Pingüinos fomes

/ 20 de Julio de 2011

Las buenas comedias infantiles, además de hacer reír, suelen ofrecer grandes moralejas. Y Los pingüinos de papá, al menos en sus escenas iniciales, parece ir en esta dirección. Sin embargo, una serie de desaciertos harán que esta nueva película de Mark Waters (Chicas pesadas, Los fantasmas de mis ex novias) sólo llegue a la mitad del camino, sin definirse ni como una fábula moderna, ni tampoco como una comedia pura y dura.
Vamos a la historia. Jim Carrey es Tom Popper, un yuppie de Manhattan cuyo máximo objetivo es ser socio de una poderosa empresa dedicada a la compra y demolición de inmuebles patrimoniales de New York. Separado y con dos hijos que lo ignoran, su vida cambia en 180° tras recibir, como herencia de su padre, una encomienda con seis pingüinos en su interior. Del rechazo inicial a las traviesas aves, Popper pasará a una transformación interior que lo hará velar por su cuidado, recuperar el aprecio de su familia y revisar sus prioridades. Tanto cambio también le pasará la cuenta: sus socios lo tomarán por demente, y un cuidador de zoológico de ocultas intenciones (Clark Gregg) le intentará arrebatar sus animales.
Como decía, Los pingüinos de papá empieza bien. Basada en el clásico libro infantil de Richard y Florence Atwater, la película maneja un relato en tono de fábula, diseñado para seducir a grandes y chicos. Carrey se presenta con algunos de sus guiños y gestos más característicos, aunque ahora en un formato más moderado y “correcto”.
Sin embargo, este saludable equilibrio pronto se desinfla. Tal vez debido a una decisión de Waters de jugársela por el público infantil o por simple falta de inspiración, lo cierto es que de pronto la película afloja en muchos de sus recursos. El argumento abandona toda lógica o consecuencia mínimamente racional, y el humor, plagado de pedos, golpes y adultos torpes es simple, y básico. Como resultado, después de media hora, el recurso de los pingüinos bonachones y traviesos no es suficiente para salvar a la película de un ritmo tedioso para un adulto, aunque, claro, los niños se matan de la risa y lo pasan bomba. Con todo, la dirección logra algunos puntos altos en materia creativa, como la escena del caos de los pingüinos durante un evento social a beneficio, plagada de secuencias entretenidas y planos inquietos y llenos de vértigo. Por cierto, a más de alguien sorprenderá la presencia de la octogenaria actriz Angela Lansbury (famosa en la década de los 80 por protagonizar la serie Reportera del crimen), que encarna a una millonaria que se resiste a vender su histórico restorán a la firma de Popper ¿Y que pasa con Carrey? Lo cierto es que su regreso a las grandes películas sigue estando al debe.
En definitiva, Los pingüinos de papá es un pasatiempo más para estas vacaciones de invierno, que cumple con entretener a los más chicos y entrega un mensaje positivo para la familia, pero no más.

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