Volver a empezar en Concepción

/ 23 de Mayo de 2017

Viajaron miles de kilómetros a una ciudad de la que jamás habían escuchado. Dejaron atrás a sus familias, amigos y una buena vida que desde hace algunos años comenzó a desmoronarse, tal como el precio del barril de petróleo que sostuvo en sus inicios a la “Revolución Bolivariana”. Son las historias de venezolanos en la capital penquista, quienes tuvieron que guardar sus títulos y orgullo para salir adelante en tierras lejanas.

 

Por Consuelo Cura/Fotografías: Nelson Riquelme.

 
Ya no es una novedad ver personas con diferentes colores de piel en el centro de Concepción. Tampoco lo es que en un local comercial o en un restaurante, algún dependiente o garzón tenga acento extranjero. Ése, precisamente, es el caso de una heladería en plena Diagonal Pedro Aguirre Cerda de la capital regional, que funciona con tres trabajadores chilenos y tres venezolanos. Manuel Díaz, de 42 años, es uno de estos últimos.
Manuel es el administrador del lugar, aunque también oficia de vendedor cuando es necesario. Llegó hace un año y ocho meses a Chile, dejando atrás la inseguridad y la crisis económica y social de su patria.
Junto a su mujer, abogada, y sus dos hijas tenían una vida estable en Valencia, una de las ciudades más importantes de Venezuela. Ella se desempeñaba en una empresa “tipo Huachipato”, explica Manuel, mientras que él, un economista con una maestría en administración de empresas, trabajaba en una institución estatal, luego de pasar otros tantos años como empleado bancario, siempre ligado al mundo de las finanzas.
En su ciudad gozaban de un buen pasar: dos autos, una casa amplia y viajes frecuentes al extranjero. “Hasta hace algunos años todo iba bien”, afirma Manuel. Le habían doblado el sueldo y lo estaban formando para ser gerente de una de las unidades en la oficina en donde trabajaba. Sin embargo, en cosa de meses “todo cambió”. Fue, precisamente -dice-, cuando el Presidente Nicolás Maduro comenzó a devaluar el bolívar.
“El 85 por ciento de lo que consumía Venezuela era importado. Entonces, todo se disparó. Todo incrementó su valor, y mi ingreso se volvió sal y agua”. Ése fue uno de una serie de factores que, gracias a su formación de economista, le permitieron intuir que el futuro no se veía “nada de bien”.
Su trabajo tenía que ver con planificación regional. En el 2014 debía viajar a zonas agrícolas muy humildes. “Veía que ellos no contaban con insumos, entonces ahí me preguntaba: qué vamos a comer nosotros si ellos no pueden sembrar”. Al mismo tiempo el precio del barril de petróleo y su producción iban a la baja, dos componentes que hacían que Venezuela tuviera el dinero necesario para comprar afuera, lo que, además, provocó un endeudamiento del país.
No sólo el tema económico pesaba. También estaba la inseguridad. Si en 2014 la tasa de homicidios en Venezuela era de 82 homicidios por cada 100 mil habitantes según el Observatorio Venezolano de Violencia, el número aumentó a 91,8 en 2016 (en Chile la cifra es de un 4 por 100.000). “En mi país nadie anda tranquilo y yo no quería eso para mis hijas”, asegura Manuel.
Aun así, le costó tomar la decisión de partir. Tenía la confianza de que la crisis pudiera llevar a un cambio de gobierno. “Mi esposa se quería ir, pero yo le decía: esperemos”. Pensaba que siendo Venezuela un país riquísimo en recursos naturales y con un Presidente “medianamente inteligente”, la nación saldría adelante. Pero nada de eso pasaba. Ahí fue cuando comenzó a mirar hacia afuera de las fronteras de su país.

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Manuel Díaz es economista y tiene una maestría en administración de empresas.
Envió su curriculum a varios países, hasta que Chile se cruzó en su camino, “Primero vinimos de vacaciones donde la hermana de mi mujer, que vive en Santiago. Estando allí nos dimos cuenta que uno podía andar en la calle de noche”, asegura. Esa posibilidad les hizo tomar la decisión de venirse al “sur”.
Ya en Chile, gracias al dato de un amigo, llegó donde un empresario con varios negocios en el país. Luego de  la entrevista le dijo: “Póngame a trabajar dónde sea”.
Creyó que ese empleo era en Santiago. “Pero él me dice: mira, vamos a abrir una heladería en un mall en Concepción y yo no tenía idea qué era Concepción”. Igual dijo: “Bueno, nos vamos”.
Primero llegó él. Tras suyo llegaron su esposa y sus hijas. El impacto fue inmediato, pero no por las diferencias entre ambos países, sino que en el ámbito laboral. “Me estaba entrenando para trabajar en una heladería, para trabajar tras una vitrina, y con un uniforme. Fue un cambio fuerte”, dice Manuel. Fue un golpe al ego. “Imagínate, a los economistas nos forman para estar al lado de quienes toman las decisiones, para recomendar escenarios, entonces cuesta mucho modificar ese switch”.
Varias veces se preguntó: ¿Qué estás haciendo? También, ¿por qué lo estás haciendo? La repuesta no tardó en llegar: “Lo estoy haciendo por mis hijas, no por mí. Lo estoy haciendo para darles un mejor futuro”.
En la actualidad, Manuel Díaz sigue en el rubro, pero en otra heladería. Trabaja de lunes a sábado, desde las 11 de la mañana hasta pasadas las 21 horas. Tiene pocos momentos para compartir con su familia, pero “es lo que hay que hacer”, finaliza.
 

Apretarse el cinturón

Como sucedió con Manuel, su esposa e hijas, las familias que salen de Venezuela con sus niños, lo hacen principalmente por la inseguridad que se vive en su país. Es el caso de María José Báez y Luis Pérez, matrimonio de 30 y 35 años respectivamente, también originarios de Valencia. Llegaron a Concepción en 2010, pocos meses después del 27/F, con su hija de apenas meses de vida.
Lo suyo fue un cambio rotundo para el estilo de vida que acostumbraban llevar. El padre de ella era un empresario dueño de una compañía de seguros y él, diseñador gráfico con un trabajo estable como profesor universitario.
Durante los años de la bonanza económica petrolera, el pasar de ambos era superior al de la gran mayoría de los venezolanos. “Con mis hermanos tuvimos autos a los 16 años, íbamos a hacer compras sin mirar los precios”, relata María José, a quien luego sus padres, debido a la violencia en su país, enviaron a vivir afuera tal como a sus dos hermanos.
“Nuestros papás nos pagaban departamento, tarjetas de crédito y gastos en el extranjero”, cuenta ella. En su caso, en Canadá, donde hizo un curso de nivel técnico de peluquería.
Su marido, Luis, vivía en Argentina por trabajo. Ambos viajaban con frecuencia a su país, pero la situación era cada vez peor, “insufrible”, dice él, y fue peor, añade, cuando comenzó a hacerse notar la escasez de alimentos. “Teníamos que ir a las ocho de la mañana a sacar número para la carnicería, era hacer filas para todo y las compras ya estaban reguladas”.
Aun así ya como pareja estable regresan a Venezuela. Luis como profesor universitario y ella trabajando junto a su padre en la compañía de seguros. “Pasaron dos o tres años y ya no se encontraba nada en el comercio”, añaden. “Si hubiésemos estado solos aguantábamos un poco más”. Pero en camino venía su primera hija.
El primer destino fue Uruguay. Ahí estuvieron cerca de cuatro meses antes de venir a Concepción gracias al contacto de unos chilenos que María José conoció mientras vivía en Canadá. Ella comenzó a trabajar en una peluquería ganando el “mínimo”, lo mismo que él, quien por un tiempo peló papas en un pub del centro penquista. “El cambio fue fuerte. Llegamos con US$10.000 en los bolsillos que a los meses ya se habían ido en arriendo y en amoblar nuestra casa”, cuenta Luis.

Luis Perez & María José Báez (1)
Luis Pérez y María José Báez llegaron a Chile pocos meses después del 27/F.
En ese entonces, el sueldo mínimo en Chile era de 172 mil pesos. “El primer año que estuvimos acá fue súper difícil. Mantener una familia en esas condiciones fue complejo”, afirma María José, mientras que su esposo agrega que, al poco tiempo, su madre también llegó a Chile. “Fue un golpe”, sentencia ella, quien de pasar de trabajar en la empresa de su padre, debió cumplir un horario completo en una peluquería con un ritmo totalmente diferente al que estaba acostumbrada.
Hoy aseguran que ya tienen buen vivir en Concepción. Luis al poco tiempo encontró trabajo en su área en una universidad, mientras que María José siguió perfeccionándose en su empleo, conocimientos que le permitieron abrir un local propio del que hoy ambos viven. “Sé que nunca vamos a volver a tener el nivel de vida que alguna vez tuvimos, pero estamos bien”, manifiesta ella. Incluso, sus dos hermanos trabajan ahí, luego de dejar Venezuela, país al que ahora solo los une el hecho de que sus padres siguen en Valencia.
“Mis papás pasaron de ser adinerados a estar casi en la línea de la pobreza”. La empresa de seguros ya casi no tiene clientes, pues son pocos los venezolanos que pueden pagar por uno de esos productos. Así y todo, aún no quieren salir de la nación gobernada por Maduro. Desde Chile periódicamente sus hijos envían medicamentos, útiles de aseo y comida.
Ve con tristeza ella y con rabia él la situación de Venezuela. Ven desde la distancia y afirman que acá están contentos. En Chile nació su segunda hija y en este país también pueden salir de su local a medianoche e irse con seguridad en bicicleta a su hogar.
 

“Debí huir anticipadamente”

Son historias de caribeños que se cruzan en el frío de Concepción. Mientras las familias salen de Venezuela para proteger a los suyos, los jóvenes lo hacen con el objetivo de alcanzar un desarrollo profesional. Así fue para Aldrin Villalobos, de 24 años, y para Rodolfo Abzueta, de 20. No se conocen, pero ambos llegaron a fines del año pasado a Chile con la mente puesta en mejorar y en terminar sus estudios universitarios.

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Aldrin Villalobos.
Aldrin es economista, y a su corta edad ya era profesor de la Universidad Centroccidental Lisandro Alvarado en Barquisimeto, ciudad a la que llegó a estudiar desde Puerto Ordaz. En este último lugar creció junto a su mamá, dueña de un jardín infantil, y a su papá, propietario de un taller mecánico, negocios que debieron cerrar sus puertas debido a la crisis que hoy vive Venezuela.
En 2015 partió haciendo clases de Economía, incluso tuvo opciones de trabajar en el Banco Central venezolano, pero su sueldo no le alcanzaba para vivir en Caracas, lugar en el que estaba la sede de la institución. Ello ocurría por dos factores: los precios en la capital son el doble que en el resto de la nación y por la alta inflación. Él lo grafica de la siguiente manera: “Si estuviéramos hablando de pesos chilenos, mi salario mensual alcanzaba los $ 50 mil”.
Decidió buscar nuevos horizontes cuando el gobierno de Nicolás Maduro descartó realizar el referendo revocatorio. No quiso más y comenzó a mirar hacia afuera. Su ideal era partir a Alemania, pero buscando un magíster en el extranjero “aplicó” a la Universidad de Concepción, en donde quedó seleccionado.
Sin embargo, sus prioridades cambiaron una vez que llegó a Chile, en octubre del año pasado. La vida en estas tierras no era barata y había que sobrevivir, así es que se puso a trabajar como garzón en un local de una cadena de comida rápida de un mall de Concepción.
Pasaron los meses y en marzo debía entrar a clases: “Tuve que priorizar el ahorro de dinero en vez de los estudios”, dice Aldrin, quien finalmente no entró al postgrado de la universidad para así, a través de diversos empleos, juntar los recursos necesarios para poder partir a Europa a fines de 2018.
Afirma que le frustra no estar trabajando en su área. Pero le pesa más no haber salido antes de Venezuela y haber estudiado una carrera allá cuando él preveía que la situación empeoraría. Dice que debió “huir” anticipadamente. “Ya tendría el dinero para irme a Alemania o podría ya tener un negocio propio acá”, sentencia.
 

Seguir luchando

También por estudios llegó a Concepción Rodolfo Abzueta. Cursaba Sociología en la Universidad de Oriente en Cumaná.
La suya no ha sido una vida fácil. Nació cuando su mamá era estudiante y su papá, un ingeniero que trabajaba en PDVSA -compañía petrolera estatal venezolana- hasta que fue incluido en la famosa “Lista Tascón”. Éste es un documento en el cual aparecían los datos de quienes firmaron una solicitud pidiendo la renuncia del entonces Presidente Hugo Chávez previo a un referendo revocatorio de 2004.
Tras el triunfo oficialista, el listado fue hecho público por un diputado chavista y el gobierno lo tomó como una vía para despedir de entidades públicas a todos quienes estaban en contra del Mandatario, sin ninguna indemnización y acusándolos de ser terroristas.
Con la dificultad de encontrar un nuevo trabajo en su país, el papá de Rodolfo partió al extranjero. Encontró empleos en su área en Surinam y Brasil, hasta que un día regresó a Venezuela, pero no para estar junto a su familia. “Él abandonó a mi mamá, a mí y a mis dos hermanas. Yo tenía 10 años”, cuenta Abzueta, y agrega que desde ese instante los estudios y el trabajo fueron el motor para salir adelante.

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Rodolfo Abzueta.
Siempre destacó en el ámbito académico, así es que mientras estaba en la universidad adelantó ramos, tomó clases de noche y cuando ya tenía la decisión de salir del país, un profesor le planteó la opción de venir a Chile. Comenzó a investigar sobre becas y así llegó a la UdeC, con un beneficio para extranjeros con el fin de terminar la carrera que había iniciado en su país.
Gracias a un amigo de la infancia, al tercer día en Concepción ya tenía un empleo en la misma heladería en la que Manuel Díaz es el administrador. Está por finalizar sus estudios. Asimismo, de vez en cuando “pitutea” como mecánico. Para Rodolfo, no es tema si ya siendo sociólogo, no encuentra una fuente laboral en su área, puesto que afirma que su primer objetivo acá es hallar la estabilidad que en su país perdió “trabajando en lo que sea”, pues parte de lo que gana lo envía a su mamá y hermanas.
Dice que a veces le gustaría volver a Venezuela para luchar en la calle junto a las miles de personas que protestan por una salida a la crisis, pero asegura que desde el momento en que se bajó del avión que lo trajo a Chile, sintió una felicidad que hace mucho en su patria no tenía.
El regreso es una visión que en menor o mayor medida comparten sus compatriotas en Concepción, para quienes esta ciudad se convirtió en un hogar tras escapar de su tierra. Hoy con pena ven, a miles de kilómetros de distancia, la extrema situación de Venezuela. Sin embargo, y a pesar de todo, son optimistas de que en este lugar tendrán un futuro mejor, aún cuando, paradójicamente, deban dejar sus “títulos” y un buen pasar de lado para salir adelante.

O’Higgins 680, 4° piso, Oficina 401, Concepción, Región del Biobío, Chile.
Teléfono: (41) 2861577.

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