Santa Clara tiene pena

/ 19 de Junio de 2011

Quienes se quedaron habitando en mediaguas o casas semidestruidas, en la población más antigua de Talcahuano, reclaman ser los postergados del 27/F en el puerto. “Privilegiaron a los campamentos” y ellos, acusan, tan damnificados como quienes están en las aldeas tuvieron que “aperrar” solos. La desesperanza campea en las calles, se agotan las fuerzas y la tristeza se ve en el rostro de la gente. Nadie ha recibido un subsidio todavía y el sueño de volver a habitar una vivienda definitiva parece muy lejano aún.


El maremoto terminó con la vida de ocho vecinos y de un noveno que estaba “de visita” en Santa Clara, en Talcahuano. En los meses sucesivos, otros diez también fallecieron; la mayoría adultos mayores. Aunque a estos últimos -precisan en la población- los mató la tristeza y la desesperanza. No aguantaron ver su barrio en ruinas, lleno de mediaguas y de casas semidestruidas. Sus cuerpos se resintieron por tantas noches durmiendo en el suelo y los terminó ahogando la estrechez de los 18 metros cuadrados de las viviendas de emergencia. “Porque antes del terremoto aquí usted no veía miseria. En esta población vivía gente de esfuerzo, trabajadora; de aquí han salido profesionales, funcionarios de la Armada y de Carabineros, técnicos para las pesqueras. Incluso el diputado Jorge Ulloa era de Santa Clara hasta una semana antes de la tragedia”, aclaran de partida en la sede vecinal ubicada en Martín Bayón 27. Y marcan esa diferencia porque acusan que las autoridades han sido indolentes a su tragedia y necesidades. Se sienten los postergados del 27/F en Talcahuano. “Otra historia estaríamos contando si nos hubiésemos ido a una aldea”, reclama una de las vecinas afectadas.
Porque en Santa Clara todos, daños más daños menos, son damnificados. No hubo ni una familia que salvara sus enseres de la furia del mar, que aunque distante un kilómetro y medio de la población, entró por las manzanas con la fuerza de un gigante destruyendo todo lo que encontraba a su paso. Sacó casas de cuajo y las dejó en la mitad de la calle; otras, simplemente, se desintegraron en el choque con las olas que en algunos sectores alcanzó hasta tres metros de altura. Era penoso -recuerda la gente- ver los camiones recolectores de basura llenos de refrigeradores, LCDs, equipos de música, cocinas, sillones, camas y muebles que no “tuvieron vuelta” por el daño que les causó la salinidad del mar.
Antes del terremoto, aproximadamente tres mil personas, entre propietarios, arrendatarios y allegados habitaban Santa Clara. Del primer grupo cerca de 600 familias se quedaron viviendo en su sitio o “aguantando”, como corrigen los vecinos. Los demás esperan la reconstrucción en casa de familiares o se cambiaron a otros sectores. Los arrendatarios y allegados se fueron a las aldeas de Las Salinas y Las Higueras. Y ahí comenzaron las diferencias.

Reconstrucción “¡de adónde!”

En una primera etapa todo el mundo necesitaba frazadas, colchones, estufas, carbón, “pero la ayuda sólo llegaba a los campamentos y no al sitio residente”, denuncia Gonzalo Venegas, Presidente de la Junta de Vecinos número 20 de Santa Clara y dueño de una panadería del mismo nombre, donde el agua del mar dañó maquinarias e insumos por casi 30 millones de pesos. En ese momento, atribuyeron este percance al caos y siguieron trabajando con los vecinos. “Si hay alguien de quien estamos sinceramente agradecidos es de los militares. Esos jóvenes aguantaron el frío, el calor y el hambre por ayudarnos a limpiar nuestras casas o lo que quedaba de ellas”, rememora Mercedes Jara, encargada de la sede vecinal y a quien sólo el destino y la solidaridad de la gente la salvaron de morir ahogada en el tsunami. Lo que vino después, agrega, son “puras promesas”. Por eso su indignación cuando el 21 de mayo pasado escuchó decir al Presidente Piñera que la reconstrucción iba viento en popa. “¡De adónde!”, pensó y prefirió apagar “la tele”.
“Yo he visto que han entregado llaves en Constitución, en Llico, en Penco, pera acá todavía no llega ni siquiera un subsidio”, afirma Rodrigo Elgueta, diseñador gráfico, protesorero, damnificado como los vecinos que representa. Perdió su auto, artefactos electrónicos y muebles, pero no tiene derecho a ningún tipo de ayuda. Para casos como el suyo no hay asistencias ni subsidios.
La lentitud del proceso de reconstrucción está enfermando a la gente. Sólo en el programa de Salud Mental del Cesfam Alcalde Leocán Portus que atiende a parte de la población -otros acuden al centro comunitario Galvarino o al Hogar de Cristo- hay ingresadas 57 personas por depresión moderada en lo que va del año. El año pasado fueron 148.
“Nos interesa que coloquen luego la primera casa. Cuando veamos una construida, los vecinos van a estar felices de nuevo”, sentencia Marianela León Torres, también de la directiva, otra damnificada que vive en una de las 280 mediaguas instaladas en la población.

“Todos hacen diferencias”

La única obra que se está construyendo en la población es la capilla Santa Clara de Asís -una gestión del ex arzobispo de Concepción Ricardo Ezzati- gracias al aporte de la Fundación Emmanuel Acompaña de Santiago.
“Si ustedes ven algunas casas paradas, sin daños, es solamente por el esfuerzo de sus propietarios. Porque la realidad es que por haberse ido a una aldea, nuestros vecinos no recibieron ningún tipo de beneficio”, reclama, airado, Gonzalo Venegas. Todos sus dardos van contra el municipio de Talcahuano. Acusa a su alcalde de privilegiar a la gente de los campamentos.
Reclaman que como no son una caleta ni un centro vacacional, sino que un barrio residencial, nadie parece darse cuenta de las necesidades de sus damnificados. Todavía hay algunos que permanecen sin agua y sin baños. “Sus necesidades” las hacen en baldes y luego las botan en lo que era el alcantarillado. Porque a diferencia de los campamentos, acá no se instalaron servicios higiénicos comunitarios. “Aquí cada uno aperró solo, con lo que tenía”. Aún existen familias que no tienen electricidad. Inexplicablemente algunos vecinos quedaron fuera del convenio para reconectar las viviendas a la red existente. Sí lo obtuvieron otros 16 mil damnificados en siete regiones de Chile.
“A las aldeas les instalaron alumbrado público, les hicieron empalme a su mediagua y aquí hasta la semana pasada seguíamos en reuniones con la compañía para que arreglara la situación de los vecinos que por obligación siguen ‘colgados’, exponiéndose a muchos peligros en los días de lluvia”, agregan. En los campamentos el municipio de Talcahuano entregó a cada familia una cama americana y la ex intendenta repartió celulares entre los damnificados, pero ninguna noticia sobre esa ayuda se tuvo en Santa Clara.
Si hasta los particulares hacen diferencias porque es más fácil canalizar las ayudas en lugares donde la gente necesitada está reunida, como sucede en los campamentos.

La nueva casa

En 2010, una Egis (Entidad de Gestión Inmobiliaria Social) de Temuco y una constructora que estaba relacionada con ella les presentaron la casa piloto que recibirían las 120 familias de Santa Clara que esperan un subsidio de reconstrucción (otras 120, uno de reparación). Era de madera, de 46 metros cuadrados, bonita, la gente estaba fascinada. Veían en esa vivienda la esperanza de recuperar el hogar y la base para iniciar también su propia reconstrucción tras la tragedia. Comenzaría la construcción en enero de este año. Pero el Gobierno desestimó la propuesta. No se ajustaba al tamaño (debía tener dos pisos) ni a la materialidad que requerían las casas costeras. Lógicamente, esa Egis también quedó al margen y junto con su partida, se hizo humo toda la documentación para obtener los subsidios que los vecinos les habían confiado. “Pedimos que la regresaran. Creo que nos devolvieron dos carpetas”, rememora Rodrigo Elgueta.
Hoy están en un nuevo proceso de postulación. Democráticamente, en una asamblea, ya eligieron una de las dos propuestas presentadas por el Serviu: de la Constructora Alerce, una casa de 52,7 metros cuadrados, dos pisos, madera en el primero y tabiquería en el segundo, que responde a las características de una vivienda mejorada que -aseguran- logró imponer la ex intendenta van Rysselbergue. Pero el trámite es largo. En el Minvu se han puesto quisquillosos y la certificación de la vivienda que propone Alerce ha demorado más de lo que habían previsto. Con ese trámite cumplido, 20 vecinos recibirán inmediatamente su subsidio y, por fin, se iniciaría la reconstrucción. Plazos para la entrega de viviendas: nadie se atreve a dar todavía. A la gente de las aldeas ya le dijeron que podrían pasar en esa situación un tercer invierno. En Santa Clara no saben cuántos más.

Cuando “nortea” en el puerto, los vecinos de la calle Vicencia, en Santa Clara, pasan susto. El viento golpea de frente a las mediaguas y se cuela sin piedad en las improvisadas viviendas que, como gran cosa, tienen unos forros de enchapados de puertas que recubren algunas de sus paredes. Bien sabe de estas fríos Leopoldo Ibáñez Hernández (66), ex pescador nacido y criado en la Desembocadura del Biobío, que llegó a la población en 1984 junto a un grupo de erradicados por el Gobierno Militar. Desde esa fecha, no pasó un invierno sin que él y sus vecinos se salvaran de las inundaciones: o el agua lluvia se quedaba apozada en los terrenos o “la mar se ponía brava” y desbordaba el canal Ifarle que limita, por el norte, con Vicencia, anegando sus casas de madera. Así vivieron por casi tres décadas. Por eso el Gobierno, en 2008 les había entregado ayuda en materiales para reparar sus viviendas. “Mi casa tenía ventanas de aluminio, estaba bien encachada y bien bonita por dentro. No me faltaba nada”, rememora Leopoldo Ibáñez, a quien la alegría de la casa nueva le duró justo un año y medio. Como chiste de mal gusto, el 27/F el agua, nuevamente, destruía lo único propio que había logrado atesorar durante todo una vida de trabajo. Hoy habita una mediagua de 18 metros cuadrados, como la mayoría en la calle Vicencia, y cocina en un fogón, en el suelo, justo al lado de la caseta sanitaria -lo único en su sitio que resistió la embestida del maremoto- que le provee de agua para asearse y para preparar sus alimentos. Una mesa, un viejo sofá y una pequeña cama son sus únicas pertenencias.

O’Higgins 680, 4° piso, Oficina 401, Concepción, Región del Biobío, Chile.
Teléfono: (41) 2861577.

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