Todos los caminos conducen a Concepción

/ 20 de Mayo de 2011

El éxito y el respeto jamás serán regalados. Sabemos que pertenecen sólo a quienes luchan y lo ganan. Esta afirmación, que es aplicable al destino de las personas, también lo es al de las ciudades como la nuestra. En efecto, el futuro de nuestra urbe está íntimamente ligado a la actuación de sus habitantes, especialmente de aquellos “más destacados”.
Para entender esta idea recordemos la ética pública de los antiguos ciudadanos romanos republicanos. Para ellos, en la clase privilegiada por fortuna, educación, posición social o nacimiento, no era concebible una vida dedicada a cosechar los frutos de su posición. Muy por el contrario, eran observados por sus iguales y también por los “menos afortunados”, y se esperaba que sirvieran a su ciudad. Ellos asumían cargos gravosos en tiempo y dinero, construyendo obras públicas a su costa, sirviendo en el Ejército en largas campañas, a riesgo de sus vidas, incluso financiando de sus bolsillos grandes festines a los que estaban invitados todos los habitantes de la ciudad. En resumen, el privilegio tenía costos que debían asumir a objeto de sostener su derecho a dirigir los destinos de la ciudad.
Y así, Roma pasó de ser un pequeño poblado de la península itálica a un imperio de enorme extensión, gracias a la solidez de sus instituciones y de los hombres que las sostenían.
Por supuesto, las condiciones del estado romano eran muy distintas a las que sostienen a un estado democrático moderno, y algunas de sus ideas diferían de lo que hoy consideramos correcto. Sin embargo, rescato la idea de la responsabilidad ciudadana y sacrificio personal de los más capaces, ricos, educados o privilegiados como fundamentos a tomar en cuenta para medir las posibilidades que tiene una ciudad para surgir y progresar.
Lamentablemente, la elite penquista aún está lejos del sentido de destino que los primeros habitantes de Roma tuvieron. Es más, nuestra ciudad se ha abandonado a la elite capitalina, grupo poderoso, que confunde el destino de Chile con el destino de Santiago, otorgándole a esta ciudad todos los privilegios y dejando al resto del país sólo las migajas del progreso, atrayendo así a muchos de nuestros mejores jóvenes.
Bien por ellos y por su ciudad, mal para nosotros que se lo hemos permitido.
Ante esto, es necesario que el penquista destacado por su fortuna, educación, posición social o cargo de elección popular asuma su deber y responsabilidad como tal, que luche por el lugar que lo vio nacer o por la ciudad que lo nutre y distingue, que dispute los espacios de poder y decisión con la elite de Santiago en cada ocasión posible, teniendo en vista siempre solamente el mayor beneficio de la ciudad, dejando de lado el interés político o económico mezquino.
De no asumir esta tarea, seguiremos quejándonos amargamente por nuestro destino mediocre, a la sombra de Santiago y sus privilegios.
Fernando Ruiz Astete
Abogado
Máster en Derecho
Académico de Derecho Civil
Universidad San Sebastián

O’Higgins 680, 4° piso, Oficina 401, Concepción, Región del Biobío, Chile.
Teléfono: (41) 2861577.

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