?

-Pucha la payasá. Hablo de mi guatero. El que me regaló la Violeta. ¡Ya! ¡Me dio rabieta! Mejor me quedo escuchando El Arte de la Fuga de Bach.

La condesa de París lloró y suplicó. Para no alargar el cuento, Parra se compadeció: ‘¡Le voy a mandar el guatero con el Tololo! Y deje de pasarse películas, condesa de mármol de Carrara, no crea que tiene un linajudo halo. ¡No se tiente nunca más con mi falo!”.

 

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