Un individualismo peligroso

/ 26 de Septiembre de 2014

 

Max Silva Abbott Doctor en Derecho y profesor de  Filosofía del Derecho Universidad San Sebastián
Max Silva Abbott
Doctor en Derecho y profesor de
Filosofía del Derecho
Universidad San Sebastián

Seguramente nuestra época tiene los niveles de individualismo y ensimismamiento más altos de toda la historia -y con amplias posibilidades de crecer en el corto plazo-, tanto por una serie de ideas que se ha esparcido respecto de la felicidad humana -que abogan por una creciente, cuando no obsesiva preocupación por el “yo”-, como por la tecnología, que, cual imán, nos atrae cada vez más, evitando que interactuemos con otros, al menos directamente, o si se prefiere, con el mundo “real”.

Ahora bien, parece claro que una situación como ésta influirá notablemente en las relaciones humanas, al punto que diversas actitudes que se han hecho comunes hoy, resultarían inexplicables, cuando no demenciales, para épocas pasadas. Así, por ejemplo, pasar horas frente a una pantalla, sea de televisor o de ordenador, o mantener fluidas conversaciones por WhatsApp, no cabrían en la cabeza de quienes nos han precedido.

Sin embargo, el asunto no es ni tan simple ni tan inocuo, porque en un mundo en que el otro es cada vez más distante o incluso -aparentemente- innecesario, se corre el riesgo de caer en una especie de solipsismo que dificulta enormemente las relaciones humanas. Esto, no sólo porque en estos vínculos -cuando los hay- mediados por la tecnología no estamos tratando de verdad con los demás, sino también porque no nos mostramos como realmente somos, generándose así diálogos no sólo mucho más incompletos, sino, además, más o menos ficticios.

Es por eso que al presentarse las relaciones personales “reales” -tanto amistosas como familiares-, surgen todo tipo de conflictos y malos entendidos, por haber ido perdiendo la costumbre de tratar con personas de carne y hueso.

Con todo, el problema más grave es la paulatina y creciente indiferencia que se va generando entre las personas: tan metidos estamos en nuestras cosas, que los demás pasan a ser extraños, cuando no seres molestos que interrumpen nuestro ensimismamiento. Y de ahí a no importarnos lo que les ocurra a los que tenemos cerca, no hay más que un paso.

Es esto, precisamente, lo que explica este notable desdén que hoy existe entre unos y otros, lo cual puede llegar, y de hecho ha llegado, a extremos peligrosos. No otra cosa parece explicar el notable y creciente rechazo hacia quienes molestan, necesitan ayuda o incluso generan demasiados gastos para su manutención.

De ahí que, entre otras cosas, la mentalidad eutanásica o abortista vaya esparciéndose de manera creciente ante -o mejor dicho, producto de- nuestra indiferencia, al punto de que cada vez es más común, para justificar estas situaciones, el argumento de por qué habría que molestarse por otro, o de por qué sería necesario postergarse en pos del bien de los demás. En suma, de si existirá alguna razón tan importante que justifique verse forzado a salir de este espléndido aislamiento al que nuestro mundo nos lleva y del cual cuesta cada vez más salir.

 

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