Sentido de la vida

/ 25 de Junio de 2018
Salvador Lanas Hidalgo Director académico de Escuela de Liderazgo Universidad San Sebastián.

La vorágine actual pareciera no dar tregua a las personas de a pie para dedicar un tiempo a la reflexión. Lo paradojal es que tenemos información sobre todo lo que acontece; no obstante, el tráfago es de tal envergadura que difícilmente hay una pausa. 

Sin embargo, existe una justicia cósmica que nos obliga cada cierto tiempo a enfrentar los problemas existenciales. Para los chilenos son los terremotos. Allí sentimos nuevamente la vida con pasión y volcamos la mirada a aquello que amamos. Inexorablemente, de un sopetón, somos capaces de separar el grano de la maleza, lo necesario de lo superfluo y volvemos a la simplicidad de la vida y los afectos. Pero, al cabo, todo vuelve a la “normalidad” y la gran mayoría retoma el vértigo vital. 

Hoy asistimos en nuestro país a un verdadero terremoto cultural que no es percibido con la claridad que experimentamos cuando sucede en la naturaleza. Y es aquí donde la filosofía puede volver por sus fueros y conectar con la sensibilidad original que fue capaz de iluminar la cultura. 

La filosofía se convierte en pasión cuando logra hacer de verdad eso que le es más propio, vale decir, preguntar. Una verdadera pregunta es hecha con pasión, nos agarra y no nos suelta. La pasión es algo que le da sentido a nuestra vida, es algo que nos arrebata, es un modo de ser que consiste en que allí está en cuestión nuestro propio ser. 

Y ¿qué es preguntar? Preguntar es vacilar, perder la solidez, es estar en lo inestable. Por eso preguntar es salir, es buscar lo firme, querer saber de un modo seguro. La filosofía nace de un acontecimiento radical que nos pone en marcha más allá de nosotros mismos. La filosofía, decía Platón, nace de la admiración. Y es una pasión que nos sobrecoge. 

¿Qué sucede en Chile? ¿Qué ha llevado a una institución milenaria a perder su hilo conductor doctrinario? ¿Cómo se recupera? ¿Es posible que los empresarios sigan con la misma dinámica que antaño donde los negocios determinaban? ¿O lo que realmente importa es la colaboración con sus trabajadores y el beneficio mutuo? ¿Qué hace que los partidos políticos revisen sus postulados y sus métodos de adhesión ciudadana? ¿Hacia dónde van los movimientos sociales?  

Venimos de vuelta de una borrachera individualista. ¿No es el momento de construir un país donde se saque todo el contenido que tiene la noción de persona humana en su doble realidad de sujeto traspasado por el otro y que todos los derechos y deberes están ligados a ese otro, indefectiblemente? ¿Cómo me puede afectar el dolor o la muerte de un niño si me es ajeno? ¿O no es verdad que esa niña y esa mujer soy yo, igualmente, y debe afectarme lo que le pase en cualquier circunstancia? Y dada la idiosincrasia nuestra ¿no será necesario que se exprese en la Constitución y en las leyes esta ética de identidad solidaria, esencial y colaborativa?

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