Soledad y el privilegio de la aldea

/ 20 de Marzo de 2007

Aldea, a secas. Totalmente alejada de la Aldea Global, propia de la “universalización” primero y “globalización” después. El mundo vuelve a ella o trata encarecidamente de hacerlo, al menos en vacaciones.

Es que el hombre y las familias van tras el pudor íntimo de este regalo cíclico. La soledad yace perdida en el tráfago de la vida cotidiana, progresivamente abusiva en ciudades y metrópolis sumidas en la cultura cibernética que no es de carne y hueso.

Desde el más insigne hombre público o figura popular al final del día –año calendario, fines de semana, jubilación, hacia el final de la vida humana- lo único que desea es su cabaña o parcela de agrado o casa en la montaña o playa de río, lago o mar… para en soledad acercarse a sí mismo y a la familia como auténtico tesoro.

Sobreviviente de tantos abusos y víctima permanente de la discriminatoria “teoría del pituto” –primera sinverguenzura nacional- sueña con una modesta banca de madera a la sombra de un árbol, ahí cerca del estero, mirando al cielo sin hablar, diciéndose “he sobrevivido”, dando gracias al mirar y sentir a los suyos de verdad.

En nuestro Chile, exceptuada la “gangrena del pituto”, para la inmensa mayoría de los mortales todo es difícil y caro. Los ingresos o rentas de los no apitutados –que son los más- sencillamente no les alcanzan. Chile infierno del crédito. Chile primera merced bancaria. Es el sino de los honestos. En la tierra larga y angosta es un drama, cada vez, costear el parto, los estudios en todos sus niveles, encontrar trabajo, que el trabajo signifique mínima renta casi digna, enfermarse y hasta morirse, es prueba de fuego en esta costa de la imprevisión, desconfianza y “aserruchamiento de piso”. Mala cosa, muy mala cosa.

Escenario que nos hace recordar mentes esclarecidas de otras épocas que anticipaban la canivalesca sociedad humana actual, distante del privilegio de la aldea. Así, fray Antonio de Guevara, primero entre los moralistas castellanos, escribía hace quinientos años, cómo en nuestras nacientes ciudades y urbes ya “la vida era mala, egoísta, envidiosa, escuela de vicios, fatal encrucijada donde todos están siempre con las armas de un malentendido ingenio presto a desplumar al descuidado, no existiendo ahí ni justicia, ni lealtad, ni humildad, ni virtud, ni independencia, ni sincero aprecio”.

Otro cercano a fray Antonio, el notable Baltazar Gracián, agregaba que la soledad, íntima y auténtica es el único domicilio en que habita el remedio de las desdichas. No en vano es un reducto inexpugnable puesto que tanto en la selva de ayer como en la de de hoy el soberbio león triunfa, el tigre cruel vive y el voraz lobo se pasea.

Tanto Guevara como Gracián buscaron la soledad. Igual que nosotros. Hastiados de la hipocresía, la doble faz, el doble discurso y la teoría del abuso para con el ciudadano y su familia cuando estos son comunes y corrientes, y no propietarios de la mentada “teoría del pituto”. Período estival, alejados de las grandes metrópolis, ahí acomodados a la sombra, en medio de la naturaleza, bella, muda y respetuosa recordamos como “mientras más conozco a los hombres, más quiero a mi perro” ¡Qué duda cabe! “sí” a la auténtica aldea, “no” a la aldea global.

Dr. Marcelo Contreras Hauser

O’Higgins 680, 4° piso, Oficina 401, Concepción, Región del Biobío, Chile.
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